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Entrevista
Ebbaba Hameida, periodista saharaui

Ebbaba Hameida: “El paso de Sánchez con el Sáhara Occidental es irreparable y años después no ha dado explicaciones”

Ebbaba Hameida, periodista en RTVE y autora de 'Flores de papel'.

Gabriela Sánchez

8 de febrero de 2025 22:33 h

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Comentan quienes más la conocen que pocas veces la han visto llorar. La periodista Ebbaba Hameida expresa sus emociones con intensidad, pero no es tan fácil ver brotar sus lágrimas. Por eso algunos de sus mejores amigos recuerdan las contadas ocasiones en las que la han visto romperse. Y su relato coincide: a su regreso a Madrid desde los campamentos de refugiados saharauis en Tinduf (Argelia), donde nació y donde vive la mayoría de su familia tras el abandono del Sáhara Occidental por parte de España y la consiguiente ocupación marroquí.

Esas lágrimas que siguen a sus visitas al desierto argelino, donde parte de la población saharaui espera en precarias condiciones hasta poder regresar a su territorio, simbolizan el enjambre de culpa, choque cultural, cruce de identidades y rabia por la historia de su pueblo descrito por la periodista saharaui en su primera novela, 'Flores de Papel' (Península).

Ese no saber si es de allí o de aquí. Esa rabia al comprender la historia que empuja a su familia a vivir en el exilio, en condiciones extremas y bajo una dependencia total de la ayuda humanitaria. No entender quién es realmente o quién debería ser. Esa culpa que ruge al volver a casa, al comer una ensalada fresca o poner el aire acondicionado y pensar en la vida en el exilio de sus familiares. Esa incomprensión al saber que su país, España, ha sido “parte del problema”.

El libro narra la historia del Sáhara Occidental a través de la mirada de tres mujeres saharauis: Aisha, Neima y Leila. Cada uno de los personajes se basan a su vez en las vivencias reales de Hameida, así como las de su madre y su abuela, tres generaciones que evidencian la injusticia que pesa sobre la población de la que fue la provincia española número 53. Unos habitantes divididos entre los campamentos de refugiados, los territorios saharauis ocupados por Marruecos y la diáspora.

La autora, periodista de RTVE, medio para el que ha realizado importantes coberturas internacionales (desde Ucrania, Somalia o Irán entre otras), utiliza el libro como una forma de reconciliarse con esos “dos mundos” entre los que ha navegado desde niña, cuando tuvo que migrar por primera vez a Europa para ser acogida por una familia italiana para atender un problema médico.

Después de otras etapas en los campamentos de refugiados, Hameida fue enviada cuando era adolescente por su familia a España para poder finalizar sus estudios. Su padre quería que fuese médica para atender a quienes malviven en los campamentos, pero acabó siendo periodista para luchar contra lo que la saharaui considera otra de las dolencias que más impacta sobre el Sáhara Occidental: el silencio.

'Flores de Papel' cuenta la historia del Sáhara Occidental, pero de una forma muy personal, a través de los ojos de tres mujeres saharauis que a su vez conectan con la historia de tu madre, tu abuela y la tuya propia. ¿Por qué decides contarlo así y publicar este libro?

Yo empecé a escribir después de un proceso de terapia. Tenía la intención de sanar heridas, de autocomprensión e incluso de autocompasión hacia mí misma y hacia lo que yo había vivido. Como niña nacida en unos campos de refugiados pero que luego se exilió y vivió entre Italia y España. Cuando la editorial Península me propone escribir un ensayo sobre el Sáhara, decidí escribirlo así para ser honesta, porque tenía la necesidad de explicar cómo este conflicto ha marcado mi vida, pero también ha marcado la vida de mi madre y de mi abuela.

Necesitaba contar y expresar todo lo que yo he sentido con respecto a esa realidad. Contar la historia de mi abuela para intentar contar también un contexto de colonización, pero luego explicar cómo la generación de mi madre tuvo que construir ese estado en el exilio y hablar de las heridas de mi propia generación. De estas mujeres en la diáspora, de estas jóvenes, con esta lucha de identidad, con una serie de temas que quizás son tabúes en nuestra propia sociedad, pero también son otros conflictos invisibles, quizás más superficiales según se vea.

¿Y qué ha supuesto para ti escribir este libro?

