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Una ruta en bici de Jaén a Córdoba por vías verdes: cinco días por las campiñas y dos antiguas líneas de ferrocarril

Una ruta por vías verdes de cinco días de Jaén a Córdoba

Andar en bici / Bici:Map (Valeria H. Mardones y Bernard Datcharry)

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Nos encantan las vías verdes. Sin tráfico motorizado, con pendientes suaves y con el aliciente de atravesar túneles y viaductos. Conectarlas para un trayecto de varios días nos seduce aún más. En los años 90 existían en España más de 7.600 kilómetros de vías de tren, 1.000 puentes y viaductos, 954 estaciones y más de 500 túneles abandonados a su suerte. Poco a poco se están reencarnando, eso sí, con una nueva función. Por sus trazados no se mueven trenes de pasajeros o mercancías, sino peatones y ciclistas. Son las vías verdes. Los más de 3.100 kilómetros ya recuperados están distribuidos en un centenar de itinerarios. Esto da para mucho. Delante de un mapa de todas estas vías verdes surgió la inspiración. Es invierno, buscamos el buen tiempo y un solecito que caliente un poco. Lo vemos claro desde el primer momento, iremos a Andalucía. Uniremos la vía verde del Aceite, una vieja conocida y muy laureada, con la de la Campiña, más reciente. De Jaén a Córdoba. ¿Ahora bien, cómo enlazarlas? El camino de servicio de un canal, alguna carreterita sin problemas de tráfico nos van a solucionar este tramo.

Día 1: Jaén-Martos (26 kilómetros). La deliciosa simetría del olivar

Sobre las dos de la tarde llegamos a la estación de tren de Jaén. Un carril bici nos guía al inicio del Camino Natural Vía Verde del Aceite. Casi de inmediato nos metemos en el paisaje que nos va a acompañar estos días. Olivos, olivos y más olivos. Miles de olivos tapizan en perfecta simetría un escenario ondulado que parece hecho a posta por un paisajista. El “mar de olivos” le llaman. Jugar a contarlos es tarea imposible. Solo en Jaén hay censados setenta millones de olivos, un número desbordante y que da vértigo. Se trata de bosques humanizados, ordenados, trazados a escuadra y cartabón. Las hileras de olivos siguen perfectamente las curvas de nivel, parecen trazadas pensando en la perspectiva y los puntos de fuga. Es evidente, por tanto, que esta vía verde solo podía llamarse del Aceite. Y es que si a algo huelen y saben estas colinas, es al oro verde de sus almazaras y al alpechín de sus balsas. Sin embargo, el nombre le viene de antes. El trazado ferroviario, puesto en marcha en 1893, transportó durante casi un siglo vagones cisterna llenos del fruto de estos campos.

El carril pavimentado de la vía se cuela entre loma y loma de la campiña jienense, dejando a un lado y a otro el punteado tapiz de olivos. En las cimas los cortijos de un blanco prístino resplandecen como faros. La vía verde está bien mantenida. Durante el viaje coincidimos con varias cuadrillas barnizando las barandillas de madera, arrancando hierbas con máquinas y a mano y reparando pequeños desperfectos.

Dejamos atrás Torredonjimeno y pronto divisamos Martos que despunta en la ladera de su peña caliza. El pueblo está lleno de vida y actividad, nada que ver con los de la España vaciada. Ha terminado la campaña de la aceituna y se va recuperando el trasiego diario. Nuestro primer día ha sido corto. El madrugón para tomar el tren y el viaje nos dejó más cansados que los 27 km que separan Jaén de Martos. Al atardecer, un paseo sin rumbo por las tortuosas callejuelas nos lleva primero a la plaza de la Constitución, engalanada con varios edificios singulares y al mirador del Santuario de la Virgen de la Villa. Las vistas son inmejorables. Como no podría ser de otra manera, el día acaba con el sol poniéndose entre millones de olivos.

