El Barrio Gótico de Barcelona: una de las mentiras mejor contadas de la arquitectura

Pocos visitantes lo saben, pero el llamado Barri Gòtic de Barcelona, ese laberinto de callejuelas que parece salido de una novela histórica, no es tan antiguo como aparenta.
Aunque hay edificios medievales auténticos, gran parte del barrio fue reconstruido —e incluso inventado— entre finales del siglo XIX y principios del XX. Lo que parecía un viaje en el tiempo era, en buena parte, una cuidada escenografía urbana.
Todo comenzó con un proyecto urbanístico: la apertura de la Via Laietana, entre 1908 y 1913, que arrasó con más de 80 calles y 300 edificios.
En medio de los escombros, surgió una idea: crear un barrio gótico que no existía, utilizando restos arquitectónicos y añadiendo nuevos elementos inspirados en el pasado.
La catedral, el Pont del Bisbe y otras falsedades bellas
Un ejemplo claro es la fachada de la catedral de Barcelona, que se terminó en 1913 siguiendo un supuesto diseño medieval rescatado de unos archivos eclesiásticos.
Más llamativo aún es el Pont del Bisbe, el fotogénico puente que une dos edificios oficiales en la calle del Bisbe: fue construido en 1928 y su estilo, de gótico flamígero, tiene más de Flandes que de Catalunya.
Tampoco se salvó de esta fiebre de reconstrucción la Casa Padellàs, que fue desmontada piedra a piedra de su ubicación original y reubicada en la Plaça del Rei.
Hoy alberga el Museu d’Història de Barcelona, construido sobre ruinas romanas que sí son auténticas. O el Reial Cercle Artístic, al que se le añadieron ventanas y elementos decorativos extraídos de edificios derribados.
La invención de un pasado común
El impulso por crear este “barrio gótico” no fue casual. A finales del siglo XIX, Barcelona empezaba a revalorizar su pasado medieval como símbolo de identidad frente a la modernidad industrial.
El proyecto tenía dos ejes: embellecer el entorno de la catedral y recuperar parte del patrimonio destruido por la apertura de la Via Laietana.
Intelectuales como Ramón Rucabado promovieron esta idea en prensa y desde instituciones municipales. Incluso se llegó a sugerir la prohibición de vehículos y la sustitución del mobiliario urbano moderno por farolas y losas “de estilo”, aunque no fueran fieles al original.
El arquitecto Joan Rubió i Bellver, discípulo de Gaudí, fue más claro aún: “¡El Barrio Gótico no existe!”. Su propuesta era crear uno, sin complejos. Derribar lo que no tuviera valor, añadir gárgolas donde hiciera falta y construir una versión idealizada del pasado.
Aunque su proyecto no se ejecutó del todo, el espíritu se mantuvo: se trataba de sugerir un ambiente gótico, más que conservar el real.
Entre el mito y el mármol: ¿importa que no sea auténtico?
Hoy millones de turistas se pierden por estas calles creyendo caminar por una ciudad del siglo XIV. La muralla romana, descubierta durante las obras, aporta una dosis de autenticidad.
Pero muchos de los elementos que rodean lugares tan emblemáticos como la Plaça Sant Jaume o la de Sant Felip Neri son el resultado de traslados, añadidos y reconstrucciones.
Lejos de ser un fraude, este Gòtic artificial es parte de la historia de Barcelona: la de cómo una ciudad decidió reimaginar su pasado para proyectar una identidad. Es, en el fondo, una mezcla de verdad y deseo, de piedra y narrativa.
Y aunque no todo sea lo que parece, el resultado es una de las ficciones urbanas más bellas de Europa.
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