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Laura (nombre ficticio) está ingresada en el hospital cuando habla para este reportaje. Tiene 20 años y muchos planes. Cuando solo tenía cuatro, se sometió a un trasplante hepático que le salvó la vida. Llevaba desde los nueve meses esperando un hígado, pero las listas de espera infantiles se atascaban porque afortunadamente la mortalidad de niños es baja en España. Ningún familiar era compatible y su padre, que falleció el año pasado, era diabético. “Y apareció un ángel sin pedírselo”, afirma su madre. Cuando la cuenta atrás era ya una angustia, la pequeña recibió un pedazo de hígado de la hermana de su mejor amiga. De no haber sido por Ana, donante en vida sin habérselo planteado antes y sin pensárselo apenas, Laura habría muerto, hoy no estaría estudiando Derecho en la universidad y no tendría una agenda repleta de planes.
España lleva 33 años consecutivos como líder mundial en trasplantes. Cerró 2024 con 6.464 implantaciones de órganos, lo que supone una tasa de 132,8 por millón de habitantes. Esta cifra extraordinaria ha sido posible por las 2.562 personas que donaron sus órganos tras fallecer, pero también por los 404 donantes vivos, sometidos a una cirugía y posterior recuperación para salvar a otros. La máxima expresión de la generosidad. De éstos, 397 fueron de riñón y sólo 7 de hígado, del total de 1.344 de esa víscera. “El trasplante hepático de donantes en vida se hace muy pocas veces por los riesgos que conlleva. Hay que quitar un trozo, lo que permite donar sólo a bebés y niños pequeños, y aunque el órgano se regenera, siempre existe la posibilidad de complicaciones en una cirugía así, e incluso de dejar al donante con insuficiencia hepática”, explica Gloria de la Rosa, médica responsable del Programa Hepático de la Organización Mundial de Trasplantes (ONT).
En cuanto a órganos, la donación en vida sólo se realiza con dos: riñón e hígado, a los que se acaba de unir en España el de útero de forma experimental a través de un proyecto de investigación que sólo abarcará cinco casos en el Hospital Clínic de Barcelona. El trasplante de útero no está autorizado de forma regular y abre un debate ético porque no es vital y presenta una alta complejidad. La donación en vida de pulmón sería viable cediendo un lóbulo, pero en España no se realiza.
El trasplante hepático de donantes en vida se hace muy pocas veces por los riesgos que conlleva. Hay que quitar un trozo, lo que permite donar sólo a bebés y niños pequeños, y aunque el órgano se regenera, siempre existe la posibilidad de complicaciones en una cirugía así, e incluso de dejar al donante con insuficiencia hepática
Los primeros trasplantes de hígado de donante vivo en el mundo se llevaron a cabo en Chicago (EEUU) en 1989. Sólo cuatro años después se realizó una operación de este tipo en España, a cargo de un equipo multidisciplinar liderado por Juan Vázquez, jefe de sección de Cirugía de Trasplantes del Hospital La Paz de Madrid. Un hombre de 37 años donó un trozo de su órgano a su hija de 10 meses. En estas tres décadas, 516 personas han regalado un fragmento de su hígado para que otra persona sobreviva.
El año de mayor registro fue 2002, con 41 intervenciones. Desde 2021 las cifras anuales se han reducido de forma considerable, en contraste con los años precedentes, en los que se alcanzaban veintenas o treintenas. El descenso de donaciones en vida evidencia el éxito del procedimiento split, mediante el cual el hígado de un fallecido se divide en dos partes y se obtienen dos injertos para sendos receptores: un adulto y un niño. Lo que parecía utópico, se ha logrado: apenas hay lista de espera.
La donación en vida sólo se realiza con dos órganos: riñón e hígado, a los que se acaba de unir en España el de útero de forma experimental. Este último no está autorizado de forma regular y abre un debate ético porque no es vital y presenta una alta complejidad
En el horizonte hay señales para la esperanza científica que haga que ni siquiera se necesiten órganos humanos, y de nuevo España ocupa una posición destacada. El Instituto de Investigación Sanitaria Aragón encabeza un proyecto pionero, liderado por Pedro Baptista, para lograr la regeneración de hígados y riñones en máquinas especializadas antes de ser implantados y el consorcio Neoliver, del que forma parte este centro, acaba de recibir 10 millones de euros para desarrollar el primer hígado humano bioimpreso en 3D con vasos sanguíneos funcionales y que podría ser óptimo para trasplantes.
Impedir el turismo de trasplantes
“En estos momentos, los trasplantes hepáticos de donantes en vida en España se limitan prácticamente todos a no residentes”, expone De la Rosa. El coste de este tipo de trasplante puede alcanzar los 100.000 euros para el Sistema Nacional de Salud, contando la cirugía de donante y receptor, según explica la responsable de la ONT. Los extranjeros deben abonar estas intervenciones y España ha intensificado los controles y requisitos para evitar fraudes e impedir el turismo de trasplantes, por el que la ONT y la OMS han mostrado preocupación especialmente con destino a un país puntero y con profesionales extraordinarios. Por eso, la organización que desde 2017 dirige la nefróloga Beatriz Domínguez-Gil, ejecutora de una alabada gestión, pidió aumentar a dos años el tiempo de residencia para acceder al sistema. Domínguez-Gil ha sobrevivido a seis ministros y su antecesor, Rafael Matesanz, fundador de la ONT, a 17.
La ONT detectó en 2016 una irregularidad que permitía a enfermos europeos con recursos formar parte de la lista de espera de trasplantes española. Todo empezó con un enfermo renal búlgaro que probó suerte y logró burlar la legislación. Seis compatriotas consiguieron un trasplante de riñón en hospitales públicos de Madrid y otros ocho permanecían en lista de espera en diálisis cuando se descubrió el fraude. La organización tiene registrados además dos intentos de tráfico ilegal de órganos. Uno de un ciudadano libanés que ofreció hasta 40.000 euros por parte de su hígado y otro de una familia serbia que intentó comprar un riñón a un indigente en Barcelona.