Es un libro de autosanación, de comprensión y de reparación. La historia de Aisha bebe mucho de mi propia vida. Es una vivencia que yo nunca había querido remover. No quería mirar atrás. Llegué a Italia con cinco años y he vivido en un contexto muy distinto a donde nací. Sufrí una separación de mi madre, que para mí fue muy traumática, y luego he tenido que compaginar esas dos vidas, buscar equilibrios constantes entre estos dos mundos.

Muchas veces me he llegado a preguntar quién es mi madre. Y esa es una pregunta muy dolorosa para una niña. O me he preguntado quién soy, de dónde soy, a quién pertenezco, porque eres extranjera en todas partes. Yo era una niña que en Italia sufría rechazo, pero también en el Sáhara era distinta a los niños de los campamentos. Entonces esa crisis de identidad ha sido muy dura para mí. Y cuando llegué a España intenté centrarme en estudiar, salir adelante, pero nunca me había fijado en esas heridas del pasado. Y el personaje de Aisha, basado en mi vida, me permite un poco eso: volver a mirar atrás e intentar comprender todo lo que he vivido, pero sobre todo hacer un ejercicio de reconciliación con las mujeres de mi vida, que pueden ser mi madre, mi abuela, pero también la mamma italiana. Esa familia que te acoge, que te abre las puertas de su casa y que muchas veces no comprende y no sabe gestionar esa acogida.

En relación a esa acogida, en la novela deslizas cómo quizá hay momentos en los que la buena voluntad no es suficiente para acoger. La familia de acogida italiana llegó a tratar de adoptar a Aisha sin consultárselo y se describe mucha presión hacia ella para que fuese una niña “como las demás”.

A las personas que emigramos, y más cuando se trata de la infancia, se nos traslada que parece que llegas y tenemos que integrarnos. Y claro, yo decía: “Pero si yo estoy integrada, si yo soy una más”. Pero son los otros niños los que te miran distinto, los que te rechazan. Yo creo que había mucho desconocimiento en Italia sobre mi propia realidad, sobre la realidad de mi familia, sobre ese contexto. Hay un ejercicio de solidaridad por parte de la familia italiana y, con todas las buenas intenciones del mundo, pero su sociedad no estaba preparada para acoger a una niña diversa. Llamaba mucho la atención y sufría mucho ese choque. Entonces se nos exige a nosotros integrarnos. Pero yo decía: ¿qué más tengo que hacer para pertenecer a ellos? Si al final tú también renuncias. Renuncias forzosamente a tus raíces, renuncias a estar con tu familia. Cuando una niña es consciente de todo lo que deja atrás y de todo ese desgarro, es muy frustrante no poder encajar en la sociedad de acogida. Yo misma intenté ponerme en el lugar de esa niña para intentar explicar lo que había vivido.

Aisha dice una frase que muy representativa: “Estar integrada es agotador”.

Sí. Eran dos mundos completamente distintos. El desierto y el Mediterráneo. Yo venía de allí con unas normas, con un contexto, con una familia, con unas necesidades muy distintas a las que yo me encontraba en Italia. Fue un choque muy grande para mí volver a los campamentos a los diez años, después de haber pasado cinco años seguidos en Italia. Volver a abrir los ojos sobre la realidad de los campamentos y comprender cómo estaba, cómo mi familia podía vivir en ese contexto. Y cuando salgo de ahí y llego a Occidente me encuentro con una mochila cargada de responsabilidad. He sentido mucha culpa por pasar el verano en los campamentos y llegar aquí y estar con aire acondicionado. He sentido mucha culpa por comerme una ensalada fría e incluso he llegado a tener épocas de sentir asco por la comida, por los excesos que hay aquí.

Luego estás aquí y te das cuenta también de una serie de carencias muy relacionadas con lo que dejas atrás. Ese anhelo constante de querer vivir algún día con mi madre. Esa nostalgia que me ha acompañado durante periodos prolongados, en los que vives aquí, pero con tu mente y tu corazón sigue allí. Es agotador que, con toda esa mochila, se te exija una serie de formas de tener que ser. Porque a las mujeres siempre se nos dice cómo tenemos que ser. A mí la sociedad saharaui me exigía y me reclamaba ser una mujer saharaui, pero luego también aquí me encontraba con una serie de exigencias, con las que también tenía que cumplir: ser una más y no tener ningún tipo de conflicto identitario. No poder quejarte, porque realmente están peor los que están allí. Es agotador.

