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Los estudiantes serbios ocupan la universidad contra la corrupción: “Prefiero morir o vivir en la calle que afiliarme al partido”

Jóvenes serbios pasan la noche en la facultad de filosofía de Novi Sad en protesta contra la corrupción.

Bernardo Álvarez-Villar

Novi Sad (Serbia) —
2 de marzo de 2025 22:25 h

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Es miércoles por la noche, casi madrugada, en el segundo piso de un descuidado edificio residencial en Belgrado. Lo que en su día fue la vivienda de una familia de clase media en la Yugoslavia comunista acoge hoy un pub de ambiente underground donde alternan la bohemia local y activistas contra el gobierno nacionalista de Aleksandar Vučić. Allí fuman, beben rakia, juegan al billar y discuten las novedades de uno de los momentos más calientes de la reciente historia política serbia: solo en 4 de los más de 200 municipios del país no ha habido protestas masivas en los últimos meses.

El local está lleno de jóvenes que lucen chapas con un círculo rojo con el lema “Generalni Strajk” (Huelga general) o con una mano ensangrentada. En torno a una mesa rebosante de vasos y ceniceros, estudiantes de Historia, Historia del Arte, Arquitectura e Ingeniería debaten sobre la estrategia y los principios de un movimiento de protesta que ya le ha costado el puesto al primer ministro del país. A ninguno parece importarle demasiado quién ocupe los puestos de gobierno: sus demandas apuntan a las mismas raíces del Estado.

“Los gobiernos cambian y seguimos igual”, decía esa misma tarde un estudiante de filosofía en el hall de su facultad en Belgrado, ocupada por los jóvenes desde hace meses, como casi todas las del país. “Incluso el régimen ha cambiado y todo siguió igual, los problemas siguen ahí”, protestaba. Las asambleas estudiantiles de toda Serbia han logrado consensuar —aunque con algunos matices entre universidades— un breve listado de reivindicaciones muy concretas: una investigación transparente del derrumbamiento de la estación de tren de Novi Sad, que causó 15 muertes y fue el desencadenante de la protesta; la dimisión del presidente del gobierno y del alcalde de la ciudad; el procesamiento penal de algunos de los policías y civiles que han agredido y reprimido a los manifestantes; y reformas en la financiación universitaria.

Una protesta transversal y heterogénea

Más allá de eso, es difícil encontrar una base ideológica o un programa político que una a los estudiantes. El grupo de amigos que bebe en la mesa del pub de Belgrado es una buena muestra de ello: uno admira al filósofo reaccionario ruso Alexander Duguin y a “papi Lukashenko”, el líder bielorruso; otra es una progresista que añora las conquistas sociales de Yugoslavia; un tercero propone un gobierno tecnocrático de expertos que erradique la corrupción; y en la facultad de filosofía de Novi Sad Marko Adžić, un liberal a la europea, pide “transparencia, instituciones independientes y libertad individual”. Él lleva desde diciembre durmiendo en la facultad —atiende en zapatillas y pantalón de pijama— y solo vuelve a casa para ducharse, ver a sus padres y acariciar a su gato.

Lo que todos comparten es un rechazo al sistema corrupto y clientelar que ha ido tejiendo el conservador y nacionalista Partido Progresista Serbio de Vucic a lo largo de la última década. En el último índice de Transparencia Internacional, el país balcánico se sitúa en el puesto 105 de 180 en el ránking internacional de la corrupción. Es un puesto más abajo que el año anterior y cuatro más que hace dos años, un deterioro que según la organización se debe al “dominio del ejecutivo y a la vulnerabilidad institucional a la corrupción, que crece bajo el rígido control de Vucic”. El informe Freedom in the World 2025, que la organización Freedom House publicado esta misma semana, sitúa a Serbia como el séptimo país del mundo cuya calidad democrática más se ha deteriorado en la última década.

Aleksandra Nikolić, estudiante de Derecho en Belgrado, reflexiona: “No queremos vivir en una sociedad en la que todo depende de que seas cercano al partido o al gobierno; en la que, como decía Orwell, unos sean más iguales que otros”. E insiste en que no van a conformarse con un cambio superficial que deje intactos los principios del Estado: “Nos da igual qué partido esté al mando. Solo queremos que las instituciones sean libres y hagan su trabajo. Si las instituciones funcionan, da igual quién esté en el poder, porque no tendría la capacidad de abusar de él. No queremos unas instituciones que se dobleguen a la presión de una persona o de un partido. En cierto modo, ahora vivimos en una oligarquía”.

