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El origen de la Capilla Sixtina, la estancia más conocida del Vaticano donde se lleva a cabo el cónclave

El humo blanco se eleva, y en cuestión de segundos, miles de ojos se clavan en la pequeña chimenea del Vaticano. La multitud amontonada en la Plaza de San Pedro rompe en vítores. Dentro de la Capilla Sixtina, tras horas de deliberación, los cardenales han llegado a un acuerdo: el mundo tiene un nuevo Papa. Este instante de trascendencia, envuelto en un ritual centenario, tiene lugar en un espacio que, más allá de su función sagrada, es una joya del arte renacentista. Pero su historia, como la de los frescos que la cubren, es una superposición de capas que se remontan mucho antes de Miguel Ángel y su Juicio Final.

La Capilla Sixtina no fue una creación ex nihilo. En el siglo XV, el papa Sixto IV ordenó su construcción sobre los restos de la Capilla Magna, un edificio medieval de muros irregulares. El arquitecto Giovannino de’ Dolci, junto a Baccio Pontelli, reforzó las estructuras existentes con una cortina de ladrillo y levantó un techo abovedado. En 1483, con la primera misa celebrada el 15 de agosto, la capilla quedó oficialmente consagrada a la Virgen María. Sin embargo, su imagen austera y su función ceremonial inicial contrastaban con el esplendor que adquiriría con el paso del tiempo.

Las primeras pinceladas en sus muros llegaron entre 1481 y 1483. Un grupo selecto de artistas florentinos, entre ellos Botticelli, Ghirlandaio y Perugino, transformó los laterales en una secuencia visual de historias bíblicas. En el lado norte, escenas de la vida de Cristo; en el sur, episodios de la vida de Moisés. Perugino también pintó la pared oeste, detrás del altar, con frescos que siglos más tarde serían eliminados por Miguel Ángel. Por encima de estas narraciones, pequeñas pinturas entre las ventanas retratan a distintos papas.

Pero el verdadero cambio llegó en 1508, cuando Julio II, enfrentando problemas estructurales en la bóveda original, tomó una decisión que marcaría la historia del arte: convocó a Miguel Ángel Buonarroti para pintar el techo. No era un encargo deseado por el escultor, que prefería esculpir mármol antes que trabajar en andamios. A pesar de las dificultades, en cuatro años completó un conjunto de frescos sin precedentes. En el centro, nueve escenas del Génesis, incluyendo La creación de Adán, con el icónico toque de los dedos entre Dios y el primer hombre.

Décadas más tarde, otro Papa recurrió a Miguel Ángel para una tarea monumental: cubrir la pared del altar con una representación del Juicio Final. Encargado por Clemente VII en 1534 y finalizado en 1541 bajo el pontificado de Pablo III, la obra suscitó mucha polémica por la abundancia de figuras desnudas. El cardenal Carafa, futuro Pablo IV, consideró la pintura inaceptable y, tras la muerte del artista, ordenó su censura. Fue Daniele da Volterra, apodado Il Braghettone, quien añadió paños y telas para cubrir las anatomías más explícitas.

Derrumbes y restauraciones: la lucha por conservar un tesoro

El tiempo no fue benévolo con la capilla. En 1522, un derrumbe en la pared este causó daños en los frescos y dejó en peligro la integridad del edificio. Más adelante, en un intento de restauración, dos de las escenas originales fueron repintadas en el siglo XVI por Hendrik van den Broeck y Matteo da Lecce. A pesar de estos percances, la Capilla Sixtina mantuvo su estatus como epicentro de la vida religiosa en el Vaticano.

Desde 1878, su importancia se multiplicó con la instauración oficial del cónclave en su interior. La tradición dicta que, tras cada votación, los cardenales queman las papeletas en una estufa especial, produciendo el famoso humo negro o blanco según el resultado. La última vez que este proceso se llevó a cabo fue en 2013, cuando Jorge Mario Bergoglio fue elegido como el papa Francisco.

Entre restauraciones, censuras y elecciones papales, la Capilla Sixtina sigue siendo un testimonio del esplendor del Renacimiento y un espacio donde lo sagrado y lo artístico convergen. Miles de visitantes recorren sus pasillos cada día, alzando la vista para encontrarse con las figuras que, siglos atrás, cambiaron para siempre la historia del arte.