La explotación infantil viene de lejos: huellas en la arcilla revelan el trabajo de niños en la producción de cerámica
El trabajo infantil no es una aberración reciente ni una mancha aislada en la historia. Ha estado ahí desde siempre, arraigado en sociedades que lo han normalizado como parte del ciclo económico. Durante siglos, manos pequeñas han tejido, cavado, moldeado y cargado sin cuestionamientos. Desde los telares del siglo XIX hasta los campos agrícolas, la infancia ha sido tratada como una herramienta más de producción. Pero si se piensa que esta práctica nació con la industrialización, basta con mirar más atrás, mucho más atrás, hasta una época en la que las primeras ciudades apenas comenzaban a expandirse.
Las pruebas están ahí, impresas en la arcilla de hace 4.500 años. En la antigua ciudad siria de Hama, dentro del Reino de Ebla, los arqueólogos han encontrado huellas dactilares de niños en cientos de fragmentos de cerámica. No se trata de marcas accidentales, sino de rastros que revelan su participación activa en la producción de vasijas, sobre todo copas que eran utilizadas en banquetes reales y luego descartadas. Este hallazgo, resultado del análisis de más de 450 piezas, ha cambiado la perspectiva sobre la infancia en el mundo antiguo: los niños no solo jugaban o aprendían, también trabajaban.
Hama: un centro de producción con mano de obra infantil
El estudio, llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Tel Aviv y el Museo Nacional de Dinamarca, determinó a finales de 2024 que aproximadamente dos tercios de las cerámicas fueron elaboradas por manos infantiles. La técnica utilizada para llegar a esta conclusión se basa en la medición de las crestas dactilares, que permiten estimar la edad y el sexo de quienes manipularon la arcilla. Así se ha podido saber que los pequeños alfareros comenzaban su aprendizaje a los siete años, con una participación equilibrada de niños y niñas en la producción.

Hama era un importante centro cerámico en su época. Las copas estándar que fabricaban estos niños formaban parte de un sistema de producción en masa. Su demanda era constante, ya que en cada festín se utilizaban y desechaban en grandes cantidades. Para mantener el flujo, los talleres instruían a los niños en un proceso repetitivo y meticuloso, asegurando que todas las piezas fueran idénticas. Lo que hoy se ve como explotación laboral, en aquel entonces era una práctica aceptada dentro de la estructura económica de la ciudad.
Lo interesante es que, pese a estar sometidos a esta disciplina laboral, los niños también encontraron formas de expresarse a través del barro. Entre los fragmentos estudiados, los arqueólogos descubrieron pequeñas figurillas y miniaturas cerámicas que no seguían el patrón de producción de las copas. Estas piezas parecen haber sido creadas sin supervisión adulta, lo que sugiere que los pequeños ceramistas se tomaban momentos para moldear a su antojo, escapando por un instante de la rigidez del trabajo impuesto por sus capataces.
Paralelismos con la Revolución Industrial
Este fenómeno no es un caso aislado en la historia. Durante la Revolución Industrial, por ejemplo, los niños eran empleados en fábricas textiles y minas porque sus manos pequeñas y su capacidad de adaptarse a tareas repetitivas los convertían en la fuerza laboral ideal.
En Hama ocurrió algo similar: al crecer la ciudad y aumentar la producción cerámica, la edad de los trabajadores disminuyó. Lo que comenzó como un oficio para adolescentes terminó involucrando a niños cada vez más jóvenes, cuyas manos dejaron marcas en la arcilla que ahora cuentan su historia.

Este descubrimiento obliga a replantearse la visión tradicional de la infancia en el mundo antiguo. Durante mucho tiempo, se pensó que los niños estaban al margen de la economía, dedicados solo al juego y el aprendizaje, y que fueron los tiempos modernos los que instauraron esta práctica.
Sin embargo, los vestigios encontrados en Hama muestran lo contrario: la infancia no fue ajena al trabajo ni a la producción en masa. En sociedades en expansión, los niños han sido considerados parte del engranaje laboral desde tiempos inmemoriales. Y sus huellas, atrapadas en el barro endurecido de hace milenios, siguen contando lo que los relatos históricos olvidaron mencionar.
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