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El mito de las microsoluciones a nuestro problema estructural

En mi casa, como en tantas otras, separamos los residuos y luego los llevamos a su correspondiente contendedor. Confieso que siempre me siento un poco tonto al hacerlo. Somos solo dos, generamos pocos residuos, nos movemos en bici, yo no como carne, etc. Es decir, dejo muy poca huella ecológica, esa medición bienintencionada que, sin embargo, como efecto colateral parece reducir a actitudes individuales un problema estructural. Por eso me siento un poco tonto cuando reciclo mis envoltorios y mis botellas de vidrio. A fin de cuentas, ricachones como Bill Gates emiten al año 7.500 toneladas de CO2, sobre todo por sus vuelos privados, que aun así quedan lejos de las 34.000 de Roman Abravomich y sus 16 megayates. Aunque no tengo los datos, seguro que esa cifra palidece con los cohetes espaciales de Jeff Bezos y Elon Musk.
Lo cuentan George Monbiot y Peter Hutchison en su ensayo divulgativo La doctrina invisible: la historia secreta del neoliberalismo (y cómo ha acabado controlando tu vida), que en España acaba de publicar Capitán Swing. El libro explica el devenir de un sistema que se originó mediante el “Auge, Colapso y Abandono” de tierras a explotar, cuyo punto cero ellos sitúan en Madeira durante la segunda mitad del siglo XV. Este sistema, íntimamente ligado a la destrucción del medio ambiente, inventa el “cuento de hadas” de que el ser humano es intrínsecamente competitivo, lo que además se supone que está genial porque el bien individual de los de arriba acabaría goteando hacia abajo para salpicar a toda la sociedad.
El ensayo repasa el proceso histórico a través del que los creadores y beneficiarios de este sistema elaboran esa doctrina fantasiosa, de suerte que poblaciones enteras llegan a creer algo que la biología, la neurociencia, la sociología y la más simple observación desmienten. Todas las evidencias demuestran exactamente lo contrario: el ser humano no es un animal individualista y poco dado a la cooperación. De hecho, ha pervivido precisamente por su sociabilidad y capacidad de ayuda muta.
Armar ese cuento de hadas ha requerido la inyección de ingentes cantidades de dinero. Aquí se detallan de forma amena, con capítulos inaugurales bien conocidos, como esa Internacional Neoliberal que arranca en el ámbito académico con Friedrich Hayek y alcanza su cima con Milton Friedman. Comprar políticos, o incluso regímenes, así como generadores de opinión y conocimiento, es en realidad una práctica muy barata. Tengamos en cuenta, por ejemplo, que las compañías de combustibles fósiles obtienen unos beneficios de 2.800 millones de dólares… al día. Son las mismas compañías que, junto a otras, nos hacen ir cada día a los contenedores de reciclaje mientras sus extracciones, cada vez más costosas y complejas, aumentan a un ritmo desenfrenado el calentamiento global.
No lo olvidemos, solo saldremos triunfadores si revertimos el cuento de hadas del individualismo. El día que los gobiernos entiendan eso será demasiado tarde, porque ya tendremos a los ultras en las instituciones centrales
Sin duda, esa del reciclaje es una de las campañas de green washing más exitosas que se puedan recordar, sobre todo porque, parece ser, no sirve de nada. Si las víctimas del calentamiento global, a las que nos quieren traspasar la responsabilidad, de verdad queremos hacer algo, los autores aseguran que lo único mínimamente efectivo es reducir de modo drástico los desplazamientos en avión y el consumo de carne.
Este “mito de las microsoluciones”, como la llaman los autores, es perfectamente coherente con el individualismo quimérico que propone el capitalismo. Lo grave es que gobiernos de izquierdas o más o menos progresistas acaben por comprarlo, en cierto modo. De ahí que todas las propuestas para contrarrestar la desigualdad y la pobreza que produce el capitalismo pasen por medidas cosméticas, pequeñas mejoras que jamás tocan las estructuras sistémicas. Entre tanto, esos mismos gobernantes se tiran de los pelos, ponen el grito en el cielo cuando los psicópatas como Trump o Milei vuelcan sin miramientos el tablero para gobernar en beneficio de la minoría oligárquica. Hace muy poco hubiéramos pensado que, sencillamente, era imposible que algo así sucediera. Y ha sucedido, por voluntad política.
La lección parece obvia. Ahora tocaría volcar el tablero desde los gobiernos de izquierdas. Proponer medidas audaces sin mayores miramientos. Demostrar que lo que creíamos imposible solo atendía a intereses espurios. ¿Se atreverán nuestros gobernantes? No, claro que no. Seguiremos retrasando la edad de jubilación, seguiremos peleando por míseros subsidios porque no implantan la renta básica, seguiremos tomando la calle como el próximo 5 de abril porque ni con la vivienda son capaces de ejecutar medidas de calado. Y no lo olvidemos, solo saldremos triunfadores si revertimos el cuento de hadas del individualismo. El día que los gobiernos entiendan eso será demasiado tarde, porque ya tendremos a los ultras en las instituciones centrales. Por eso, igual que hacen los psicópatas, tenemos que empujar juntos.
¿Recuerdan eso de Margaret Thatcher de que la sociedad no existe, solo el individuo? Era mentira, y más que nunca ahora hay que demostrarlo. Ese 5 de abril, en todo el país, será la inequívoca señal.
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