El caso más sonado y mediático fue el de Éric Abidal, exjugador del FC Barcelona, que en 2012 necesitó un trasplante urgente tras sufrir una recaída del tumor en el hígado que se le había extirpado un año antes. En 2017 se abrieron diligencias al intervenirse escuchas en las que se hablaba de un posible tráfico de órganos, desveladas en el marco de una investigación sobre blanqueo de capitales por la que el expresidente del club azulgrana fue detenido. Finalmente, la juez archivó el caso del futbolista.
La norma española es clara en cuanto a los principios que rigen las donaciones: “Voluntariedad, altruismo, confidencialidad, ausencia de ánimo de lucro y gratuidad”. El anonimato se incumple en el caso de las donaciones en vida y en trasplantes hepáticos no se permiten donantes altruistas o ‘buenos samaritanos’, que es cuando un desconocido dona un órgano movido por una convicción solidaria. En España hay 22. En cualquier situación de donación en vida, el dador “debe ser mayor de edad, gozar de plenas facultades mentales y de un estado de salud adecuado”, además de dar su consentimiento expreso. Es preceptivo un informe favorable del Comité de Ética y la intervención de un juez.
Aunque el caso más conocido fue el del futbolista Éric Abidal, que acabó archivándose, en España ha habido otros intentos de comprar órganos: un ciudadano libanés ofreció hasta 40.000 euros por parte de su hígado y otro de una familia serbia intentó comprar un riñón a un indigente en Barcelona
“No quiero un sentimiento de deuda”
Ana Core, profesora de Ciencias de la Educación, tuvo que someterse a estos condicionantes. Y lo vio claro desde el primer minuto, pese a no tener una relación especialmente estrecha con la niña y los padres. Nada la echó para atrás. Fue tres veces a realizarse pruebas médicas y psicológicas desde Mallorca a Madrid y para el trasplante pasó 20 días en la capital. La extirpación de un tercio de su hígado se efectuó en el Hospital Ramón y Cajal, a cargo del doctor Javier Nuño, y la implantación a la receptora en La Paz, bajo la dirección del reconocido cirujano pediátrico Manuel López Santamaría.
“Mi operación duró 6 horas y la de Laura, 12. Estuve 8 días ingresada por algunas complicaciones, pero me recuperé rápido. Después he tenido algunos problemas crónicos. En la misma operación se me quitó la vesícula y lo peor fueron las digestiones”, explica Ana. “Ni dudas ni miedo. Es una experiencia que no cambiaría jamás”. Entonces ella tenía 32 años y una pareja que la apoyó en su decisión. Ahora tiene 48 y dos hijas de 8 y 12. Y ése fue el único pensamiento fugaz que pasó por su mente: ¿y si un día tenía hijos y podían necesitar su donación?
“Ana fue nuestra salvación porque tenía un bebé entre la vida y la muerte. Nunca se lo pedimos, claro. Y nunca se lo podré agradecer. Sólo podría dando mi vida por sus hijas si lo necesitaran”. María (nombre ficticio) es la madre de Laura. Otro eslabón de esta cadena. El palo que siempre aguanta la vela. “Después ha tenido muchas complicaciones. Le han tenido que quitar el colon. Le cuesta mucho expresar sus emociones y no le gustan los psicólogos, pero es muy constante y valiente. Ahora mismo tenía que estar en Venecia y luego irse a Praga, pero aquí está ingresada. No nos ha quedado otra que luchar, llorar y seguir adelante”, relata.
Ana fue nuestra salvación porque tenía un bebé entre la vida y la muerte. Nunca se lo pedimos, claro. Y nunca se lo podré agradecer. Sólo podría dando mi vida por sus hijas si lo necesitaran
Resiliencia. Es una constante en la vida de Laura y una cualidad que ella y su madre han entroncado en su carácter. “Una vez al año tengo que estar ingresada una semana o 10 días porque las infecciones son recurrentes; al no encajar bien las vías biliares se me obstruyen”, explica. “Sé que no tengo una vida normal, pero es que no sé qué es una vida sin trasplante: tengo que tomar medicación permanente, los antibióticos me afectan al talón de Aquiles y tengo riesgo de que se rompa, así que no puedo correr ni dar saltos. Tengo que dormir las horas que tocan, cuidarme para no constiparme o coger cualquier virus, tuve anemia y requerí transfusiones…”, cuenta. Es responsable, porque sabe que el incumplimiento de tratamiento podría acelerar la necesidad de un segundo trasplante, “más frecuente en niños y adolescentes”, señala De la Rosa, “aunque hay hígados que han sumado más de 100 años” en perfectas condiciones.
Sé que no tengo una vida normal, pero es que no sé qué es una vida sin trasplante. No quiero un sentimiento de deuda con Ana; ni lo necesito ni lo considero sano
“Ana es especial y siento una enorme gratitud, pero no esperes un discurso emotivo. Siempre me he sentido muy vinculada a ella porque su hermana, Laura, es como mi tía. Pero soy muy cerrada y nunca he hablado de este tema con ella”, reflexiona Laura. “Esta circunstancia no nos ha hecho estrechar más la relación y lo veo bien así. No quiero un sentimiento de deuda; ni lo necesito ni lo considero sano”, normaliza Ana. Hay algo, no obstante, que las une: ese pedazo de Ana que Laura ha integrado en su organismo. Y en esa relación, la madre bromea con lo que puede ser una simple coincidencia: “Yo le digo a veces: ya te sale el genio Core”.