Los europeos de todos los continentes tenemos una misión

No tenemos mucho tiempo. Así que organicémonos rápido los europeos. Ayer nos despertamos con la suspensión de la ayuda militar norteamericana a Ucrania: lo notarán enseguida en el frente. En dos o tres meses, la situación será crítica. Hay que ponerse a trabajar. Y lo primero es saber las fuerzas que tenemos. La cumbre de Londres del pasado domingo fue un buen recuento: ¿quiénes somos los europeos? Venid a Londres, pidió el primer ministro británico. Y con eso se incluyó en el recuento. Fantástico. No era evidente: si la “relación especial” que los ha unido a EEUU desde hace siglos (con un idioma y un sistema legal común, entre otras muchas cosas), o si un simple gobierno como el de Boris Johnson hubieran hecho caer a Reino Unido de otro lado, estaríamos mucho peor.
Canadá también vino al recuento. Pronto Australia y Nueva Zelanda se sumarán, así lo creo. Y muchos más. Existen amplias zonas europeas en los propios EEUU. Según las últimas noticias, ha habido un aumento sorprendente de solicitudes de nacionalidad británica el último trimestre de 2024. Potenciales exiliados de talante previsor. Los acogeremos cuando llegue el día, por supuesto. Más europeos -que se tenían hasta ahora por estadounidenses sólo por haber nacido en California- se unirán también.
En el revolucionario desorden mundial de Trump, la situación es de raigambre bilbaína: los europeos somos en este momento de donde nos da la gana. Porque lo importante no son las fronteras, sino las convicciones. No sabemos hacia dónde va todo esto, pero sí el equipaje que llevamos: la defensa de la democracia liberal y social, la esperanza de un mundo humano basado en reglas y orientado a la paz; el diálogo como herramienta.
Hasta hace poco más de un mes, se atribuía el liderazgo del llamado “mundo libre” a Estados Unidos. Ahora ese liderazgo está en la Europa de fronteras bilbaínas, la que incluye Dover y la península del Labrador. La que va a seguir cuidando las tumbas de los soldados norteamericanos que murieron en la playa de Omaha.
Hay que erigir con rapidez esa alianza mundial de democracias liberales y sociales, para defender el diálogo multilateral y el respeto al Derecho Internacional (con todas las reformas necesarias, sí, eso hay que abordarlo también). Lo más importante para seguir sumando aliados en el recuento es dejar claro que esto no va sólo de Ucrania. Los ucranianos han tenido la mala suerte de que les haya tocado ser el aperitivo del menú imperial que están cocinando Rusia y EEUU. Por supuesto apoyar a Ucrania es vital, pero las potencias imperiales nunca se sacian: después del aperitivo, comen primer plato, segundo, tercero… Apoyar a Ucrania resulta urgente, pero esto no va de unos territorios en el Donbás. Esto va de vivir en un mundo con normas o en un mundo donde se aplique la ley del más fuerte. Estoy segura de que un Brasil y un México se sienten europeos del continente americano. Esto trata de cómo preservamos las organizaciones multilaterales (reformadas, sí) para que sigan protegiendo el comercio mundial y los acuerdos de paz. Seguro que Chile haría frontera con la Europa bilbaína. Y Colombia y Uruguay y tantos otros. Japón es otro pedazo de Europa en Asia.
Todo empieza por hacer bien el recuento: ¿cuántos somos los demócratas de este mundo? ¿Cuántos los que creemos en la empatía y el cuidado, y no en el odio, como forma de relacionarnos con los demás? ¿Cuántos en el humanismo y el cuidado de la tierra? ¿Cuántos hemos leído a Hannah Arendt y sabemos a qué huele el totalitarismo? Pues eso. Somos muchos: cientos de millones de personas, decenas de países, decenas de líderes democráticos del mundo. Con poder para tomar decisiones.
Los europeos de todos los continentes tenemos una misión. No va a ser fácil, pero valdrá la pena. Juan Ramón Jiménez nos exhortaría diciendo: “Démonos fuerza cada día con nuestra propia obra”. En nuestra obra figuran desde la Constitución de Cádiz hasta la Resistenza partigiana de Italia, pasando por los artículos de Albert Camus en Combat y la entrada de La Nueve en París. Dejemos de perder tiempo descifrando lo que quiere Trump, o especulando sobre lo que hará de madrugada su ego de narcisista herido. Dejemos de reaccionar. Empecemos a pensar en el mundo que queremos nosotros, los demócratas de todos los países. Se está quedando un siglo precioso para imaginar una paz mundial verde y democrática. Sólo hay que echarle imaginación política. Y ser muy rápidos. Vamos.
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