Opinión
Elon Musk y la dominación tecnológica

Por Álvaro San Román
Investigador en formación en el programa de Doctorado de Filosofía la UNED.
Las relaciones entre capitalismo y tecnología han sido siempre atendidas desde un prejuicio bien asentado en la mentalidad occidental, y que ha resultado tremendamente útil para el libre desarrollo del aparato tecnológico, ese prejuicio es el de la neutralidad de la tecnología, la idea de que todo mal y todo bien que se derive de la tecnología únicamente puede serle imputado al uso que se hace de la misma. El paradigma del uso tecnológico, la caracterización de la tecnología como herramienta, es lo que ha permitido elaborar el relato según el cual el capitalismo ha sido el motor de una historia, la nuestra, donde la tecnología ha jugado el papel de simple carrocería. En el vehículo que es nuestra historia actual, la humanidad iría al volante de una poderosa máquina, animada por el motor capitalista del deseo de acumulación. El propio Karl Marx, asumiendo el «paradigma del uso», llegará a afirmar que las contradicciones y antagonismos inseparables de la aplicación capitalista de la tecnología no surgen de la tecnología como tal, sino de su aplicación capitalista. Con ello nos daría a entender que, si el motor del vehículo tecnológico fuera un sistema en que la redistribución comunitaria sustituye la acumulación privada, entonces podríamos esperar un balance de resultados positivo en el uso de la tecnología. Sin embargo, esta conclusión dista mucho de ser evidente, al menos si la cuenta de resultados se realiza desde un prisma ecológico; y es que, lamentablemente, si nos atenemos al desarrollo histórico de la alternativa al capitalismo por excelencia, la alternativa soviética, veremos que posee en su acervo geohistórico desastres igualmente devastadores que los provocados por el sistema capitalista. Así la desertificación del mar de Aral, así también el tristemente famoso desastre nuclear de Chernóbil. Lo que, por tanto, tendrían fundamentalmente en común el Capitalismo y el Comunismo soviético, y que vendría a desvelar el verdadero lugar que ocupa la tecnología en la historia de Occidente, sería una visión tecnologicista de la existencia en la cual la tecnología es la respuesta fundamental a los problemas humanos. Ambas alternativas políticas asumen una misma cosmovisión, un mismo proyecto que viene articulando soterradamente a Occidente desde siglos, el proyecto tecnologicista de hacernos dueños y poseedores de la naturaleza, como quería Descartes. En efecto, en Tecnoccidente, el viejo adagio bíblico, “llenad la tierra y dominadla”, vino a encontrar su condición de posibilidad en el desarrollo ecológicamente insostenible del aparato tecnológico.
Hoy, en el Tecnoceno, ese nuevo período geológico protagonizado por la imposición tecnológica, debemos invertir el diagnóstico y sostener que no es el proyecto capitalista de acumulación infinita el que estimula el desarrollo tecnológico, sino que es el proyecto de dominación tecnológica el que alumbra la posibilidad del capitalismo. Y es que, para acumular capitalistamente antes hay que dominar tecnológicamente. En última instancia, si le damos a la tecnología el lugar protagonista que le corresponde en su relación histórica con el capitalismo, veremos que la acumulación no sería más que el modo capitalista del proyecto de dominación tecnologicista, del mismo modo que la organización colectiva de la producción industrial sería el modo soviético del proyecto de dominación tecnologicista.
