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CV Opinión cintillo

A quien lea

Ruido europeo en el País Valenciano

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“Si voleu arribar al cim no us enganyeu,

bells i trempats trobadors.

L’enginy i l’estratègia en l’art de la batalla

va sempre més enllà de la glòria de la carn.

Si desitgeu armar-vos bons cavallers

haureu de ferir saviament els mots i les metàfores,

haureu demantenir ferm i’equilibri de la bella dicció

per aprendre l’humil de l’amor:

la voluntat de nàixer de nou

després de perdre la vida en cada instant“.

Lluís Alpera, València (1995) ‘Cavalls al alba’

Los valencianos que vienen de atrás tienen cromosomas europeos en su ADN. Europa se volcó en València y los valencianos conquistaron, no sin esfuerzo y dolor, sus parcelas en el espacio europeo. ¿Qué es Europa? ¿La integración de 27 países en la Unión Europea Federal? ¿Es la unión de convencimiento o de conveniencia? ¿Es definitorio el euro, moneda común? ¿Por qué le fastidió tanto al dólar? ¿La UE es o debería ser la principal potencia política y económica del mundo? ¿El truncado eje de poder europeo iba de Londres a Milán, pasando por Brussels y Frankfurt? Fueron propuestas del europeísta Jacques Attali cuando nada de eso era posible. ¿Acertó? Si bebemos en la experiencia de uno de los apóstoles y profetas de la UE, Jean Monnet, es una realidad, basada en principios económicos, culturales e históricos en continua evolución creativa. Paso a paso, avance a avance, caída tras caída como ciclópea obra de vida que comporta humanidad. Con sus fracasos y las horas dulces de la etapa culminada. El atleta, en la carrera de relevos, es la parte de todo el recorrido completo de 400 u 800 metros.

Manifestación por Europa

Los valencianos con voluntad de ser tienen, cada uno de ellos, la obligación de imprimir en su quehacer la pincelada europea que le corresponde. Nada es gratis ni se da sin pagar su precio. El columnista del periódico italiano ‘La Reppublica’, Michele Sierra, ha propuesto la convocatoria de la ‘Manifestación por Europa’, cuyo testigo ha sido recogido por el corresponsal de “El País” en Roma, Íñigo Domínguez. La idea de convocar, no una sino, centenares o miles de manifestaciones en suelo europeo, puede ser elocuente para amplificar la voluntad expresa – de millones de ciudadanos– de ser europeos. Aunque comporte el compromiso y el precio que tiene toda convicción existencial. Europa desde antes de ser políticamente unida ya tuvo sus enemigos y tropiezos. El proyecto europeo nació en una isla italiana. Formulado por prisioneros de la dictadura fascista de Benito Mussolini en el presidio de Ventotene (1941), liderados por Altiero Spinelli, diez años en la cárcel y seis desterrados. Después hubo muchos impedimentos y múltiples resistencias. La Unión Europea no nació no contra nada, sino para evitar que se repita la barbarie de decenas de millones de víctimas, de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).

Errores que cuestan vidas

La más notoria disidencia fue la de Gran Bretaña. No fue capaz de formar parte del primer núcleo duro de las seis naciones fundadoras: Francia, Alemania, Italia, Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo. Escena que permanece indeleble en la imagen de la firma del Tratado de Roma (1957), en el regio Campidoglio que emerge desde las colinas de la Ciudad Eterna a la sombra del emperador Marco Aurelio. Después de muchos acelerones y frenazos, contra la voluntad del general De Gaulle, entró el Reino Unido en la Comunidad Europea en 1973. Al año siguiente ya convocaron un referéndum para salir del club europeo. Secesionismo que consumaron en 2020. Gran puñalada por la espalda de los británicos – por exigua mayoría– al proyecto europeo. Felonía de la que están francamente arrepentidos, aunque no lo reconozcan. Previamente, en 2005, Francia, Holanda y Gran Bretaña –mediante insidias y consultas chauvinistas– zarandearon la mayoría de edad del proyecto europeo al torpedear el más sólido fundamento de toda nación de naciones, con vocación de unidad política: la Constitución para Europa (2004-2005). Los españoles y el País Valenciano estuvieron mayoritariamente a favor. Si la Unión Europea dispusiera de una carta constitucional asumida y consolidada, los síntomas de debilidad de la Europa comunitaria no podrían ser aprovechados por sus enemigos abiertos: Rusia y USA. El primero, con la agresión de Putin contra la otra parte libre de su propio continente. El segundo, decadente apéndice de sus raíces europeas. La traición fustiga a sus fundadores y aliados en el seno de la OTAN y la OCDE. A las que se une un sinnúmero de entidades e instituciones internacionales con solera. Cuyos principios fundamentales son menospreciados y pisoteados por la esperpéntica administración Trump en caída libre hacia la psicopatía colectiva de una nación airada contra el mundo y contra sí misma.

