¿Por qué la Esfinge de Egipto perdió su nariz?

La gran esfinge de Guiza, en Egipto.

Héctor Farrés

27 de marzo de 2025 11:03 h

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Una cara sin nariz es una afrenta a la simetría, una grieta en el orden natural. Hay algo perturbador en contemplar una figura colosal, serena, eternamente anclada en piedra… y ver cómo le falta justo lo que le da carácter. No es una fractura cualquiera: es una ausencia con siglos de teorías, fantasías y culpables cambiantes.

La imagen está en todos lados, pero pocos se han parado a pensar cuándo desapareció esa nariz, cómo y, sobre todo, por qué. Lo único claro es que alguien, en algún momento, se tomó muchas molestias para hacerla desaparecer.

Alguien lo hizo a conciencia, pero no fueron los franceses

Para encontrar la respuesta no basta con quedarse en la arena de Giza ni repetir la historia oficial. De hecho, el relato más repetido es falso. El mito de que un cañón francés reventó el rostro de la Gran Esfinge durante la campaña de Napoleón ha sido desmontado desde hace tiempo.

La prueba más simple viene de 1755: el danés Frederic Louis Norden publicó un dibujo donde ya aparece sin nariz. Y eso fue más de cuarenta años antes de que los franceses pusieran un pie en Egipto.

Las pruebas arqueológicas también apuntan en otra dirección. Los expertos han detectado que se utilizaron herramientas para arrancar la nariz: hay marcas claras de que se introdujeron barras o cinceles para hacer palanca y desprenderla. El hueco mide aproximadamente un metro de ancho y nunca se ha encontrado rastro alguno del trozo desaparecido.

No fue fruto del desgaste ni de un accidente. Alguien fue hasta allí con la intención clara de eliminarla. Lo que no se sabe, al menos con total certeza, es quién lo hizo ni en qué momento exacto ocurrió.

Ese alguien podría haber sido un sufí llamado Muhammad Sa’im al-Dahr. El historiador árabe al-Maqrīzī, en el siglo XV, dejó constancia de un episodio anterior aún: en el año 1378, Sa’im al-Dahr se escandalizó al ver a campesinos egipcios haciendo ofrendas a la Esfinge para pedir buenas cosechas.

Como protesta contra esa devoción, decidió mutilar la figura. Según la misma fuente, fue ejecutado poco después por las autoridades mamelucas por ese acto de vandalismo.

Iba maquillada y con barba postiza

La Esfinge no era un adorno. Se trataba de un guardián espiritual, un león con cabeza humana que protegía templos y tumbas. En este caso, se cree que fue encargada por el faraón Kefrén alrededor del año 2500 a. C., esculpida directamente en la roca del desierto.

Originalmente tenía color: se han hallado restos de pigmentos rojos, amarillos y azules. Incluso hay indicios de que lucía una barba postiza ceremonial, colocada más tarde y hoy desaparecida. Parte de ella se conserva en el Museo Británico.

También hay huecos en su cabeza, lo que ha llevado a pensar que pudo llevar una corona. Algunas estelas del Imperio Nuevo la representan así, con adornos que hoy han desaparecido sin dejar rastro. Estos vacíos han alimentado todo tipo de teorías: desde la intervención de cruzados en el siglo XIV hasta castigos divinos en forma de tormentas de arena.

Lo que sí permanece inamovible es su mirada. Miles de años después, sigue allí, sin nariz, sin barba y posiblemente sin corona, pero con la misma expresión imperturbable. La Esfinge ha sobrevivido a saqueos, mitos y disparates, convertida en un enigma grabado en piedra. Al final, puede que su mayor fuerza no esté en lo que conserva, sino en todo lo que ha perdido.

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