La brutal derrota en Hispania que rompió el orgullo romano y su calendario

Tenía lo suyo eso de morir por una imprudencia justo después de humillar al ejército más temido del mundo. Tan rápido como llegó la gloria, llegó la emboscada. Fue un momento de euforia torpe, una carga desordenada tras una victoria incontestable, que acabó con el jefe muerto y con miles de hombres masacrados en la retirada.
Y, sin embargo, la secuencia quedó grabada a fuego en el calendario de Roma, porque ese día, el 23 de agosto, pasó a estar marcado por algo más que por una fiesta en honor al dios Vulcano: se convirtió en un mal recuerdo institucionalizado.
Cuando la Celtiberia se convirtió en un dolor de cabeza
Antes de llegar a ese punto, la Península Ibérica llevaba tiempo dando disgustos a los cónsules. En concreto, desde que Roma decidió que la Celtiberia, una zona que mezclaba pastores, guerreros y una red de alianzas inestables, debía formar parte de su mapa. En el año 181 a. C. comenzó la ofensiva.

Unos años más tarde, los belos —una tribu celtíbera asentada en la actual provincia de Zaragoza— ampliaron la muralla de Segeda, su ciudad. A ojos romanos, aquello rompía el pacto firmado con Sempronio Graco. Para los belos, era solo una obra lógica ante el crecimiento del asentamiento. “Graco había prohibido fundar nuevas ciudades, pero no fortificar las ya existentes”, dejaron claro, según recogió Apiano. El Senado no tragó.
En el 153 a. C., el encargado de llevar el castigo fue Quinto Fulvio Nobilior, al frente de un contingente de unos 30.000 hombres, entre legionarios y tropas auxiliares. El ataque fue tan contundente que los belos tuvieron que huir a Numancia, donde buscaron protección en la ciudad fortificada de los arévacos. Allí se nombró jefe común a un segedano con fama de bravo: Caro.
El exceso que arruinó la victoria
La oportunidad no tardó en llegar. El 23 de agosto, coincidiendo con la Vulcanalia —una festividad romana—, los legionarios de Nobilior marchaban despreocupados cuando fueron sorprendidos. El golpe fue quirúrgico: 20.000 guerreros y 5.000 jinetes atacaron desde una espesura. “Aunque el combate resultó incierto durante mucho tiempo, logró dar muerte a seis mil romanos y obtuvo un brillante triunfo. Tan grande fue el desastre que sufrió Roma”, relata Apiano. Fue un batacazo tan duro que los romanos decidieron no volver a iniciar una batalla ese día.

Caro no supo parar. Quiso más. Quiso aplastar los restos del ejército enemigo mientras huía, pero esa persecución desordenada acabó siendo una trampa. La caballería romana encargada de proteger el equipaje se reagrupó y, en plena retirada, contraatacó. “Mataron al propio Caro, que destacó por su valor, y a sus acompañantes, en número éstos no inferior a seis mil”, añadió Apiano. La oscuridad frenó el desastre, pero el daño estaba hecho.
Roma reaccionó de inmediato. No solo declaró el 23 de agosto como día nefasto para batallar, sino que alteró el calendario político: desde entonces, las elecciones consulares se celebraron el 1 de enero, y no en marzo, para poder reaccionar antes ante una crisis como aquella. Fue el fin del viejo ciclo político.
El impacto de aquella derrota sigue presente en Mara, una pequeña localidad de Zaragoza donde cada verano se recrea la batalla. Suena la música, hay banquetes al estilo celtíbero y se visita el yacimiento de Segeda. En ese lugar, donde una muralla sirvió de pretexto para iniciar una guerra, se rinde homenaje al guerrero que cambió el calendario romano y perdió la vida por querer estirar la victoria más de la cuenta.
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