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CV Opinión cintillo

Cuando más dolía, Bielsa estaba

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Desde el fatídico 29 de octubre comenzamos a vivir una verdadera pesadilla. Aunque las cosas han ido evolucionando, las heridas personales, mentales y materiales serán inolvidables. Por diversas circunstancias de todo tipo, Paiporta ha sufrido como pocas poblaciones. Los medios de comunicación y la sociedad española en su conjunto han instalado el foco en nuestro dolor.

No es menos cierto que la tragedia ha desencadenado una ola de solidaridad que certifica la esperanza y la bondad del género humano. Así debemos entenderlo, a pesar de las toneladas de fango y rabia contenida y desatada.

La Dana nos ha proporcionado una tremenda lección sobre la dualidad del género humano: capaces de lo mejor y también de la mezquindad que se instala en determinados palacios.

Claro que vivimos episodios de alto voltaje, como la visita de los Reyes y demás autoridades. Claro que, tras las horas y los días más oscuros de nuestras vidas, llegaron momentos de emociones indescriptibles. Imposible olvidar aquel regreso de los alumnos y alumnas a sus clases, en medio de lágrimas incontenibles de padres, madres y profesores ejemplares.

Recuerdo esa entrada y el rostro empañado de lágrimas de los primeros niños que encabezaban la fila de la esperanza y de un futuro nuevo. Lágrimas que también asomaban en los ojos de aquellos aguerridos militares y fuerzas de seguridad, que quisieron flanquear, como ángeles custodios, el retorno a una especie de nueva normalidad.

El emocionado reencuentro con la vida, con amigos y docentes en su renacido hábitat natural. Recuperar algo de lo cotidiano era, sencillamente, heroico.

Y allí, en una segunda o tercera fila, un compañero servicial y entregado me acompañaba, como lo había estado haciendo desde los primeros compases de aquella pesadilla: Carlos Fernández Bielsa.

Claro que recordaremos a mucha gente y durante mucho tiempo. Lo haremos para bien y lo haremos para mal. Carlos formará parte de esa minoría de políticos que —no sé cómo lo hace— se crece y se multiplica cuando todo va mal.

Su primera llamada, inolvidable. Todas las siguientes, inolvidables. Su primera y puntual presencia en nuestro término municipal, sorteando toda clase de barreras y dificultades: inolvidable. Todas las subsiguientes visitas, como si no hubiese un mañana: inolvidables.

Su determinación para que no nos faltara nada de lo que él y su municipio —convertido en sede logística y humanitaria para cuantos lo habíamos perdido todo— podían ofrecernos: inolvidable. Carlos se desfondó por nosotros y nosotras. La suya fue una transfusión de humanidad, solidaridad y apoyo en todas las dimensiones posibles en aquellos momentos verdaderamente escalofriantes.

La suya fue, si me permiten decirlo, una exhibición de socialismo en vena. Alguien dijo que el socialismo no se lleva en los labios para vivir de él, sino en el corazón para sufrir por él. Sinceramente, se me ocurren pocas personas a las que imputar esta frase: Carlos es una de ellas.

Y ahora, en mi partido, convocamos unas elecciones primarias para dirimir quién debe ser el nuevo secretario general de esta provincia de Valencia: la provincia más castigada del país. La provincia que lucha desesperadamente por levantarse y restañar las miles de heridas y zarpazos recibidos por una lluvia furiosa y un gobierno autonómico que no estuvo a la altura de la tragedia.

¿Alguien piensa que puedo tener dudas? ¿Alguien piensa que el compañero Carlos merece ser reemplazado porque, sencillamente, ahora toca borrarlo del mapa?

Mi partido es grande e histórico. No son palabras vacías. Una historia de grandeza que acumula 146 años de gloria combatiendo toda clase de injusticias. Una trayectoria honorable en la que siempre hemos señalado nuevos horizontes de derechos y libertades. Cada paso adelante y cada avance lo ha terminado siendo para toda la sociedad.

Mi partido merece ser dirigido por personas como Carlos Fernández Bielsa: leal con los militantes, leal con las agrupaciones, leal con nuestra futura presidenta Diana Morant y, sobre todo, y por encima de todas las cosas, en el tiempo más difícil de nuestras vidas, leal con los municipios que, como Paiporta, hemos sufrido la mayor tragedia que nunca podíamos imaginar.

Cuando todo va bien, sonreír y contemporizar es fácil. Cuando todo va bien, incluso corres el riesgo de creértelo todo. Pero cuando todo va mal —y todo nos ha ido francamente mal— cambian tus esquemas de valores y el concepto que tienes de unos y de otros.

Sin desmerecer a nadie, sin criticar a nadie, valorando a todos y tratando de entender que surjan alternativas respetables, yo me quedo con el que demostró ser un líder político humano y cercano.

Un líder que creció en la desgracia, nos agarró la mano y nos habló de esperanza y futuro.

Contigo hasta el final, Carlos. 

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