El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.
La defensa del lobo: una argumentación científica y una cuestión moral
Dibujo de Javier Talegón Sevillano
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El jueves 20 de marzo de 2025, en el Congreso de los Diputados, se aprobó una enmienda, presentada por el Grupo Parlamentario Popular y apoyada por Vox, Junts y PNV, al Proyecto de Ley de Prevención de las Pérdidas y el Desperdicio Alimentario. Con dicha enmienda se pretende suprimir la protección de la que gozaba Canis lupus, el lobo, desde hace tres años y medio, tras ser incluido por el Ejecutivo nacional en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (LESPRE).
La enmienda se apoya en los residuos alimentarios que genera el lobo cuando ejerce su actividad de caza sobre la cabaña ganadera en extensiva. Serán muchos esos residuos, se dirán algunas personas, como para que el lobo sea expulsado de la zona de confort que había adquirido al norte del río Duero, que lo protegía de su persecución ancestral. Prometo analizar las cantidades, pero más adelante. Mantengamos el suspense.
El lobby de ganaderos en extensiva y, cómo no, el de cazadores -tantas veces coincidentes- aplauden la enmienda hasta con las orejas. “¡Qué ocurrencia más buena, tío!”, comentan entre ellos, “¡Qué sapiens son los que nos representan! ¡Por fin han dado con la rendija para entrar a dinamitar a esos ecologetas de mierda!”.
¡Qué ilusos! ¿Creerán que quienes tenemos depositada en lupus la salud de los ecosistemas ibéricos, y la nuestra propia, vamos a quedarnos de brazos cruzados? Si fuera así, son más necios de lo que pensaba. No se imaginan que la sidra o los vinos con los que están celebrando esta increíble ocurrencia les van a acarrear la peor de las resacas posibles, y que, tras la bacanal, seguirán teniéndonos de frente, defendiendo un patrimonio natural que a nadie pertenece. Porque de lobos nos conformamos, como ellos de nosotros. Preparados estamos, porque durante estos años de tregua nos hemos mantenido en alerta y en constante indagación para defender su causa, la de lupus, que es la nuestra. Dispuestos a rebatirles cuanto se les ocurra para terminar haciendo un rebuñito de papel con todo ello y jugando a encestarlo en la hoguera de las falsedades.
Confieso que después de leer la noticia sentí un bajón de energía importante. En breves minutos me había consumido en sobrecogimiento, enfado, tristeza, rabia, indignación y asco, mucho asco. Me sentía maniatada, incapaz de responder a la vileza.
Afortunadamente, aquella especie de desesperación duró poco y se fue diluyendo al sentirme en conexión con la manada, también humana. Al darme cuenta de que aquella enmienda podía ser rebatida como siempre habíamos hecho, tirando de ciencia, de pensamientos filosóficos, de derechos adquiridos y de sentimientos positivos hacia una especie que tantas buenas enseñanzas nos ha proporcionado desde millones de años atrás, y sigue haciéndolo. Lo haremos con la calma que requiere asegurar la pervivencia de esta especie y de cada uno de sus individuos; asegurándonos no solo de preservar su viabilidad genética, en peligro por el afán humano de controlar su número, sino de mejorarla. La salud de las especies ibéricas y la nuestra, como homínidos que somos, están en juego.
El proyecto de ley donde se ha colado la enmienda establece fines y estrategias que atañen a productores, distribuidores y consumidores. Los ganaderos, como productores de carne y derivados, pueden verse obligados a disponer de un plan de prevención para minimizar los riesgos que generen los residuos fruto de su actividad. Entre otras cosas, un adecuado plan de manejo del ganado guardaría relación, por ejemplo, con la tenencia de perros protectores, de rediles y de pastores que eviten a los animales el estrés o la matanza en caso de ser atacados por lobos.
