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La política errática de Trump pone en peligro la economía mundial
Cinco años de la pandemia: por qué no queremos mirar atrás
Opinión - Las cremas de Mazón. Por Sergi Pitarch
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800.000 millones para matar

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Las guerras son conflictos en los que la población civil de los países implicados sufre daños. Cuando los frentes son numerosos y afectan a distintos países, se habla de guerra mundial. La génesis de las guerras es un complejo entramado de intereses y desencuentros entre los contendientes con dos denominadores comunes a lo largo de la historia: dinero y religión, alrededor de los cuales orbitan a su vez una serie de aconteceres sociológicos y procederes ideológicos que la historia registra a posteriori como “causas concretas” de cada conflicto. El falseamiento de la historia garantiza la repetición de errores.

La población civil sufre históricamente daños causados por el dinero y las religiones de una manera sostenida que normaliza sociológicamente la codicia y es justificada religiosamente. Periódicamente el dinero tensa el equilibrio social para añadir más riqueza a quienes ya la poseen y más daños a quienes ya los sufren. La llegada de Trump a la Casa Blanca, precedida por el crecimiento orquestado de la extrema derecha global, ha abierto frentes en varias zonas del mundo y sitúa al planeta en un periodo bélico que ya produce daños a la población civil, con un horizonte peligrosamente igual a los sufridos en el siglo XX. 

Hay quien considera un avance de la civilización la barbarie de que las guerras modernas sean “quirúrgicas” y se hayan reducido drásticamente las bajas militares. El negocio de las armas (productos cuya única función es la muerte y la devastación) no cesa, pero Wall Street exige más. Al parecer, las 16 guerras y los 26 conflictos armados activos en el mundo no son suficientes para la industria de la muerte, tal vez porque la mayoría tienen lugar en países donde la reconstrucción es de una rentabilidad muy poco atractiva. Al parecer, las más de diez millones de víctimas mortales en estas guerras no son suficientes.

La función de los ejércitos para domeñar al paisanaje ha cedido el testigo a la propaganda y a la muy sofisticada desinformación a través de las redes sociales y de una prensa que ha trocado su vocación de servicio público por la militancia y el activismo político. Los golpes de estado ya no son complotados en cuarteles por personal uniformado, sino en el parqué de la bolsa por ejecutivos trajeados y en las audiencias por personal togado.

La población de Europa, México, Canadá, Panamá y Groenlandia está siendo atacada por EE.UU. (por la avanzadilla de Wall Street y Silicon Valley), un país manejado por dementes codiciosos dispuestos a llevar el sufrimiento a la población civil de medio mundo, incluida la parte más desfavorecida de sus compatriotas. Suenan tambores de guerra. El enemigo ha fijado la diana en la población civil, un enemigo a la vez externo e interno, porque Wall Street se entiende con todas las bolsas y gobiernos del mundo. Von der Leyen avisa de que al sufrimiento provocado por los aranceles se añadirá el de los recortes a los servicios públicos y los derechos cívicos derivados del inminente gasto militar de 800.000 millones €.

El neoliberalismo, la extrema codicia, prepara la III Guerra Mundial (como la llama Trump en su amenazador arrebato de ira) desde que acabó la Segunda. Los ensayos y pruebas piloto han tenido lugar en Oriente Medio, la antigua Yugoslavia, Israel o Ucrania. La maquinaria bélica está engrasada en el más rentable escenario para la industria de la muerte, la devastación y la reconstrucción: la vieja Europa. Von der Leyen ha activado el arsenal económico, Macron apuesta por la obsoleta guerra de trincheras, bombas y disparos, Putin aguarda el siguiente paso americano y la brigada tecnológica, con Musk a la cabeza, está montando la quinta columna de extrema derecha en el mundo convencido de que asestarán el tiro de gracia a la Democracia. Mientras tanto, la amenaza mayor y nada descartable es que Trump ataque también a China. Apocalipsis, Armagedón y Down Jones: In god we trust.

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