A pesar de

La economía está siempre detrás de los movimientos de la historia. Hoy más que nunca los valencianos que piensan han de hacerlo en dos direcciones: la recuperación de las raíces que dan sentido al País Valenciano y la generación de dirigentes capaces de orquestar un proyecto integral de país. Sin una idea nítida de lo que significa Europa para los valencianos, no es posible el plan de actuación para el desarrollo político. Necesario en la recuperación de la esencia y de las oportunidades de progreso en el futuro. Durante la Transición a la democracia se dieron los pasos adecuados y previamente quedó establecido el marco de acción para un país con porvenir. Nadie dijo ni demostró que el desafío tenía fácil desenlace. Guardo las respuestas manuscritas del economista e intelectual, José Luís Sampedro (1917-2013) a una entrevista de 1969 en la que le pedí que me diera su opinión acerca de la aproximación a la Europa comunitaria con estas palabras: “hoy por hoy, la España oficial (entonces franquista) no habla un idioma político-económico que no es el común europeo y, en esas condiciones, espero que la cuestión se resolverá ‘a pesar de’ y no ‘a impulsos de”. Salvada la distancia del tiempo y las circunstancias, nos encontramos en la misma tesitura. La palabra Europa, lo europeo, es el concepto más repetido en los medios de comunicación. Los valencianos sin Europa, sin lo europeo, no somos nada de lo que necesitamos para situarnos– con conocimiento de causa– en el contexto de los países y de las sociedades con expectativas para sobrevivir en la crisis global del siglo XXI.

Europa nos da sentido

Mirando en el bosque de nuestros antecedentes. Cuando casi nadie creía en la oportunidad de sentirse parte y partícipes del proyecto europeo que hoy integra a 27 Estados miembros, con 450 millones de habitantes de la UE, en el País Valenciano existía, se palpaba y se ejercía la conciencia europea. Como válvula de escape y vía natural de expansión en diversas facetas, de un pueblo en marcha a pesar de las limitaciones que imponía la miopía política que se ejercía mayormente con óptica centralista o con planteamientos proteccionistas propios de una nación anclada en el pasado. Pedro Salinas exiliado en Norteamérica, en el excelso prólogo a su ‘Todo más claro’ lo explica así: ‘Sobre mi alma llevo, de todo esto, la parte que me toca; como hombre que soy, como europeo que me siento, como americano de vivienda, como español que nací y me afirmo“. La distancia le permitió verlo claro en su faceta poética. Por contra, el resabio antieuropeo se respira en bastantes reductos celtibéricos contra todo pronóstico de nuestra trayectoria y de nuestro destino europeo, si nos ceñimos a hechos incuestionables. Si hay una zona del Estado español que vislumbró, mucho antes del cataclismo civil de 1936-39, que el futuro se llamaba Europa, fue el País Valenciano: su economía, su comercio exterior y sus empresarios. El frenazo que supuso, a todos los niveles, la sublevación militar derivada en dictadura franquista de larga duración, fue trágico y de alto coste, jamás reconocido ni compensado. Hacia 1957 con la apertura de la economía española a los mercados exteriores, a la demanda europea, los medios de comunicación valencianos, aunque zaheridos y condicionados por el dirigismo policial del Régimen, eran los únicos -- ni madrileños, ni vascos, ni catalanes– que se manifestaban abiertamente europeístas. En pro de la aproximación de la economía al Mercado Común Europeo, entonces impensable y perseguida por las directrices del Movimiento franquista.

Sin UE no hay País Valenciano

El País Valenciano ejerció de proeuropeo, a todas las facetas, antes de 1936 y sus empresarios realizaron un esfuerzo desmedido en establecer las relaciones comerciales necesarias para que, no sólo la hortofruticultura y los cítricos penetraran por los circuitos comerciales europeos, sino también la industria manufacturera y metal- mecánica, que ya mostró su potencial en la Exposición Regional Valenciana celebrada en 1909 en València. Plenamente apoyada y respaldada por la burguesía doméstica de la época. Se establecieron objetivos sectoriales, se desarrollaron relaciones internacionales, alianzas con socios privados –sin aviones ni autopistas ni vías férreas de ancho europeo – del resto de la Europa desarrollada (Reino Unido, Francia, Bélgica, Holanda, Alemania, Austria, Suiza, Países Nórdicos), se potenció y financió a los técnicos que despuntaban y a los hijos- herederos de los negocios, entonces al alza, para que: primero aprendieran idiomas. Después, para que se formaran y familiarizaran con clientes y socios, para que tanto los vínculos como los negocios se intensificaran y desembocaran en proyectos de colaboración. Esta titánica implantación en los mercados europeos se paralizó con la primera guerra mundial (1914-1918), se derrumbó con la guerra civil española ( 1936-39) y sus restos quedaron en cuarentena tras el aislacionismo y la miseria que proliferaron en la posguerra. Los perdedores en 1945 fueron las potencias del Eje italo-alemán, aliado de Franco durante el conflicto bélico y en los primeros años de la contienda europea. El País Valenciano pagó los platos rotos: primero, porque su territorio quedó durante gran parte de la lucha armada en zona republicana (el gobierno de Manuel Azaña se instaló en València entre noviembre de 1936 y octubre de 1937) hasta la entrada de las tropas de Franco en 1939. Segundo, porque el País Valenciano fue tratado como tierra conquistada y hostil para las premisas dictatoriales. Ni las formaciones políticas correspondientes al espectro de la derecha (Derecha Regional Valenciana, carlistas, monárquicos, o partidos republicanos de derecha) se salvaron de la purga impuesta por falangistas y franquistas. 

Europa quedó lejos. Lejos incluso de la atracción europea que albergó a insignes valencianos en su época: el santo Vicent Ferrer (muerto y enterrado en la ciudad bretona de Vannes (1350-1419), Joan Lluís Vives, que murió en Brujas (1493-1540), Vicente Blasco Ibáñez que quiso morir en la localidad francesa de Menton (1867-1928) después de haber sido perseguido, denigrado y encarcelado por ejercer de republicano. La Europa que quedaba lejos política e ideológicamente, se aproximó con dedicación y esfuerzo en el mundo del comercio, los negocios y la economía. No fue fácil y no se contó con ninguna ayuda ni colaboración. Hoy la hora de Europa es la del País Valenciano.

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