Día 2: Martos-Baena (50 kilómetros). Horizontes serranos

El sol brilla. El cielo es de un azul intenso. Y en el campo, los almendros de los linderos florecen. La recolección de la aceituna ha finalizado, pero la liturgia anual continúa y ahora es el momento de la poda que irrumpe el paisaje sonoro. La cultura del aceite se respira por todas partes, y es, sin duda, el mayor valor de esta vía verde y lo que la hace diferente de otras. Si la recorres entre noviembre y enero, la campiña olivarera está en plena ebullición con la recogida de la aceituna. Las carreteras y los caminos se llenan de vehículos, las almazaras retoman su actividad después de meses de parálisis y los tractores con los remolques repletos de aceitunas hacen cola a sus puertas. Luego viene el laboreo, la poda, los tratamientos, el mirar siempre al cielo, que si llueve, que si no llueve.

Lentamente, nos acercamos a la sierra que las oleadas de olivos perfilan. La antigua vía de tren bordea la comarca de Sierra Sur de Jaén con La Pandera y la Sierra Ahillos como referencia. Las trincheras se hacen más profundas, los terraplenes más imponentes y se suceden con mayor frecuencia viaductos. Más allá de la estación de Vado Jaén, se abre una panorámica del valle del Víboras que se salva mediante un portentoso viaducto. Este ferrocarril se construyó a finales del siglo XIX en pleno auge de los puentes metálicos, lo que explica la magnífica colección de viaductos metálicos que aún permanecen en el recorrido. Salieron del taller francés Daydé & Pillé, al igual que algunos puentes sobre el Sena. Como contrapunto a este alarde de ingeniería, vemos abajo un sencillo puente medieval construido con lascas de piedra caliza.

En la antigua estación de Alcaudete han instalado un área de descanso con mesas de pícnic. No subimos al pueblo, aunque un espléndido carril bici invita a ello. El viaducto sobre el río Guadajoz marca el límite entre las provincias de Jaén y Córdoba. También dejamos la vía verde del Aceite y seguimos por la vía verde de la Subbética, tan solo es una cuestión semántica porque la línea férrea es la misma.

Desde el mirador Laguna del Conde deberíamos divisar su lámina de agua. Para nada. Está seca y solo vemos una costra blanquecina. Hasta hace unos años era un lugar lleno de aves, incluso la frecuentaba una colonia de flamencos.

A lo lejos, la silueta de la fortaleza de Luque señorea en el paisaje. El pueblo, medio oculto por la sierra, conserva el encanto de la discreción. La vida pasa en la plaza de España. Allí se concentran el ayuntamiento, la iglesia y el Peñón de la Pita, arriba sobresale la enhiesta figura del castillo que aún conserva ciertos aires de poder.

La antigua estación de Luque se ha reconvertido en un restaurante de carretera. Comida abundante y buenos precios. En los andenes hay aparcados unos vagones centenarios desvencijados, pero que aún hacen soñar esperando escuchar el silbido de un tren de vapor. Nos animamos a visitar a pie los búnkeres del Alamillo situados en lo alto de una colina, muy cerca de la estación. Poco más adelante dejamos la vía por un ramal que lleva a Baena, donde pretendemos acabar la jornada. Parte del trazado ferroviario del llamado Trenillo de Baena ha desaparecido, y debemos afrontar alguna que otra subida.

Día 3: Baena-Lucena (42 kilómetros). Uno de los pueblos más bonitos

La mañana es fría. Decidimos visitar la almazara Núñez de Prado antes de ponernos a pedalear. Funciona desde principios del siglo pasado y conserva un molino artesanal, una bodega de tinajas del siglo XVIII y una envasadora artesanal. Está activa y amablemente nos explican (casi) todo sobre la producción y las calidades del aceite. En su patio central repleto de flores y buganvillas, vemos el olivo centenario que atestigua la larga historia de esta empresa familiar. Como broche a la visita compramos unas botellitas de aceite de sus propios olivos que metemos en las alforjas. Por aquí se suele decir: en Baena la calidad y en Martos la cantidad.

Retomamos la vía verde en dirección a Zuheros, nuestra próxima parada. Desde la vía la estampa del pueblo y su castillo nos deja hechizados. La armonía es perfecta. Las casas de un blanco níveo se agolpan entre los riscos elevándose hacia lo más alto. La alcazaba en ruinas se muestra descaradamente bella e indisolublemente unida al abrupto lecho rocoso. Sin duda, Zuheros demanda un paseo. Así pues, dejamos las bicis atadas junto al cementerio. Subimos por sus callejas sinuosas, nos deleitamos con sus casitas encaladas, bordeadas de tiestos con flores y plantas y nos embelesamos con las vistas que regalan sus miradores. El paseo no nos ha decepcionado, el pueblo tiene duende.