Y la posibilidad de acceder de manera inmediata a este enfoque nos la ha traído Elon Musk, y no andaría desencaminado si afirmo que terminará de confirmarlo cuando, en cuatro años, lo veamos convertido en el 46º presidente de los EEUU. La entrada de Musk en la administración Trump, con un cargo hecho exprofeso para él, certifica la centralidad del universo tecnológico para la humanidad hoy día. Elon Musk en la Casa Blanca es la viva imagen de la consagración del aparato tecnológico como el verdadero administrador de nuestra geohistoria. En 2025 se descorre por fin el velo de silíceo, y vemos aparecer el afán de dominio tecnológico sobre las naturalezas humanas y extra-humanas como el verdadero artífice del Tecnoceno. En este contexto, Donald Trump aparece como el arcaísmo de un mundo que desaparece, un mundo en el cual la tecnología es simplemente el coche con el que salvar los obstáculos que dificultan la acumulación de capital. Para Trump, como para la gran mayoría de las personas ancladas a las lógicas de la última etapa del Holoceno, la tecnología es el modo a través del cual se ejerce el poder necesario para seguir acumulando riquezas. Sin embargo, Musk desenmascara el verdadero rostro de las potencialidades siempre presentes en el entramado tecnológico. Su vida es el perfecto ejemplo de lo que supone el programa tecnologicista: la preeminencia del dominio sobre la acumulación. Para Elon Musk, el éxito empresarial de cada uno de sus emprendimientos tecnológicos no ha supuesto más que la posibilidad de seguir aumentando, no ya su capital, sino la capacidad de la tecnología para llegar cada vez más lejos. Así, por ejemplo, la venta de Paypal le permitió fundar SpaceX y Tesla, aún a riesgo de arruinarse. Efectivamente, algo de lo que siempre se vanaglorió Musk, al menos hasta haber alcanzado su actual estatus de hombre más rico e influyente del mundo, era de invertir toda ganancia económica en un proyecto tecnológico más ambicioso que el anterior; algo que a mi juicio apuntala la tesis de que la voluntad de dominación tecnológica de la realidad es siempre más poderosa que la voluntad de acumular riquezas. La acumulación de riquezas, en el camino del ejercicio de la dominación tecnológica, es únicamente una feliz coincidencia, lo que no obsta para que, una vez convertido en billonario, uno no utilice todo su poder para permanecer billonario.
En cualquier caso, Donald Trump, vieja gloria del auge capitalista de finales del holocénico siglo XX, abre ingenuamente las puertas de la Casa Blanca a Elon Musk, hijo del tecnocénico siglo XXI, e inicia, a su pesar, una transición lógica hacia la consagración de la definitiva independencia del tecnologicismo respecto del capitalismo. Si para Trump, su proyecto de acumulación pasa por aprovecharse del sistema, para Musk, su proyecto de atender hasta el último requerimiento de la tecnología, pasa por lograr convertirse él mismo, y la tecnología por extensión, en el propio sistema. Durante los próximos cuatro años, seremos testigos de cómo la arrogancia capitalista dará paso al mesianismo tecnologicista.
Y es que la pregunta que se hace hoy en día un feliz contemporáneo del Tecnoceno, un “hombre de su tiempo”, como lo sería Musk, no es “¿dónde está el dinero?”, sino “¿hasta dónde puedo llegar tecnológicamente?” Y para comprender la envergadura del proyecto tecnologicista que ha pulsado de manera latente hasta ahora en el corazón de Tecnoccidente, basta con hacer una lista de las principales empresas de Musk. Cada una de ellas hace patente los deseos ancestrales de nuestra cultura tecnoccidental: SpaceX y su misión a Marte cumple el sueño de convertir a la especie humana en una especie multiplanetaria. Neuralink y OpenAI, satisfacen los antiguos deseos de aumentar las capacidades humanas, y fusionarse con un ser omnisciente. Pues, efectivamente, no podemos entender una empresa sin la otra, un sueño sin el otro. Para Elon Musk, el chip intracraneal de Neuralink “ es esencial para la simbiosis con la inteligencia artificial”, que empresas como OpenAI nos traen. Y, por último, X, la red social que satisface los más básicos deseos humanos del reconocimiento, aunque sea a costa de la exhibición, y de la ubicuidad, aunque su virtualidad se erija a costa de una experiencia genuina y sostenible del espacio compartido.
Hannah Arendt, en su libro sobre la condición humana, habla de que el hombre futuro “parece estar poseído por una rebelión contra la existencia humana tal y como se nos ha dado”, habla de cómo el Mundo Moderno, nuestro mundo tecnoccidental, se configura a partir de un doble movimiento, una “doble huida, de la Tierra al Universo y del mundo al yo”. Pues bien, ese hombre bien podría ser Elon Musk, que como gran valedor de la rebeldía transhumana, asume el reto de lograr la huida de la Tierra al planeta Marte con sus cohetes, y permite a los individuos eludir su dependencia de un mundo compartido con sus congéneres, dilatando las fronteras del yo a través del uso indiscriminado de la narcisista red social X.
La tecnología es hoy un fin en sí mismo, porque es la única realidad que, en Tecnoccidente, permite a los seres humanos vivir y sobrevivir, satisfacer necesidades y resolver problemas. Elon Musk ha sabido catalizar esa verdad, y por eso, él, y no Donald Trump, encarna el paradigma de nuestra época. Cuando por fin le veamos viajando a Marte, quizás como presidente de EEUU, cualquier duda al respecto se habrá disipado, como se disipa la gravedad ante el empuje de un cohete espacial, y finalmente, podremos decir, parafraseando a Hegel, que vimos al Espíritu Absoluto subido en un cohete.
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