'La danza de las luciérnagas' o cómo la resistencia ciudadana logra hacer frente a la violencia de la frontera del Bidasoa

“Me acerco a la zona fronteriza del Bidasoa, a un río en torno al cual se traza una frontera que separa España de Francia, que escinde el País Vasco en su extremo occidental en dos geografías, Hegoalde (el lado sur) e Iparralde (el lado norte), que se miran de frente tejiendo vínculos diversos, componiendo una geografía afectiva común. Me acerco a esta geografía porque aquí también ha irrumpido el mundo-frontera. La historia es la misma que sucede en otras geografías. A pesar de que la zona del Bidasoa es parte constitutiva del espacio europeo Schengen (ese espacio que desde 1995 posibilita la libre movilidad para las personas y para las mercancías que se encuentran en su interior), el Estado francés, mayormente a partir de 2018, pero también antes, establece controles fronterizos que impiden el paso a personas migrantes que carecen de la documentación que se les requiere”. Con estas palabras, el doctor en Sociología y profesor en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) Ignacio Mendiola se adentra en la frontera para tratar de explicar el fenómeno de la migración y la situación que las personas en tránsito viven cada vez que recorren la zona.
Lo hace en un libro que ha titulado 'La danza de las luciérnagas' por la obra de Georges Didi-Huberman, 'Supervivencia de las luciérnagas' en la que el historiador de arte francés sostiene que “la danza de las luciérnagas” es un “momento de gracia que resiste al mundo del terror, es la cosa más frágil y fugaz”. “Él comenta que las luciérnagas, a las que evoca como una imagen de resistencia frente al nazismo, están desapareciendo. Había luciérnagas, pero con el capitalismo las luciérnagas desaparecen. Es un dictamen muy pesimista de la capacidad de resistencia frente al capitalismo. Pero, Didi-Huberman en realidad plantea que las luciérnagas no desaparecen, sino que hay que saber buscarlas y que en sus movimientos realizan una danza. Para mí, la danza de las luciérnagas suponen dos tipos de resistencia: por un lado, la de las personas migrantes que perseveran hasta llegar a la frontera y cruzarla y, por otro, la resistencia de las redes ciudadanas que se niegan a asumir el discurso de la seguridad, se niegan a que la frontera esté cerrada para los migrantes y les acogen”, explica Mendiola a este periódico.
Para el sociólogo, es más pertinente hablar de “huida” que de “tránsito”. “Teniendo en cuenta la incertidumbre y precariedad vital que supone para una persona migrante ir a la frontera que le niega como persona, considero más pertinente hablar de huida, porque para muchas personas las zonas en las que estaban se han convertido en lugares inhabitables”, por ello, argumenta en el libro que para muchos migrantes “es mejor morir que no pasar” y sienten que deben cruzar la frontera “cueste lo que les cueste”.

Sobre la violencia que sufren las personas que migran, Mendiola reconoce que es algo que se vive de formas “muy diversas”. “Se da en términos de una deshumanización, una violencia simbólica que deshumaniza a la persona, que la trata con indiferencia y como una persona indiferenciada. También hay una frontera material en el sentido de que se trata de una violencia que se imprime en los cuerpos y se siente en los cuerpos. Y por eso hablo también del cuerpo-frontera, porque el cuerpo es un cuerpo que encarna esa violencia simbólica y material en medida en la que se niegan derechos como el paso”, detalla, tras recordar que “tratando de cruzar la frontera a nado han muerto cinco personas, otras tres cruzando las vías del tren y una novena se ha suicidado”. Para Mendiola, hay un elemento que es innegociable: el derecho a la movilidad. “Eso es algo que no se puede entrar a discutir desde una perspectiva crítica. Hay un derecho a moverse, hay un derecho a atravesar las fronteras y no puede estar sujeto a controversia”, sostiene.
Esa violencia de la que trata el libro, según indica el autor, se termina “banalizando y pasa a formar parte de lo cotidiano”. En esto juega un gran papel el “discurso hegemónico de la seguridad y de la necesidad de vigilar fronteras”. “Hay una asunción de que las personas que pasan la frontera son violentas y de que se necesita una represión policial para evitar que llegue a nuestra sociedad”, afirma. Sin embargo, frente a esa idea está el trabajo de las redes ciudadanas. “Es importante lo que ocurre en el Bidasoa con las redes ciudadanas y asociaciones activistas que lejos de asumir esa banalización intentan cortocircuitar esa violencia y luchan para que no se perpetúe. Se articulan redes de solidaridad a ambos lados de la frontera para posibilitar una acogida fuga”, reconoce.
Hay un elemento que es innegociable: el derecho a la movilidad. Eso es algo que no se puede entrar a discutir desde una perspectiva crítica
A día de hoy recorren la frontera del Bidasoa centenares de jóvenes que llegan a Irún mayoritariamente desde África con la intención de cruzarla para llegar a su destino final, Francia. El verano de 2018 supuso un antes y un después en lo que a llegadas a Irún respecta. Cientos de migrantes, en su mayoría hombres, terminaban durmiendo en la estación de autobuses o en las calles del pueblo ante la dificultad de llegar a Francia debido al aumento de controles policiales. Ese mismo año nació la red ciudadana Irungo Harrera Sarea, asociación que ayuda a los migrantes que llegan proporcionándoles comida, ropa e información sobre los recursos con los que pueden contar en Euskadi si no logran cruzar la frontera hacia Francia. Los pocos que consiguen cruzar la frontera y pisar Francia son recibidos en Hendaya y Bayona por las asociaciones La Cimade, Etorkinekin y Diakité. En el caso de Etorkinekin, cuentan con un recurso llamado 'Pausa' en el que los migrantes en tránsito pueden estar un máximo de tres días.

Estas redes nacen, según recoge Mendiola en su libro, de la falta del trabajo de las instituciones en términos de acogida. “Emergen de la sociedad civil a raíz de la carencia de las instituciones a la hora de activar una acogida digna. Por parte del Gobierno vasco hay una serie de iniciativas y está el recurso de la Cruz Roja, que ha tenido sus carencias a la hora de admitir la hospitalidad incondicional de las personas migrantes a las que acoge con una serie de condiciones”, lamenta.
“Mi objetivo con este libro es intentar reconstruir la atmósfera que acontece en la geografía fronteriza del Bidasoa. Y digo atmósfera porque hay un hostigamiento, miedo, indiferencia, injusticia, pero por otro lado, hospitalidad y acogida. Por una parte busco poner de manifiesto la violencia de la frontera y denunciar o impugnar el modo en que el dispositivo de frontera reproduce violencias en la zona del Bidasoa. Y por otra parte, reconocer el trabajo de la solidaridad de las redes de solidaridad a ambos lados de la frontera”, concluye.
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