Tras el viaducto sobre el río Bailón, comenzamos a ganar altura suavemente. Las pendientes de cualquier vía de tren no pueden superar el 3%. Pasamos junto a la hacienda Minerva, una casa señorial del siglo XIX reconvertida en hotel. Sus añosos olivos se retuercen a pie de la vía. Son de la variedad picuda, diferente a la picual, bien adaptados a los terrenos serranos pero poco productivos. Lo hemos aprendido esta mañana, en la visita a la almazara de Baena.

En los alrededores de la antigua estación de Doña Mencía nos encontramos con muchos paseantes y ciclistas hasta con algún cicloviajero con las alforjas bien cargadas. El antiguo edificio de viajeros alberga una cafetería, hay una fuente y merendero, un área de autocaravanas y una nave habilitada como Centro Cicloturista Subbética donde alquilan bicicletas.

Camino a Cabra atravesamos un túnel. En esta vía no se prodigan. El primer día salvamos dos, el del Caballico en Torredelcampo y el de Torredonjimeno. El de ahora, el del Plantío, no es realmente un túnel, fue construido para sujetar el terreno en una zona donde no se sostenía una trinchera por la inestabilidad del terreno.

La estación de Cabra es un verdadero museo al aire libre, en el andén está aparcada una vieja locomotora a vapor, un tractor de maniobras y varios vagones de mercancías. Estos vestigios y los diferentes edificios ferroviarios rehabilitados, nos invitan a recrear el ambiente que se vivió, a lo largo de casi un siglo, en esta estación.

El paisaje cambia, salimos a campo abierto donde, por un rato, el tapiz del olivar se difumina, dejando lugar a una vegetación más natural. Según nos acercamos a Lucena percibimos que se trata de una ciudad grande, industrial. La vía solo roza su parte norte. Para llegar al casco histórico donde nos alojaremos hay que bajar y atravesar el cinturón industrial. Lucena es conocida como la Perla de Sefarad, puesto que en plena dominación islámica estaba habitada casi exclusivamente por hebreos. Casi no quedan restos de esta época, tampoco hay una aljama bien definida porque toda la ciudad era judía.

Día 4: Lucena-Écija (69 kilómetros). Final de la Vía Verde del Aceite

Ayer se nos quedó pendiente una visita emblemática en Lucena. De tal modo que antes de partir nos encaminamos a la iglesia de San Mateo. La capilla del Sagrario está considerada como la obra cumbre del barroco andaluz. Yeserías, molduras doradas, espejos, angelitos, arcángeles, querubines, aves exóticas, hojitas… En definitiva, una auténtica orgía barroca. Buen lugar para reconciliarse con este estilo del exceso.

Retomamos la vía verde. Los sempiternos olivos vuelven, pero ahora combinados con viñas y salpicados por algunas encinas y frutales. La antigua estación de Moriles Horcajo está situada en las Navas del Selpillar.

Unos desgastados paneles, apenas legibles, hablan de la cultura del vino, puesto que estamos en la cuna de la denominación de origen Montilla Moriles. Ayer lo probamos, se trata de un vino un tanto dulzón. También hay un mirador estelar con certificación Starlight que acredita la calidad del cielo nocturno, libre de contaminación lumínica. Tras una pasarela sobreelevada de tonos rojizos, divisamos la Sierra del Castillo que tapa Puente Genil.

En la desvencijada estación de Campo Real, la vía verde termina. Seguimos la carretera, pese a que han señalizado una opción por caminos, menos directa. En la primera rotonda dejamos el pueblo a la izquierda y nos desviamos para tomar el camino de servicio del canal Genil-Cabra.

Como en todos los canales, su trazado es sinuoso para adaptarse al relieve. Nada que ver con una línea recta. Para salvar el río de Cabra utiliza un sifón y el canal desaparece, sin embargo, nuestro camino, ahora rectilíneo, emprende una larga subida. Poco después abandonamos el canal Genil-Cabra para tomar la carretera CO-5301 que atraviesa la pelada campiña cordobesa. Pedaleamos con un fuerte viento en contra. A pesar del relieve más o menos amable, el avance se hace difícil. Aún nos faltan unos 25 km hasta Écija. El paisaje se vuelve monótono, por no decir aburrido. El olivar ya no es como el que habíamos visto. Son parcelas de olivos plantados en línea muy próximos entre sí, a modo de seto. Más rentabilidad y reducción de costes, es el olivar moderno. Su simetría en 2D no nos termina por inspirar.

