Cómo impedir que gane la derecha

Por un momento pensemos en lo mejor. Y creamos que los pronósticos del barómetro del CIS aciertan, que el PSOE va por delante en intención de voto. Que las formaciones situadas a la izquierda de los socialistas terminarán confluyendo electoralmente, aunque sea en el último minuto. Y que se revertirá la tendencia al abstencionismo en la izquierda y que, al final, ese mundo votará en masa. En definitiva, confiemos en que la derecha no pueda hacerse con el gobierno.
Eso no es un sueño ni una utopía. Es algo perfectamente posible si conseguimos deshacer la capa de pesimismo que la insoportable campaña destructiva –de todo, de la democracia misma– que la derecha y sus medios han impuesto sobre la sociedad española. Ese es su mérito, su único mérito. El de haber ensuciado la vida pública con mentiras, maniobras indecentes, jueces prevaricadores y tramposos. Día tras día, como nunca había ocurrido, dejando en mano de técnicos sin escrúpulos la tarea de rellenar el espacio político, sin el mínimo afán de construir nada, solo para dejar anonadadas a las gentes corrientes de izquierdas, para hacerles creer que contra el monstruo de la derecha no hay nada que hacer, que es mejor tirar la toalla.
Es necesario recuperar algo de optimismo. Por muy golpeadas que veamos a las expresiones políticas de la izquierda. Por muchos fallos que observemos en su comportamiento. Y recuperar una mínima confianza en sus capacidades. Que, vistas con actitud positiva, alejando sin contemplaciones las insidias de la derecha, no son pocas. Porque el gobierno de coalición ha hecho muchas cosas buenas. Para la marcha general del país y para la suerte de buena parte de los más desfavorecidos.
¿Por qué se desprecian tan fácilmente los buenos datos económicos, la estabilidad política que vive el país, cuando esos datos fundamentales, y otros cuantos más, son admirados por destacados políticos y prestigiosos medios de comunicación de todo el mundo? ¿Por qué diciendo esas cosas nos pueden llamar de todo en los bares y en los lugares de trabajos, en los que la gente de derecha milita con una agresividad y una firmeza que la de izquierdas ha perdido? ¿Es que no se puede sacar de lo más hondo aquel espíritu combativo, de defensa de las propias ideas, de la verdad, que en otro tiempo se tenía?
Esa reacción es imprescindible desde ahora mismo, sin perder un minuto. De lo contrario, la victoria de la derecha en las futuras elecciones generales puede ser inevitable. Aunque parezca imposible que un mediocre sin criterio ni proyecto como Alberto Núñez Feijóo pueda llegar a ser presidente del Gobierno. Aunque parezca que el PP es poco más que nada. O una colección de sujetos que se limita a repetir como papagayos, y poniendo cara de creérselas, las consignas destructivas que sus asesores -que son los que de verdad mandan- les han prefabricado.
Hay que fijarse más en las limitaciones que tiene la derecha que en los problemas que tiene la izquierda. Hay que crecerse intuyendo que las barbaridades que ha hecho Carlos Mazón en el País Valenciano van a tener un coste político muy fuerte para el PP, por mucho que sus corifeos se esfuercen por disimularlo. O que el escándalo del novio de Isabel Díaz Ayuso puede erosionar, y mucho, el poder de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Si no existiera esa posibilidad, Miguel Ángel Rodríguez no se habría expuesto tanto. Hasta el punto de que puede que esté viviendo los últimos capítulos de su experiencia política.
Y hacer una pregunta: por muy fanáticos que sean, por mucho que odien a la izquierda, por mucho que les soliviante, a algunos hasta la histeria, que Pedro Sánchez llegue a acuerdos con los independentistas, buena parte de ellos para normalizar Cataluña, ¿ningún votante de derechas va a repensarse su opción a la vista de lo insoportablemente mal que lo están haciendo los suyos?
Y una cosa más, aunque tal vez se podía haber empezado por esto: ¿no es bastante motivo para votar y para decirle al amigo o al pariente que tiene que hacer lo mismo, el hecho de que la ultraderecha, Vox, Santiago Abascal o los cientos de fachas violentos que amedrentan a periodistas o a ciudadanos corrientes entrarían de una u otra manera en el gobierno si la derecha gana las elecciones? ¿No es ese un motivo para reaccionar y, como José María Aznar dijo hace algunos meses a los suyos, que cada uno haga lo que pueda para intentar evitarlo?
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