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Cuando el Tajo se comporta como un río en Toledo

El río Tajo en Toledo el 23 de marzo de 2025

Fidel Manjavacas

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El río Tajo a su paso por Toledo no ha dejado de crecer desde hace dos semanas. Este lunes continuaba en ascenso la línea de la gráfica que refleja el SAIH (Sistema Automático de Información Hidrológica) de la Confederación Hidrográfica del Tajo (CHT) y que marcaba 476,28 metros cúbicos por segundo (m3/s) a las 15.00 horas en la estación de aforo de la Casa del Diamantista, a los pies del Casco Histórico.

La cifra, aunque cercana ya, todavía está por debajo de los 505,53 m3/s que se registraron el 28 de diciembre de 1989 -o los 552 del año 77-, en la estación que se ubicaba en el puente de la antigua vía de tren entre Toledo y Bargas, entre los barrios de Santa Bárbara y Azucaica. El sábado 22 de marzo superaba la barrera de los 400 m3/segundo, un registro que no se veía desde finales de la década de los 90. En el año 1996 ese dato había llegado a los 418 m3/segundo.

La crecida del Tajo que serpentea el Casco Histórico toledano ha anegado varios tramos de la senda ecológica, la habitual zona de paseo junto al río y otras infraestructuras construidas en la ribera, cuya existencia se debe, principalmente, al camino natural de agua que, antes de la puesta en marcha del trasvase o de la regulación que ejercen las azudes, era “un río vivo, dinámico, con grandes crecidas a principio de primavera o en invierno”.

“De eso no nos acordamos, pero así funcionan los ríos”, expresa en conversación con este medio Alejandro Cano, presidente en funciones de la Plataforma en Defensa del Tajo de Toledo, uno de los colectivos demandantes que consiguió que el Tribunal Supremo impusiera la obligatoriedad de aplicar de manera efectiva de los caudales ecológicos mínimos en la cuenca del río.

Alejandro Cano recuerda haber visto el río Tajo “desbordado más de una vez” desde que llegó a la ciudad a principios de los 60. “La Huerta del Rey quedaba totalmente anegada y el Palacio de Galiana como en una islita”, señala sobre una situación para la que ahora dice que no se llegan a dar las circunstancias adecuadas.

“Ahora ha llovido bien. Hay sitios donde ha caído bastante agua y los embalses, que entre una de sus funciones está la regular avenidas y crecidas, están casi a tope, al 90%, y hay que aliviar porque si no el daño que pueda producirse sería mayor”, explica Cano, que apunta no obstante que el agua que lleva el río a su paso por Toledo “no viene de los embalses de cabecera”, pese a que “están como no han estado en 30 años”, sino “fundamentalmente de la sierra de Madrid”.

El río pasa lleno, sí, pero muy contaminado

Pese a la gran cantidad de agua que lleva a su paso este mes por la capital castellanomanchega, “el Tajo viene muy contaminado”. “Cuando más agua más diluida está -la contaminación de sus aguas, por las que se prohibió el baño en 1972-, pero en comparación con la que llega al río del arroyo de la Degollada (que desemboca en el Tajo en la ciudad), casi transparente por completo, la del río es de un color marrón muy raro”, señala.

Aunque la calidad no sea la de décadas atrás, el expresidente del colectivo defensor de río reconoce la emoción que produce ver que “el río vuelve a tomar esa forma” que se veía en sus más habituales grandes crecidas. “Son los recuerdos que tienes de niño, que te dejan huella... Te sientes reconfortado y sientes un poco que vuelve a ser lo mismo que tú has vivido”, añade.

El comportamiento, dice, “era también distinto en verano”, pues el Tajo era “un río más apacible, que podías cruzar andando en algunos puntos como la Puerta del Vado”. “Se prestaba mucho al disfrute lúdico y al baño”, agrega Cano, al tiempo que recuerda a algunos de los últimos barqueros como José Polo, un oficio ligado al paso del río por la ciudad que ha desaparecido.

Muchos de ellos, recuerda, residían en viviendas cercanas a las orillas del río, como las del barrio de San Martín, donde era habitual refugiarse en la época de crecida en los pisos más altos, ya que “el agua llegaba al borde de las casas y se metía dentro”. “No son situaciones prehistóricas sino de hace 50 o 60 años. Esta gente –con oficios ligados al río– era mucho más resiliente. Su vida estaba por completo ligada al río y les hacía asumir una circunstancia absolutamente normal”, apunta.

Ahora, en cambio, “nos quejamos de que los ríos se meten en nuestra casa, pero más bien es nuestra casa la que se mete en los ríos”. “No respetamos en absoluto su espacio”, apunta Cano sobre una situación que en estos últimos días ha estado protagonizada con el riesgo de inundación al que se ha enfrentado el Hospital Nacional de Parapléjicos, un centro construido “casi íntegramente” en una zona inundable del Tajo en Toledo.

La restauración de azudes o “una sucesión de bañeras”

Otro de los elementos que según Cano ha influido de manera determinante en el transcurso del río a su paso por la ciudad son los azudes. “Cuando se hizo la senda ecológica, en los años 90, todos se restauraron, se acondicionaron con el propósito de recrecerlos, de forma que la cota más baja de uno coincida con la más alta del siguiente. El fin era paisajístico, tener una imagen más bonita y agradable con pequeñas cascadas, y dar apariencia de que hay una gran cantidad de agua”.

Sin embargo, lo que a su juicio han generado estas infraestructuras es que el río presente “una especie de sucesión de bañeras encadenadas”. “Da una impresión de que está fluyendo toda esa masa de agua, pero en realidad es un trampantojo”, recalca Cano, que señala que también ha supuesto un hándicap para los peces, “pues han tenido problemas para migrar aguas arriba”. También apunta las consecuencias que ha tenido la puesta en marcha del trasvase Tajo-Segura para la vida del río. “Es una infraestructura dañina a todas luces”, que a su juicio ha contribuido a desligar del mismo a la población de municipios como Toledo, Talavera de la Reina, El Carpio del Tajo o Aranjuez.

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