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Las familias del cuartel de la Guardia Civil de Toledo están sufriendo días de angustia intolerable. Los medios de comunicación locales se hacen eco de esta angustia, pero no son antídoto suficiente contra el veneno de la incertidumbre, de no saber cómo organizarse, de empezar una etapa en la que todo es incierto.
Las angustias de esas familias debieran ser nuestras angustias, pues los padres y maridos de esas familias se dedican por profesión a proteger a los ciudadanos de los males que les puedan acechar. Su trabajo es nuestra tranquilidad. Luego son algo nuestro, vecinos del barrio, benefactores anónimos, protectores desconocidos, aunque ellos resten importancia a lo que hacen porque entienden que es su deber.
A todos nos afecta ese drama y la inquietud que están experimentando. Y es que a esta situación se ha llegado tras un enorme fracaso colectivo. Desde el año 2000 se viene hablando de la necesidad de un cuartel nuevo en Toledo. Y aquí estamos en el año 2025 sin que hayamos sabido darles como sociedad una salida a las necesidades de estas familias de vivir en lugares dignos. Tras esto se encuentra el fracaso sostenido y mantenido de unos dirigentes incapaces de articular unas propuestas que hubieran evitado estas angustias. Ahora todos corren a ofrecer fórmulas que no resuelven nada, porque siempre quedan los descolgados, quienes tienen que desplazarse a comandancias que no precisamente están en las mejores condiciones.
Y como sus protestas no serán como la de otros colectivos, ruidosas y jaraneras, porque la disciplina que practican exige la discreción y la ausencia de escándalo, deberemos ser los ciudadanos normales quienes nos situemos en el lado de los que se angustian ante el temor de no saber a qué se enfrentan.
Así que, ruego, entiendan los afectados este escrito como una denuncia cívica que sirva para paliar, si eso es posible, la angustia y el cabreo de 150 familias que en este frío final de invierno no saben, de momento, donde estarán mañana.
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