Con esa presión de ambos mundos, esa niña llegó a inventarse un novio, y los correspondientes detalles de su historia, para sentirse más integrada. Puede parecer anecdótico, pero dice mucho de esa búsqueda de una fórmula que pueda contentar a todos, a esos dos mundos.

Era una forma de saciar la sed de los dos ambientes: a una mamá italiana que se desvive por verte integrada, por verte una más; por unas amigas que solo hablan de películas románticas y de sus primeras experiencias. Pero luego también había un clamor en el desierto para que se cuide el nombre de tu familia. Y eso también es una carga muy grande con la que hemos cargado muchas jóvenes saharahuis. Al final, para alcanzar el equilibrio hay que recurrir a la imaginación. Porque solo la imaginación puede resolver un conflicto tan grande y tan duro. Es irreal poder contentar a los dos mundos. Es tan irreal, que hay que recurrir a la ficción.

En Italia, nadie parecía comprender de dónde venía, pero en los campamentos tampoco comprendían a dónde me habían mandado. Es también una crítica a la propia sociedad saharaui porque debe saber a dónde manda a sus hijos, porque luego nos exige que lleguemos a la adolescencia como mujeres pertenecientes a una sociedad arabomusulmana y quieren volver a cogernos de la mano para cumplir con una serie de cánones establecidos por la cultura, como ser una buena mujer saharaui, velada, casarse y formar una familia. 

Pero en Italia yo veía cómo vivían su adolescencia las jóvenes de mi edad, mis compañeras, mis amigas de pequeña. Y esa no era la adolescencia que me esperaba a mí. Yo acababa de volver de un campo de refugiados, con un contexto cultural y unas normas muy exigentes. Yo venía de prometerle a mi madre y a mi abuela que sería una mujer saharaui. Donde te suplican cuidar ese nombre, ese honor de la familia, esa virginidad. Al final te sientes atrapada en tu propio cuerpo por el mero hecho de haber nacido niña. Yo no sé si un chico habría vivido ese mismo conflicto y se hubiese sentido con la necesidad de inventarse un novio.

Otra de las mujeres de tu libro es Neima, que está basada en la historia de tu madre, quien vivió desde pequeña la guerra y el consiguiente exilio a los campamentos. Entiendo que para hacer este libro y documentarte también de la propia historia de tu familia, habrás tenido también que empujar conversaciones que no se dan en el día a día. ¿Alguna conversación concreta te ayudó a comprender algo que no conocías de vuestra historia como mujeres saharauis?

Ha sido una forma de forzar la conversación, porque al final mi madre cuenta sus historias, cuenta sus anécdotas, pero es una generación que no se regodea en el sufrimiento. Es una generación que ha vivido mucho. La generación de mi madre es una generación de mujeres que se han visto forzadas a impulsar la vida en medio de la nada, a empezar de cero en uno de los contextos más adversos del planeta. Es una generación que ha renunciado a todo con tal de salir adelante. Y gracias a esas conversaciones ligadas al libro pude ponerme en el lugar de mi madre y comprender por qué me dejó marchar. Pensar que no me ha abandonado, que son las circunstancias las que la obligaron, me ha ayudado a comprender también el contexto de esa renuncia.

Creo que lo más difícil incluso para una periodista es entrevistar a su madre. Pero también ha sido muy bonito porque nos ha unido. Precisamente, hemos llegado a tener conversaciones sobre la sexualidad y sobre nuestros cuerpos. Recuerdo cuando le decía a mi madre todo lo que yo pensaba de cómo nos habían educado, del porqué de toda esa crisis de identidad que también se ha trasladado a lo sexual; y ella también me reconocía su propia vida sexual. Me ha permitido meterme en lo más íntimo, en temas tabú. Fue bonito descubrir toda su complejidad y lo que hay detrás de esa coraza. 

Ese proceso de comprender la renuncia de las mujeres de tu familia me recuerda a una reflexión con la que arranca la novela. En sus primeras páginas, Aisha se pregunta cómo se dice “sexo” en su idioma materno, el hassanía. No sabe responder y no entiende por qué. Más adelantehvuelve a reflexionar sobre ello, y dice: “Qué más da que no supiera decir sexo en Hassanía, si mi madre vive en medio de la nada”. 