“Vucic es un nacionalista autoritario y un narcisista que cree que todo le pertenece”, opina Marko. Muy parecido piensa Teodora Gracanin, estudiante de inglés que fue testigo del colapso de la estación de Novi Sad: “El presidente y su partido no deberían estar metidos en todo, porque entonces las instituciones no funcionan. Y eso me enfada, porque con esta situación tendré que emigrar porque aquí no encontraré trabajo, a no ser que me una al partido. Pero antes prefiero morir o vivir en la calle que afiliarme al partido”.

Represión y apagón informativo

No solamente al gobierno le está costando digerir las protestas. También los partidos de oposición son blanco de las críticas de los revoltosos por su corrupción e incompetencia. La fórmula política y organizativa escogida por los estudiantes descoloca a todos en el país. Un movimiento asambleario, sin líderes ni portavoces, sin pretensiones de convertirse en partido político y de difícil acceso para la prensa, a quien no suelen autorizar a visitar el interior de las facultades ocupadas. La política oficial es incapaz de procesar algo así. Sin embargo, buena parte de la sociedad serbia simpatiza con los manifestantes.

Así lo demuestran los cientos de paquetes de comida, medicamentos y productos de higiene apilados en los pasillos de la facultad de filosofía de Novi Sad. Miles de kilos de alimentos donados por ciudadanos anónimos que miran con esperanza las manifestaciones de los más jóvenes. Un apoyo pasivo y silencioso en la mayoría de los casos, pero que también ha contribuido a que otros sectores de la sociedad se unan a las protestas.

La mano ensagrentada simboliza el hartazgo

Frente a la facultad de Agronomía de Novi Sad, un puñado de tractores —todos de fabricación bielorrusa— lucen carteles con la mano ensangrentada y proclamas en apoyo a los estudiantes. Trabajadores de la educación y del transporte también se han unido a las marchas. Incluso los abogados de oficio han ido en dos ocasiones a la huelga en los últimos meses, logrando paralizar la justicia durante semanas.

“Estamos muy contentas de que estas protestas estén sirviendo para que haya una mayor concienciación de otra gente”, dice Aleksandra Nikolić. “Antes había gente que, por ejemplo, ni siquiera sabía dónde estaba el tribunal constitucional. Ahora sí lo saben, porque nos manifestamos enfrente. Estamos mucho más informados, y eso es algo muy positivo”, opina.

Y no precisamente gracias a los medios de comunicación serbios, controlados en su mayoría por el gobierno o por el partido. Nadja Solaja, estudiante de periodismo, asegura que los periódicos, radios y televisiones “están silenciando las protestas. Unas estadísticas recientes muestran que los informativos le han dedicado 650 segundos a Vucic y apenas 70 a las protestas más masivas en la historia del país”. Y eso en el mejor de los casos: “También están señalando a estudiantes publicando sus nombres y sus caras, entre ellas la mía”.

Aparecer en una de las listas negras del gobierno es uno de sus grandes pánicos. Por eso limitan el acceso de la prensa a las universidades, y la mayoría prefiere no dar su nombre ni aparecer en fotografías. Los estudiantes del pub dicen que se rumorea que la policía tiene una lista con los nombres de todos los que están participando en los encierros. No solo la policía se está ocupando de la represión a base de porrazos y detenciones. Los estudiantes han sido agredidos, acosados, insultados y perseguidos por hooligans, presuntamente al servicio del partido gobernante.

“El cambio, en realidad, ya ha sucedido”, piensa un veterano periodista serbio, curtido en su juventud en las manifestaciones democráticas contra Slobodan Milosevic. “Ahora habrá que ver cómo esa energía generada en la sociedad se transforma para provocar un cambio político e institucional. Creo que será un proceso largo”, cavila. No todos son tan optimistas, e intercambian pareceres sobre el futuro próximo del movimiento apurando la última ronda antes de que cierre el bar. En cualquier caso, están decididos a seguir resistiendo. La noche se ha terminado en Belgrado.

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