Circe, en la versión de Madeleine Miller, era una diosa y bruja milenaria. Como tal, no tenía necesidad de dormir ni de comer, pero los dioses lo hacen todo por puro placer.
Cuando su padre, Helios, dios del sol, la abrasó entera por retarle, tardó meses en recuperarse sola en un bosque, buscando la más absoluta oscuridad. Ahí vivió un hito de sufrimiento que la marcó para siempre.
Siglos después, cuando conoció a Ulises y tuvo a su único hijo, Telégono, describió el sufrimiento de no dormir durante semanas para poder calmar a la arisca criatura —sola en su isla, la isla de Eea— como el más profundo que había sufrido, más incluso que el calcinamiento de su padre. Esto me sorprendió profundamente al leer el libro.
Yo tengo mi periplo personal con el sueño desde hace más de dos años, desde que tengo a mi arisca criatura, a la cual miro y adoro más allá de lo que podría describir con palabras. Igual que Circe, igual que todas las madres. Pero cuando eres madre es difícil conciliar el sueño, conciliar la vida en general. De eso ya os he hablado.
Hoy no hablo de mi maternidad. Hablo de que no es necesario tener hijos para tener una relación de dolor y desafío con el sueño. La sociedad actual quita el sueño a todo el mundo. Nos atacan tantas cosas que atentan contra nuestros pilares más básicos de supervivencia humana, que el periplo del sueño se ha convertido en una carga universal y en un nicho de mercado jugoso, donde aparecen remedios cada vez más creativos que nos prometen atenuar el capitalismo que pincha por las noches.
Estas gominolas de melatonina y THC te van a curar durante unas horas el terror a no encontrar un piso de alquiler asequible en un mes en el que se te acaba el contrato. Vives sola, tienes un salario “bueno” de 1.300 € y pagas 650 € de alquiler porque has tenido suerte. Pero los precios aprietan y ninguna de las ayudas que sacan roza tus requisitos. ¡Sorpresa!
Luego suma la presión social de la edad para ser madre, del éxito laboral, del coche nuevo, de los viajes de Instagram, de la necesidad de suplementarte para estar sana, de lucir lo nuevo de Zara y de (inserta lo que tienes en la lista)… te remata los días, las noches y azota el barco, que para colmo ni tan siquiera es tuyo.
Pero también sucede en el otro lado. En el lado en el que te separas y decidís alquilar el piso del centro, os mudáis con vuestros padres y los niños a una compartida. Separarse empobrece y nadie habla de ello. Empobrecerse con criaturas a cargo es más duro que los ojos ardientes de Helios: no poder darles lo que necesitan, verlos crecer en una carencia que tú tuviste y no querías para ellos.
El piso que alquilas de repente deja de dar ingresos, la persona que se aloja no puede pagar. Te dicen en las noticias que tienes okupas, que no podrás echarlos nunca, y empiezas a odiar al inquilino. El inquilino empieza a odiar al arrendador. Y así es como el periplo del sueño de ambos desemboca en un debate social insulso, que no mira a la SAREB ni al Gobierno. Un debate que es un nicho de mercado, igual que lo es vender melatonina, libros sobre estrés, ácido hialurónico y miedo.
He de admitir que mi sufrimiento con el sueño se atenúa cuando trabajo, cuando cruzo la puerta del despacho con el segundo café del día y me pongo a ver el concurso de acreedores de una cliente a la que tengo que salvar su vivienda, pero ya está rondando un fondo para fastidiar la subasta. O el de un matrimonio con sus inquilinos puerta con puerta, a los que les amenazan con matarlos si inician proceso judicial. Y tengo herramientas para ayudarles, pero pocas; y si pasan por juzgado, precarias. No son todas las que querría. Tengo mucha creatividad, pero pocas horas de descanso y… ¡otra vez mando tarde el artículo de opinión! Perdónadme, no soy una opinóloga modelo.
Lo que quiero decir es que todo esto no debería ser normal. No debería ser lo adecuado. Lo único natural que debe quitar el sueño —lo único justo, al menos— es lo mío. Yo merezco mi privación de sueño porque es temporal, evolutiva, natural, un ajetreo compensado por las grandes dosis de amor que siento por mi hija. Todas somos Circe reconociendo lo duro que es criar y gestionar, por muchos superpoderes que tengamos en otras facetas de nuestra vida. Incluso la bruja de Eea se siente vulnerable en esta situación.
Pero no dormir porque te quitan la casa, el lugar que habitar; no dormir porque te empobrece separarte, porque la vida se escurre en unas rentas que nadie controla… eso no es lo justo. Por eso veo justo el movimiento que han iniciado esos jóvenes del sindicato de vivienda en Murcia. Les doy todo mi ánimo porque su causa es justa, y sin una reivindicación potente nadie pondrá en una mesa de negociación esta necesidad. Otra cosa será que el legislador sea ineficiente y poco realista, pero no poder controlar el desenlace no debe quitarnos la esperanza de luchar por nuestro sueño, al menos en su sentido literal.