Ya en la provincia de Sevilla, una larga subida, no especialmente dura, pero que el viento hace que se nos haga interminable, nos deja en un alto. Sólo nos queda bajar al río Genil para cruzarlo y para entrar en Écija. Es la ciudad de las torres, en total se cuentan once. La mayoría son del siglo XVIII y no solo servían como campanarios, sino también eran símbolos de poder y riqueza. 

Día 5: Écija-Córdoba (57 kilómetros). La Vía Verde de la Campiña

A Écija también la llaman la ‘sartén de Andalucía’ por las altas temperaturas que alcanza en verano. Esta mañana las nubes cubren el cielo y además tienen muy mala pinta. A los de secano no nos gusta mojarnos, por ello salimos a todo correr. Enseguida enlazamos con la siguiente vía verde, la de la Campiña. Utiliza el trazado de una línea secundaria que unía Marchena en la provincia de Sevilla con Valchillón, a 7 km de Córdoba. La llamaban El Marchenilla y durante los 90 años que estuvo operativa sufrió muchas vicisitudes, accidentes, descarrilamientos y en los años setenta fue clausurado a favor de una alternativa que seguía el valle del Guadalquivir.

La vía verde se adentra en la campiña sevillana, que pronto dejamos atrás para reencontrarnos con la provincia de Córdoba. Superamos las aguas del arroyo de Guadalmazán y alcanzamos el apeadero de Las Pinedas, una de las aldeas de colonización fundada por Carlos III para repoblar estas tierras. Se llegaron a crear 15 pueblos, como La Carlota y 26 aldeas. En Las Pinedas, una de estas aldeas, nos desviamos y subimos al bar para almorzar y tomar algo calentito. Ahí nos comentan que está entrando una borrasca de esas con nombre propio, Karlotta se llama, curiosamente estamos a tiro de piedra de La Carlota.

Atravesamos la carretera que lleva a Guadalcázar. De la antigua estación solo queda el solar donde se ubica un área de descanso con fuente. La vía describe amplias curvas para sortear los pequeños barrancos y un sencillo puente de hormigón y ladrillo permite superar una de estas vaguadas. El mirador de Almodóvar del Río solo nos deja ver las nubes negrísimas que ya descargan en el valle del Guadalquivir. En el túnel de Las Tablas, el único de la línea, paramos para ponernos los chubasqueros y decidimos tirar para adelante, aunque empiezan a caer los primeros goteros. Bajo la lluvia alcanzamos el final de la vía verde, junto a enorme silo en medio de la nada. Impresiona ver correr agua a raudales por las vaguadas y los pequeños arroyos desbordados. El tramo hasta el polígono industrial Amargacena, unos 4 km, lo cubrimos por carretera.

Buscamos el cordel de Écija, un camino de tierra próximo y paralelo al Guadalquivir que nos llevará directamente a Córdoba. El río baja crecido y de color marrón. Cuando divisamos el puente romano, la Torre de la Calahorra y por último la mezquita-catedral la cosa comienza a calmarse un poco y los rayos de sol se abren paso entre los nubarrones. La ciudad califal tiene la gentileza de obsequiarnos con una inhabitual estampa, libre de free tours, de ramitas de romero y de estatuas vivientes. Estamos calados hasta los huesos, pero gracias, Karlotta.

Datos prácticos

Transporte

Tanto a Jaén como a Córdoba, llegan y salen diariamente trenes de Media Distancia que permiten el transporte de bicicletas pagando un suplemento de 3 euros.

Dormir

Hay hoteles y pensiones en todos los pueblos que atraviesa la ruta.

Comentarios

Ruta lineal de 244 km, fácil, por caminos pavimentados y de gravilla en las vías verdes y un tramo carretera con poco tráfico. Pendientes suaves, solo se afronta alguna subida reseñable en el tramo por la carretera CO-5301/SE-9105. Tener en cuenta que para visitar algunos pueblos como Martos, Alcaudete, Luque o Zuheros hay que afrontar repechos.  

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