Eso refleja un poco las prioridades que ha habido para cada generación. El pueblo saharaui vive anhelando una libertad. Y esa libertad tiene muchos matices. Pues quizás las mujeres de mi edad anhelan una libertad más individual, más sobre sus propios cuerpos, sobre su propia determinación como mujeres, sobre su propia identidad individual. Para ser una mujer saharaui no hace falta llevar una melfa. Para ser una mujer saharaui no hace falta cumplir con una serie de requisitos culturales, ¿no? Esa también es una libertad que se pide y que se reclama, aunque sea por parte de una generación más, una generación joven.

Sin embargo, la generación de mi madre reclama una libertad mucho más colectiva, para todo un pueblo. Es una libertad por existir. Una libertad por ser, por vivir en un territorio, por poder construir, quizás, una libertad real que se aleje de la ocupación. Para la generación de Leila -personaje que inspira su abuela- la libertad quizá está muy relacionada con la vida nómada, con una forma de estar en el mundo, con una filosofía de vivir muy arraigada al presente y a la naturaleza del desierto. Para ella el desierto es la libertad. 

Cuando Aisha descubre que hay mucho más allá que esa falta de libertad individual suya, se pregunta: “¿Cómo podía preocuparme sobre cómo se dice sexo en mi idioma?”. Y se siente superficial en comparación con las prioridades de su madre. Es un primer choque entre los dos mundos y es cuando, por primera vez, intenta coger de la mano a esas mujeres que la precedieron. 

El personaje de Leila, inspirado en la historia de tu abuela, cuenta, por un lado, una migración forzada, pero también la vida en el Sáhara durante la colonización en la que fue la provincia número 53 española. ¿Cómo describirías cómo era el Sahara Occidental durante la etapa colonial? ¿Qué te han contado quienes lo vivieron?

No me lo contó mi abuela, pero pude documentar que los saharauis eran un pueblo nómada y cuando llegaron a las ciudades españolas se dieron cuenta de que había una potencia que estaba colonizando su territorio. Lo cuento a través de la mirada de Leila, quien transmite cómo percibe ese choque cultural que supone la colonización y cómo cambia su estilo de vida. Pero también a través de Ali, su marido, intento contar la experiencia de mi abuelo que trabajó en una empresa española y que acabó teniendo amigos militares españoles, con los que convivían sin ningún tipo de problema.

Fue una colonización amable, aunque acabó en traición. Los dos pueblos convivían con mucha armonía y con mucho respeto. Los españoles en sus escuelas, por ejemplo, permitían las clases del Islam del árabe respetando a los autóctonos. No fue una colonización de querer borrar, de no respetar al pueblo autóctono, se hizo desde la tolerancia y la convivencia entre las dos culturas. 

Mis abuelos me hablan muy bien de esa colonización, pero también se cuenta cómo acaba. Y cómo acaba tiene consecuencias dramáticas para el pueblo saharaui.

Y a esa traición por parte de España y, la consiguiente invasión marroquí, se sumó un nuevo paso en ese abandono de la que fue su provincia 53. Hace unos años, Pedro Sánchez cambió la posición española con respecto al Sáhara Occidental. ¿Qué supuso para el pueblo saharaui ese giro y qué supuso para ti?

Supuso sorpresa, quizás, para los saharauis que vivimos aquí. Pero en los campamentos la gente estaba acostumbrada a que los gobiernos españoles de la Transición han ido traicionando al pueblo saharaui. Recordemos el famoso discurso de Felipe González en los campamentos. Fue hasta allí en el 76, prometió resolver el conflicto y no dejar de lado al pueblo saharaui si llegaba al poder. Llegó al poder y no hizo absolutamente nada, de hechó perjudicó al pueblo saharaui. Y lo mismo ha pasado con los distintos gobiernos, da igual el color político. Pero el paso que ha dado Sánchez es irreparable, es inexplicable. 

Los saharauis podríamos llegar a comprender o tolerar por qué España hizo tan mal las cosas en el 75. Había un contexto complicado a nivel político, social y económico. Pero no entendemos por qué Sánchez ha tomado esa decisión de una forma tan unilateral en los tiempos que corren.