Pues hete aquí que el lobby de ganaderos no lo ve de esta manera. Entienden que, si su actividad productiva sucede en territorio lobero, en caso de amenaza o de ataque, a quien hay que eliminar de su hábitat es al lobo. Y que la Administración debe autorizarlo para solucionar el conflicto, y correr con los gastos que se generen en el proceso. ¿Pero quién es el okupa en este caso, el ganadero o el lobo?
La inquina sobre el lobo tiene su base en un antropocentrismo exacerbado, nutrido por la tradición judeocristiana, en la que los humanos somos los elegidos y señalados por Dios, y el lobo representa al diablo, capaz de enfrentarse a Jesús, el cordero que quita el pecado del mundo. Un cuento que esconde la ambición y soberbia de unos cuantos.
La humanidad con conciencia y ética ecológica no está para ver cómo este colectivo echa una vez más balones fuera, sino para exigirles responsabilidades o, dicho de otra manera, profesionalización. De no ser así, que se dediquen a otra cosa, como escuché decir el otro día, en su canal de Instagram, a un querido compañero lobero.
Que no les quepan dudas de que todo esto, y más, se pondrá sobre la mesa de debate con nuestras exigencias, y que se adjuntarán, una vez más, las investigaciones y publicaciones científicas que fueron puestas en valor hace menos de cuatro años para que el cánido silvestre se incluyera en el LESPRE.
Para que quien se aproxime por primera vez a la vieja-nueva causa del lobo encuentre argumentos de peso para defenderle, recordaré algunas de esas investigaciones y comenzaré ofreciendo algunos aspectos relevantes de las mismas.
Los daños a la cabaña ganadera por parte del lobo aumentan al año siguiente de haber ejercido control letal sobre su población. Algo del todo lógico, por otra parte. Si se diezma la manada o el grupo familiar, los restantes preferirán cazar una oveja mansa que abatir a un ungulado con cuernos, que los utilizará para intentar zafarse de ellos. Sobre todo, si esa oveja no está adecuadamente protegida, como sería de ley. Vamos, que la matanza de algunos lobos, lejos de reducir daños a la ganadería, los incrementa. Esto se conoce, como poco, desde 2013, a través de estudios científicos realizados en Yellowstone -estados de Idaho, Montana y Wyoming- o en el Principado de Asturias.
En cuanto al número de grupos familiares de lobos, las variaciones experimentadas durante el periodo en que la especie ha permanecido en el LESPRE no son significativas desde el punto de vista científico, pero los bulos aportados por el lobby ganadero, y recogidos y ampliados por la prensa sensacionalista y amiga, refuerzan y perpetúan esa actitud enconada hacia el cánido silvestre que aún perdura entre buena parte de la población, y no solo de la rural.
La población de lobos en la península ibérica, con los datos científicos en la mano, está en un estado de conservación desfavorable, estancada en términos numéricos, pues, tal y como me comenta Javier Talegón Sevillano, zoólogo y experto en lobos, qué supone un aumento de un 4 % en Castilla y León, como aporta la Junta, en una especie que tiene estrategias reproductoras eficaces. Aceptando el dato, lo cual es mucho aceptar, dada la costumbre de esta Administración a engordar el censo, ese incremento resulta científicamente irrelevante. En Alemania, por ejemplo, han pasado, en veinticinco años, de cero a casi doscientas parejas reproductoras.
En nuestro país eso no podría ocurrir. El lobo ibérico ocupa en el noroeste peninsular un cuarto de su distribución original, la que tenía en torno al año 1800, entre otros motivos por la presión cinegética sufrida desde entonces, o por el cruce histórico con perros, que ha facilitado dispersiones más cortas o una mayor dificultad para recolonizar antiguos territorios. Como consecuencia de todo ello, Canis lupus sufre de endogamia y el control letal sobre la especie no haría más que empeorar su salud.
¿Acaso esto no es decisivo como para dejar en paz al lobo? Parece ser que no. A lupus también se le culpa de no pedir el táper para llevarse las sobras a la guarida y compartirlas tranquilamente con su familia y colegas, generando así residuos alimentarios y dejándolos en medio del campo.
