Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

¿Qué pintamos las mujeres en el mundo Trump?

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, este martes en el Despacho Oval de la Casa Blanca.
8 de febrero de 2025 22:33 h

3

Bianca Censori es una australiana de veintinueve años con un máster en arquitectura dueña de una cara y un cuerpo preciosos que, además, está casada con Kanye West, actualmente Ye: rapero, diseñador, empresario, ex de Kim Kardashian, trumpista, admirador declarado de Hitler. Desde su boda en 2022, Censori apenas es vista en público sola y apenas es vista en público con ropa. Su última aparición en los Grammy, desnudándose bajo la atenta mirada de Ye, no despertaba ninguno de los sentimientos más comunes que se experimentan normalmente cuando otra persona se quita la ropa: excitación, escándalo, diversión, moralismo. Ella parecía más un objeto al servicio de la promoción de su marido que un sujeto, una sensación que se intensifica porque ella nunca suelta una palabra, ni hace un gesto de más (solo los que le indica su pareja) ni expresa ninguna emoción.

Melania Trump saltó a la fama en los años 90, cuando empezó a salir con el actual presidente de EE UU: ella era modelo y tenía 28 años, él, 52. Con sus ojos rasgados, sus pómulos increíbles, sus outfit de espía soviética y su renuencia a hablar de asuntos personales (ni de cualquier otro asunto) y a mostrar sentimientos, siempre ha sido un enigma para los americanos que ya la tienen por segunda vez de primera dama. En la segunda toma de posesión de su marido llevaba un sombrero a tipo canotier elaborada por la firma independiente Eric Javits, que escondía sus ojos, lo que dio lugar a todo tipo de memes y explicaciones semióticas. Su personalidad silenciosa y casi vacía contrasta con la inagotable fanfarronería y exposición mediática de su marido.

Las mujeres del séquito de Donald Trump siempre han tenido una estética casi clónica, que en EE UU se denomina look de presentadora de Fox: melenas oxigenadas y cuidadas, tallas que no superan la 38 pero con curvas, bronceado impecable de campo de golf y un fondo de armario repleto de vestidos hiperfemeninos de colores vivos de marcas como The Chiara Boni La Petite Robe, Diane von Furstenberg y Karen Millen. Muchas, como la nueva secretaria de prensa de la Casa Blanca, de 27 años, la persona más joven en este puesto, están casadas con hombres que les doblan la edad y pertenecen al club de las segundas o terceras esposas, algo muy común en el nuevo gabinete presidencial.

¿Para qué os cuento todo esto? He estado pensando en las primeras semanas de mandato de Trump y en cómo está discurriendo un gobierno que parecía amenazar el lugar de las mujeres en el mundo. De momento, las amenazas de Trump son bastante universales y los gestos contra nuestros derechos tienen que ver con la gran obsesión trans de la derecha populista: establecer que solo hay dos sexos, masculino y femenino y promulgar un decreto llamado Sin hombres en deportes femeninos para impedir que las mujeres trans participen en deportes de competición con otras mujeres. No ha habido, de momento, ninguna ofensiva contra los derechos reproductivos, a pesar de que la baja natalidad de los estadounidenses, especialmente los blancos, fuera uno de los temas de campaña. Pero desde el inicio el gobierno ha transmitido una suerte de empoderamiento masculino. El mensaje ya lo dejó claro Mark Zuckerberg en una entrevista con Joe Rogan: la cultura empresarial estadounidense necesitaba recuperar su hombría. Los hombres han sufrido un proceso de emasculación emocional y cultural del que ahora tienen que recuperarse y, en ese proceso, mujeres como Bianca Censori, Melania Trump o las presentadoras de la Fox representan el nuevo ideal femenino: jóvenes (más que ellos), bellas, silenciosas, enigmáticas y que asumen encantadas su papel en la nueva corriente masculinista en la cultura y en la política.

En su libro de 1991 “Backlash: The Undeclared War Against American Women”, Susan Faludi habló de ciclos de revanchismo masculino contra las sucesivas oleadas de feminismo. Ese revanchismo no es explícito, es simplemente una exaltación de los valores asociados a la masculinidad en todos los ámbitos de la vida. En las empresas dirigidas por los broligarcas, en el departamento DOGE de Elon Musk en el que todos sus minions, jóvenes ingenieros menores de 25 años, son hombres, en la cultura basada en los deportes de contacto, las criptomonedas, el gaming y los medios alternativos, en los grupos activistas que pululan alrededor de Trump y los suyos. “Creo que tener una cultura que celebra un poco más la agresión tiene sus propios méritos realmente positivos”, dijo Zuckerberg, hablando de un mundo en el que los hombres dominan la mayoría de los trabajos de alto nivel y los salarios más sustanciosos. Solo el 25 por ciento de los empleos tecnológicos están ocupados por mujeres, con lo que masculinizar las empresas sirve, sobre todo, para erradicar cualquier política que promocione a las mujeres a puestos ejecutivos.

Trump prometió en campaña ser un protector de las mujeres “les guste o no”. No habrá guerra de sexos con el trumpismo, se impondrá la vieja y conocida dominación masculina de apariencia protectora y hasta liberadora, en el que las decisiones las tomarán ellos y el poder estará en manos de ellos. La historiadora feminista Sheila Rowbotham decía que el feminismo era imposible sin el desmantelamiento capitalismo salvaje y un replanteamiento de los patrones cotidianos de la vida, relacionados con el sexo, el amor, las tareas domésticas y la crianza de los hijos. El trumpismo nos ha colocado a todos en la dirección opuesta. 

Etiquetas
stats