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El chamorro: un idioma ‘amigu’ en mitad del Pacífico

Imagen de las Islas Marianas en 2024

Javier Hernández

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El hispanista francés Pierre Chaunnu denominó Lago español al dominio absoluto que consiguió España durante más de dos siglos en la navegación del océano Pacífico. Este control de una extensión tan vasta y peligrosa —‘Pacífico’ es uno de los topónimos o talasónimos más traicioneros que existen—, que levantaba tantas envidias como admiraciones entre las naciones rivales, protegía la navegación imperial desde las costas californianas y sudamericanas hasta las Filipinas y posibilitó una de las mayores rutas comerciales de la Historia: el Galeón de Manila.

De regreso de Acapulco, poco antes de llegar a Manila, las naves hacían parada en las Islas Marianas para renovar o asegurar vituallas. Sus tripulaciones, un crisol de identidades, estaban formadas por jesuitas y por marineros mexicanos, filipinos, criollos, mestizos e indígenas y eran asistidos en el proceso por las poblaciones locales del archipiélago, los chamoru. Cabe imaginar que en estos intercambios comunicativos no se hablase el español de Cervantes, como tampoco en el limes de Britania se hablaba el latín de Cicerón, sino un español reducido a lo imprescindible para entender y hacerse entender. Este tornaviaje que experimentan varias lenguas en contacto hacia el tuétano de su uso se conoce como pidginización. No es único ni excepcional. Sucedía al tiempo con las lenguas del Mediterráneo, generando la variante pidgin sabir, y ya empieza a suceder hoy con el inglés. Cuando esa lengua pidgin se consolida como la lengua de la comunidad de hablantes, se convierte en lengua criolla.

La lengua actual de estas islas, el chamorro, procede en gran parte de ese fenómeno de contacto lingüístico que se producía en aquellos encuentros, así como de la influencia de una administración española que duró desde 1565, cuando Legazpi tomó posesión de ellas, hasta 1889, cuando se malvendieron a EEUU y Alemania. Sin embargo, a diferencia de lo que cabría esperar tras más de tres siglos de presencia hispana, el español no ha pervivido en el uso local, amén de algunos villancicos y fraseología católica. La lengua chamorra es fascinante precisamente por eso. Uno escucha a alguno de sus 50.000 hablantes y no sospecharía que más de la mitad de su vocabulario está formado por hispanismos. Del mismo modo, también parece resistir a la apabullante anglificación que sufre desde que EEUU se hiciese cargo de las islas y aplicara políticas tan agresivas como la prohibición de su uso en las escuelas en 1922 —actualmente se enseña y sus docentes deben poseer un certificado específico para enseñarla—.

Parece así que su resistencia tiene más que ver con la adaptación. Rafael Rodríguez Ponga, probablemente el máximo referente en el estudio del chamorro, identifica un fenómeno de superposición y no de sustitución en la conformación del neochamorro. Así estaríamos ante una lengua mixta con base malayo-polinesia que amplía su repertorio léxico y gramatical con el castellano. Dependiendo de la percepción de los efectos españoles en la base chamorra podrá considerarse el idioma actual como mayoritariamente indígena con rasgos superficiales hispánicos (algo así como la relación entre el español actual y los anglicismos); como resultado de una criollización completa o parcial, dado el uso comunitario y extendido de la variante actual o, por último, como lengua mixta.

Sin embargo, el castellano impregna todos los estratos de la lengua chamorra, desde la grafía (su alfabeto posee nuestra venerada ñ), la fonética, la gramática (preposiciones, verbos, numerales...) y el léxico (buenas dihas, adios, grásias, abrásu...), de modo que cabría descartar cualquier interpretación que limitara la influencia española. Asimismo, resultaría exagerado considerar el influjo español en igualdad de condiciones a la base malayo-polinesia, como si fuesen cada uno un progenitor y el chamorro actual el resultado de su unión. Alguien podría preguntarse si tres siglos de hispanidad no fueron suficientes para poner el español a la altura de la base chamorra. Todo apunta a que no.

La situación geográfica de las Marianas, en medio del océano, hizo que el contacto de la población local con el resto del mundo hispano fuese muy limitado, reducido a las pocas veces que fondeaba el Galeón de Manila en sus costas. El destacamento español en Guam era igualmente escaso. Además, la población local no española estaba exenta de pagar impuestos a la Corona, de modo que, como señala Rodríguez Ponga, no hablar español podía tener sus ventajas fiscales. A todo ello debemos añadir que el objetivo de la empresa española en el Nuevo Mundo nunca fue hispanizar sino evangelizar, por lo que imponer el castellano no fue prioritario, antes bien se optó por el latín, como refleja la primera gramática de la lengua chamorra, escrita en 1668 por el jesuita Diego Luis de Sanvitores, cuando no por las propias lenguas indígenas, como muestran las gramáticas del quichua, náhuatl, tarasca, etc. En cambio, llama la atención que actualmente no hay apenas personas que no hablen inglés en el archipiélago. Apenas un siglo como colonia estadounidense ha sido más efectivo en términos lingüísticos que tres de presencia española.

Pero no se preocupen: en Guam, se saluda, se felicita y se agradece en español. En las buenas costumbres siempre nos entenderemos, estemos en Madrid o en mitad del océano.

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