Es una asignatura pendiente, por mucho que Pedro Sánchez quiera mirar a otro lado. Las resoluciones de Naciones Unidas están ahí para recordarle que el Sáhara es un territorio no autónomo, pendiente de descolonización y que sigue siendo la última colonia de África. Y por eso España sigue gestionando el espacio aéreo que corresponde al Sahara Occidental. Por eso la Audiencia Nacional tiene potestad para investigar los crímenes de genocidio cometidos en el Sahara: porque tiene jurisdicción y una potestad por territorialidad, cosa que no ocurre en el caso de otras ex-colonias. Y eso nos sirve para recordar que el Sahara sigue allí, que España no se puede despojar de los saharauis.

Los propios socialistas no comprenden por qué Pedro Sánchez ha tomado esa decisión y sienten que el presidente del Gobierno tiene explicaciones pendientes. Sánchez tampoco ha respondido a las exigencias de todo el espectro parlamentario pidiendo respuestas sobre por qué ha tomado esta decisión de forma unilateral.

Se cumplen 50 años de la muerte de Franco y, durante todo el 2025, el Gobierno va a celebrar distintos actos para reivindicar los avances que trajo la democracia y para hacer un ejercicio de memoria sobre lo que supuso el franquismo. No parece que vayan a tratar el abandono del Sáhara Occidental durante los últimos días del franquismo y sus consecuencias hasta el día de hoy.  ¿Qué opinas de ese silencio en el ejercicio de memoria de la historia de España?

Es muy doloroso ver como ahora hablamos de 50 años de la muerte de Franco, de intentar reparar la memoria y que no se tenga en cuenta lo que se hizo con los saharauis. Cuando queremos que la memoria sea selectiva, deja de ser memoria.

Los saharauis no son menos españoles que los propios españoles. Mi madre tiene DNI español, mi padre tiene DNI español, yo soy española porque mi padre nació bajo bandera española. El Sáhara fue una provincia de España. Es como si de la noche a la mañana decidimos que Soria no nos pertenece y que se busquen la vida. Permitimos que Marruecos se quede con ella y nos olvidamos. La memoria sirve para reparar y España tiene una responsabilidad jurídica, política, ética y moral con el pueblo saharaui.

Hay algo que se repite mucho en los campamentos: no queremos que España sea parte de la solución, pero que no sea parte del problema.

Como periodista, has realizado diferentes coberturas, desde conflictos a crisis migratorias. Has dicho en alguna ocasión que una de las que más te impactó fue contar la crisis migratoria en Ceuta de 2021, cuando la mayoría de personas que habían llegado eran menores. Quizá con tu libro se entiende un poquito más por qué te tocó especialmente esa cobertura. ¿Qué veías en esos niños que entrevistabas?

En esa infancia migrante siempre me he visto a mí misma. Y, sobre todo, también cargaba con esa culpa de los privilegios que he tenido y que los demás no tienen. Los mal llamados 'menas', si tuvieran la oportunidad que yo he tenido, podrían llegar lo que quisiesen. Yo tuve una oportunidad y tuve la posibilidad de poder estudiar, de tener un techo y una familia gracias a esa solidaridad tan característica del pueblo español.

En esos niños de Ceuta también veía a mi hermano. Veía esa desesperación de cuando un niño tiene que marcharse por necesidad. Decían que querían estudiar o que querían trabajar rápido para mandar dinero a casa. Esa necesidad de querer ayudar a los tuyos, de querer salir adelante. Allí vimos devoluciones en caliente y ese juego del ajedrez entre los distintos bandos políticos que utiliza a los menores que llegan solos.

Volví de Ceuta bastante impactada porque me imaginaba cómo es para ellos dormir esa primera noche lejos de su madre. Y entonces me volvían un poco esas pesadillas.

El padre de Aisha le decía que quería que fuese doctora, pero finalmente Aisha fue periodista. ¿Por qué?

Para curar las heridas del silencio, para curar las heridas del olvido. Porque cada vez que los saharauis decimos de dónde venimos, especialmente con las nuevas generaciones españolas, tenemos que dibujar un mapa y explicar dónde está el Sahara y de dónde somos. Sería mucho más fácil si se supiese, si se arrojase luz sobre sobre ese conflicto. El padre de Aisha quiere que sea médico y mi padre también quería que estudiase medicina. Pero yo pensé que lo que el Sáhara necesita eran médicos que curasen el silencio. Y, en ese caso, creo que la profesión más idónea es el periodismo. Yo no creo que el periodismo cambie el mundo ni mucho menos, pero sí que creo que el periodismo puede servir para para arrojar luz, para contar esas historias que muchas veces se quieren desterrar y olvidar.

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