Ahora que las temperaturas bajas ya se han instalado de forma indiscutible, la calefacción se ha convertido en una de nuestras grandes aliadas para protegernos del frío. Y es un buen momento para plantearnos una cuestión que pocas veces nos detenemos a pensar: cuál es la mejor temperatura para ponerla y lograr ese delicado equilibrio entre mantenernos cómodamente abrigados y conseguir una temperatura adecuada, sin excesos.
Es difícil definir con exactitud cuál es la temperatura ideal para mantener la calefacción en nuestras casas durante estos días de frío porque la percepción de calor es muy subjetiva y puede variar de manera considerable de una persona a otra. Sin embargo, sí hay unas recomendaciones oficiales y estudios que evidencian que existen algunos inconvenientes a la hora de calentar demasiado el ambiente en el que vivimos. ¿Realmente pueden afectar unos grados de más en nuestra salud?
Qué ocurre si la temperatura de la calefacción es demasiado alta
La temperatura influye, y mucho, en nuestro bienestar. Trabajo eficiente, sueño adecuado, buen humor… aunque no lo parezca, las condiciones térmicas de nuestra casa influyen en todo esto.
Poner la calefacción por encima de la recomendada puede acarrear problemas de salud, que varían en función de cada persona y de condicionantes como la edad o de si existen o no enfermedades crónicas, y también del tipo de sistema de calefacción que tenemos en casa (radiadores, leña, bomba de calor, entre otros).
Algunos de los principales problemas para la salud de una temperatura demasiado alta son:
Infecciones respiratorias
El aire seco y la falta de humedad tienden a disminuir la humedad en el ambiente, lo que puede afectar las membranas mucosas de la nariz y garganta, comprometen las mucosas del sistema respiratorio y crean un caldo de cultivo para bacterias y virus y, por tanto, aumenta el riesgo de infecciones respiratorias, sobre todo en personas que sufren enfermedades crónicas como asma o EPOC, que son las más propensas a sufrir complicaciones derivadas del uso de la calefacción.
Las bombas de calor de aire caliente, que movilizan el aire, pueden arrastrar partículas de polvo, ácaros u otros microorganismos que aumentan los síntomas en personas alérgicas. En este sentido, la limpieza de filtros y la desinfección de la bomba son cruciales para minimizar estos efectos.
Sequedad ocular
Con la calefacción muy alta, el aire se vuelve más seco, lo que significa que hay menos humedad en el ambiente, algo que notamos más en espacios de interiores en los que los niveles de humedad son reducidos. Cuando el aire es demasiado seco, aumenta el riesgo de irritación y reducción de la humedad de la superficie del ojo. Aunque pueda parecer que el verano es el momento en el que esto puede ser más evidente, algunos estudios han demostrado una mayor tasa de casos de ojo seco en invierno. Y la razón la encuentran en una combinación de calor y sequedad derivada de la calefacción interior.
Problemas de sueño
Cuando dormimos, nuestra temperatura corporal desciende, coincidiendo con la liberación de la melatonina, la hormona del sueño. Por tanto, bajar el termostato por la noche puede funcionar porque se sincroniza con estas fluctuaciones naturales de temperatura, y le estamos diciendo a nuestro cuerpo que se acerca la hora de dormir.
En cambio, nos será más difícil conciliar el sueño si en nuestra habitación la temperatura es demasiado alta, precisamente porque interfiere en la capacidad de termorregulación de nuestro cuerpo. El resultado puede ser malestar, inquietud y fatiga.
La temperatura ideal para dormir en casa suele estar entre los 15⯰C y los 19⯰C, y es posible incluso que durmamos mejor si respetamos esta temperatura. Si hace demasiado frío o calor, se altera la temperatura interna, lo que a su vez puede hacer que el sueño se vea interrumpido.
Dolor de cabeza
Este suele ser un síntoma habitual cuando la calefacción se mantiene alta debido a la vasodilatación. El calor baja la presión arterial, reduciendo el flujo sanguíneo en el cerebro, lo que genera síntomas molestos.
Deshidratación de la piel
No decimos nada nuevo cuando afirmamos que los meses fríos del invierno no son buenos amigos para nuestra piel. El calor interior de las viviendas es una de las causas de la deshidratación de la piel, sumado al hecho de que no acostumbramos a ir con la botella de agua en la mano. Mantenernos expuestos al aire seco de nuestras casas en inviernos hace que perdamos líquidos y nos deshidratemos. Al encender la calefacción, la mayor parte del aire con el que entramos en contacto es seco y carece de humedad. Esto da como resultado una piel deshidratada y escamosa que se irrita fácilmente.
¿A qué temperatura ponemos el termostato?
La temperatura máxima de calentamiento debería rondar entre los 19 °C y los 23 °C, aunque la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda calentar la casa a 18°C en invierno. Las temperaturas superiores a 25⯰C se consideran demasiado altas. Pero, para un bienestar completo, también conviene pensar en otro factor igual de importante: la humedad del aire que, aunque no se ve, es clave. Debemos tener en cuenta que los niveles de humedad del aire también pueden ser un indicador de calentamiento excesivo, considerándose un rango normal del 50 al 55%.
Una humedad por debajo del 50% significa que el aire está demasiado seco, es decir, que la calefacción está demasiado alta y, por tanto, puede ser conveniente y necesario usar humidificadores especiales. Pero una humedad del aire superior al 60-70%, en cambio, favorece la proliferación de microorganismos, mohos y ácaros, agentes especialmente alergénicos, que pueden ser nocivos para la salud.
Qué otras cosas podemos hacer además de ajustar bien el termostato
Cuando el problema es una humedad excesiva podemos contrarrestar este problema con el uso de deshumidificadores, que ayudan a reducir el exceso de humedad y a prevenir, por tanto, el crecimiento de moho. Nos permiten, además, mejorar el confort general.
Pero si el problema es el ambiente seco, en lugar de apagar la calefacción por completo y quedarnos temblando, el uso de un humidificador es una buena alternativa para aliviar problemas como la sequedad de la piel o de los ojos. Un humidificador nos permite reponer los niveles de humedad en el aire, algo especialmente útil cuando usamos mucho la calefacción: un humidificador configurado al 60% en invierno puede llegar a reponer la humedad en la capa superior de la piel, según Harvard Health Publishing.
Otra forma de evitar problemas es, aunque nos parezca contradictorio durante los meses fríos, ventilar la casa cada día durante unos cinco a quince minutos. Esto mejora la calidad del aire porque permite que este se renueve y se limpie y evita los riesgos de salud asociados con el moho. Eso sí, es importante que lo hagamos en el momento del día en el que no tengamos la calefacción encendida.