Espacio de opinión de Canarias Ahora
Los que levantaron de la losa del silencio en la memoria histórica de Canarias
El anuncio de los actos por el cincuenta aniversario de la muerte del último dictador español ha generado el enésimo debate público sobre la memoria colectiva del pasado. Sucede casi noventa años después de un golpe militar que quebró la democracia y cincuenta después de morir la cara más visible de esa etapa histórica. Si estos eventos han generado una nueva ola de declaraciones airadas, considero que merece la pena recordar aquellas personas que poco después de la muerte de Franco empezaron a levantar la losa de más de cuatro décadas de silencio.
Y es que mucho antes de la Ley de Memoria Histórica, en unas condiciones muy difíciles, en Canarias se iniciaron las primeras acciones de recuerdo y homenaje a las víctimas de la dictadura y sus familiares. Se atrevieron a hacerlo en un momento donde algunas heridas estaban frescas y en el que seguían campando a sus anchas muchos de los responsables de terribles crímenes y torturas. A pesar de ello, el ejercicio de recordar, tras tanto tiempo de olvido forzado, se convirtió en una terapia colectiva necesaria, además de una cierta curación personal.
En la década posterior a la muerte del dictador todavía muchos protagonistas de lo sucedido en julio de 1936 estaban vivos. Durante años las víctimas tuvieron que esconder su dolor y su rabia, a veces incluso hasta de sus familiares directos. Los únicos homenajes en esos años se dedicaron a los que habían colaborado con la quiebra de la democracia.
El PCE fue una de las organizaciones que promovió este tipo de eventos de memoria en una etapa más temprana. El 6 de noviembre de 1977, apenas siete meses después de su legalización, organizaron junto a colectivos vecinales del Puerto de la Cruz un homenaje al exalcalde republicano y diputado comunista Florencio Sosa Acevedo. Podemos imaginar el nivel de emoción con la presencia de su viuda, Josefina Badalona Reos. No será el único momento de esa etapa donde las esposas de los fusilados y desaparecidos ocuparán un papel destacado, evidenciando algunos de los sucesos más brutales del anterior régimen.
El 26 de enero de 1978 la CNT se encargó de hacer un homenaje en la capital tinerfeña, con motivo del 41 aniversario del fusilamiento de diecinueve militantes anarquistas, acusados de tratar de resistir al golpe militar. Lo hicieron unas treinta personas en las puertas de la antigua prisión de Fyffes. Como en el anterior homenaje, no sabían bien cuál sería la respuesta de la policía. Algunos familiares y compañeros de los fusilados estaban presentes, según el relato plasmado en el artículo dedicado a este tema en la segunda etapa de En Marcha. No pudieron dejar una placa en la fachada de la vieja prisión, solo colocaron una bandera roja y negra, unos ramos de flores y una pintada sobre los muros del penal que decía “muertos por la libertad”.
El 6 agosto de 1979 será el turno de Las Palmas de Gran Canaria. Allí, militantes socialistas y comunistas rindieron un recuerdo público al diputado comunista Eduardo Suárez y al farmacéutico del PSOE Fernando Egea, fusilados por los franquistas. Se congregaron ante las tumbas de estos dos líderes sociales y tomó la palabra otro represaliado, el pintor Felo Monzón, que recordó que junto a ambos, “cayeron miles de trabajadores. También a ellos dedico estas frases de dolorido reconocimiento. Son muertes que no olvidaremos jamás”.
Una fecha especialmente significativa fue la del 10 de noviembre de 1984, donde los salones del Hotel Mencey de Santa Cruz acogieron un encuentro histórico, donde se dieron cita numerosos militantes que vivieron en primera línea la represión. Se reencontraron unas trescientas personas, antiguos presos y familiares de víctimas de las desapariciones de la dictadura. Ese día fue posible gracias a la colaboración del exsenador socialista Ramón García Rojas, el exprofesor de la Universidad de La Laguna Jacinto Alzola Cabrera, el abogado Luis Martín Fernández, Enrique González Camacho, además del veterano comunista Juan Pedro Ascanio García. La mayoría de sus promotores habían sido obligados en su juventud a realizar trabajos en el Batallón de Trabajadores Nº 180. Este acto, posiblemente el más masivo de la etapa, prestó especial atención a las mujeres de los presos y desaparecidos, rindiendo un homenaje a dos viudas de desaparecidos, concretamente las de los últimos alcaldes republicanos de Santa Cruz y Buenavista, José Carlos Schwartz y Antonio Camejo. El propio Juan Pedro Ascanio resumió el acto y su sentido, diciendo que “quizás pudiera ser el primer homenaje público a la mujer española que sufrió la guerra”, proponiéndose en el mismo la elaboración de placas que recordaran a estas víctimas, a veces no tan visibles, de la guerra y la represión.
A modo de cierre de esta etapa podríamos poner otro cincuentenario, el del inicio de la Guerra Civil. En septiembre del año 1986 se rindió un homenaje a víctimas, como el profesor palmero fusilado, José Miguel Pérez. Con esa ocasión, el PCE colocó una placa cerca de la fosa común del cementerio de Santa Lastenia, en la capital tinerfeña. Todavía está allí, y dice: “Este lugar fue fosa común de los fusilados durante la Guerra Civil 1936-39 en Santa Cruz de Tenerife. En su memoria. A los 50 años y para que ¡nunca jamás! Se repitan tales hechos”. Este homenaje se repitió en La Palma, colocando una placa en su casa natal, con presencia de su hija, que posteriormente fue retirada con cierta polémica.
Estos primeros intentos de rescatar la memoria se hicieron con mucha valentía, a veces con cierto miedo. Fueron gestos que iniciaron un camino que a día de hoy parece difícil de desandar, aunque no imposible. Costó treinta años más que se crearan leyes para democratizar los espacios públicos y rendir tributo a quienes sufrieron la brutal represión desatada por los golpistas. Incluso en el siglo XXI todavía quedaban miedos vivos, de familias que pasadas muchas décadas no querían nombrar a sus familiares que estuvieron presos, de víctimas que nunca nombraron a sus torturadores y de fosas olvidadas.
Desde 2023 hemos visto florecer un nuevo miedo, el de algunas fuerzas políticas que quieren sepultar cualquier atisbo de dignificación de estas personas, acabando con leyes que son básicas para la higiene democrática. Ya no se trata solo de no financiar los estudios para localizar los restos de las víctimas o que no les interese retirar homenajes al franquismo. Ahora algunos defienden la dictadura y cambian leyes que tanto costaron, quizás por ello, cuarenta años después del primer gran encuentro de víctimas del franquismo en Canarias, reivindicar a los que rompieron las barreras del miedo sea una necesidad y no dejar caer nuevamente la losa del olvido, una obligación democrática.
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