Dibujo de Javier Talegón Sevillano
Ha llegado el momento de aportar el dato que ofrecí al principio del artículo. De todo el desperdicio alimentario que se produce en nuestro país, el del lobo representa escasamente un 0,27 %, mientras que los residuos que los humanos generamos a nivel doméstico suponen un 85 %. ¿De verdad pensamos que esa cifra justifica la matanza de cientos de lobos al norte del Duero?
Suena a broma de mal gusto. Razones hay para reírles en la cara a esos matones de tres al cuarto que lo pretenden, y es lo único para lo que se entrenan y de lo que presumen. Canis lupus se merece otra vida distinta, pero Homo sapiens también, y se podría tener. Claro, no valdría con poner parches al sistema que entre todos conformamos en lo ético y en lo político. Debemos ser valientes y atrevernos a repensarlo, a revolcarlo, que es más gráfico, para seleccionar aquello que pueda retomarse desde otras perspectivas.
Como bien argumentaba el filósofo y político John Stuart Mill en el siglo XIX: “Cualquier transformación política debe ir acompañada de la evolución moral de los individuos. Se trata de un fenómeno de retroalimentación. Ética y política se encuentran indisolublemente ligadas (…)”. En un régimen democrático como el nuestro, en el que la ciudadanía deja en manos de unos pocos la responsabilidad de procurar calidad de vida a todo lo vivo, deberíamos pensarnos muy mucho a quién otorgamos ese rol mediante nuestro voto. ¿Qué deberíamos hacer para mejorar en algo la situación? Vuelvo a Stuart Mill para cerrar su cita: “(…) Nuestras actitudes éticas deben extenderse también a la naturaleza y a los individuos no humanos”.
Llegado este punto, convendría preguntarnos: ¿los grupos políticos que han apoyado la enmienda están a la altura moral que se requiere para preservar la vida en nuestro planeta? ¿La del lobo? ¿La nuestra? ¿La de su ganado? Con todo lo argumentado hasta aquí, apostar por el control letal del lobo parece propio de personas de baja estofa moral.
Es tiempo de poner en valor una ética ecológica. Es hora de reconocernos parte de un todo que llamamos naturaleza y de preguntarnos, recordando a Val Plumwood, filósofa ecofeminista australiana del siglo XX, cuánto hay del otro ser en mí (el lobo, en este caso), y no al revés. De romper con el antropocentrismo que sostiene nuestra cosmogonía, jerarquizada y representada de forma piramidal, en la que el ser humano, como nos aporta Alicia Puleo, queda por encima de todas las demás criaturas naturales, utilizándola para justificar la explotación más despiadada de los otros animales.
Por todo ello, el lobo merece vivir. Porque es ecosistema, no porque preste servicios al ecosistema, según expresa Alberto Fernández Gil, investigador del CSIC. Si con el lobo el ecosistema está sano, sin él no lo estaría.
También es tiempo de encontrar sistemas dialógicos que sustituyan la lógica del dominio propia del sistema patriarcal. La dialógica que los ganaderos y los cazadores establecen con el ganado y el lobo es exclusivamente monetaria. Ejerciéndola, experimentan dominio, poder y placer. Para la elaboración de la enmienda en cuestión, no han contado con sujeto alguno que no fuera el ganadero; los demás agentes son objetos. Cabezas de ganado, litros de agua consumida en la producción de sus tejidos, vegetación rumiada para su transformación en proteína o tierras compradas o alquiladas por el empresario. En el escenario vital de ese colectivo, así como en el de los cazadores, el de algunos políticos profesionales o el de quienes les apoyan con su voto, solo hay objetos cárnicos o piezas de adorno colgadas en el salón de sus casas con las fauces ensangrentadas: en este caso, las del lobo, intercambiables por billetes de dinero.
¿Qué sistema moral sostiene ese mercadeo destructor de vida, por muy legal que sea?
Sobre este blog
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