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La ‘Ilustración oscura’: la secta filosófica ultracapitalista tras la extrema derecha

Fotomontaje con la portada de libro 'La Ilustración Oscura', de Nick Land, y el presidente Trump

Toño Fraguas

8 de marzo de 2025 22:21 h

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“Ya no creo que la libertad y la democracia sean compatibles”. Estas palabras fueron escritas en 2009 por Peter Thiel, un magnate con una fortuna personal de 17.000 millones de dólares, fundador de Pay Pal y accionista de Facebook. Las escribió en su manifiesto titulado ‘La educación de un libertario’, que hoy se ha convertido en la piedra angular de una corriente filosófica denominada ‘Ilustración oscura’ (Dark Enlightment, en inglés), también conocida como “la neorreacción” (o por la abreviatura NRx). Esta doctrina está en la raíz de la nueva era a la que ya vivimos: la de la batalla final del capitalismo contra las democracias liberales. Hoy, miembros de ese ejército de “libertarios de derechas” adoctrinados en las ideas de la 'Ilustración Oscura' ocupan puestos destacados en los Gobiernos de Estados Unidos, de varios países de Europa y de Latinoamérica.

El término ‘Ilustración oscura’, el reverso del movimiento ilustrado conocido como ‘El Siglo de las Luces’, fue acuñado en 2012 en un ensayo homónimo por el filósofo inglés Nick Land, quien cita precisamente la frase de Thiel sobre la incompatibilidad de la democracia y la libertad. Pero en su texto de 2009, el magnate Thiel dice algo más que –visto desde la perspectiva actual– no sorprende ya a casi nadie: “Desde 1920, el enorme aumento de los beneficiarios de la asistencia social y la extensión del derecho de voto a las mujeres –dos grupos notoriamente duros para los libertarios– han convertido la noción de ‘democracia capitalista’ en un oxímoron”.

El enemigo de los libertarios [de derechas] queda bien delimitado: mujeres, perceptores de ayudas sociales y democracia. La pátina de profundidad a estas consignas retrógradas tan esquemáticas lo aporta Nick Land. Este filósofo cultiva una aura de autor maldito, provocativo; en el puro cliché del ‘pensamiento continental’, que es la manera en que desde el mundo anglosajón se percibe a la filosofía francesa y alemana del siglo XX. Una pose intelectual atractiva por irracional, literaria y estetizante, a ojos de las corrientes analíticas (asociadas tradicionalmente al pensamiento estadounidense y británico). 

Las obras de Land buscan dialogar con Deleuze, Bataille y Foucault, entre otros. Al calor de los primeros módems domésticos, con la llegada de Internet, Land cofundó en 1995 en la Universidad de Warwick la CCRU, Cybernetic Culture Research Unit (un colectivo en el que estaban también Sadie Plant –teórica del ciberfeminismo que supo distanciarse a tiempo de Land– y Mark Fisher, el gran teórico de la resignación popular ante el capitalismo y que también se distanció de Land). La CCRU chapoteaba en el cyberpunk, el esoterismo, el terror gótico, el tecno y la cultura rave.

Allí se gestó también una escuela filosófica peculiar: el aceleracionismo. Su tesis principal ayuda a entender el fenómeno de la Ilustración Oscura. Los aceleracionistas, y Nick Land lo es, sostienen que la tecnología y las dinámicas del capitalismo deben acelerarse e intensificarse masivamente, sin cortapisas. Existe un aceleracionismo de izquierdas, que proclama que así se llegará antes a una sociedad poscapitalista. Y existe un aceleracionismo de derechas, que cree en lo de siempre: nada debe obstaculizar la voluntad del capital.  

El 'yarvinismo'

Como ven, hay muchos ismos en esta historia (y eso que creíamos que los ismos estaban superados). Entre los analistas políticos de Estados Unidos el nuevo adjetivo de moda es el de ‘yarvinista’. JD Vance, el vicepresidente de Estados Unidos, es un yarvinista. El yarvinismo hace furor entre los staffers más jóvenes de la Casa Blanca. El palabro alude al otro gran activo dentro de la Ilustración Oscura: Curtis Yarvin. Se trata de un ingeniero informático de 51 años, reconvertido en gurú antisistema y bloguero bajo el pseudónimo Mencius Moldbug, quien también es citado asiduamente por Land. Yarvin luce melena, chaqueta de cuero y su argumentación es un cherry picking embaucador: cita solo ciertos datos de la historia para defender postulados profundamente antidemocráticos. 

El ‘yarvinismo’ se resume rápido: si contra la Ilustración que surgió en el siglo XVIII se levantó luego una Reacción que buscaba restaurar la monarquía absoluta en Europa, ahora surge la Neorreacción, que pretende convertir las democracias liberales en dictaduras lideradas por consejeros delegados. Él lo llama “neocameralismo”, haciéndose eco del cameralismo prusiano. Yarvin aboga por que los países pasen a ser propiedad de empresas que, a su vez, contarían con accionistas. Es la constatación de que la democracia es el último obstáculo al capitalismo. 

En enero, en una inquietante entrevista en el New York Times, Yarvin intentó camuflar su pensamiento justificando que también George Washington, Abraham Lincoln y Franklin Delano Roosvelt fueron “básicamente consejeros delegados nacionales que dirigían el Gobierno como una empresa de arriba abajo”. Yarvin señala que hoy sería imposible construir los ordenadores de Apple en California, y lo dice mirando con nostalgia a Singapur o China, modelos de países con un capitalismo autoritario. En el caso de China, además, ganando por la mano a EEUU la carrera por la Inteligencia Artificial.

El mito de que el mejor presidente es un empresario que sepa gestionar es un viejo adagio neoliberal. Es así como solía venderse Berlusconi en las campañas electorales de los años noventa. Pero la motivación profunda de la Neorreacción va más allá de magnates gobernando países. Para entenderlo debemos volver a Nick Land.

A los libertarios ha dejado de importarles si alguien les ‘presta atención’; han estado buscando algo totalmente distinto: una salida

Nick Land

En su ensayo ‘La Ilustración Oscura’, afirma que ganar elecciones es casi siempre “una cuestión de compra de votos”. Para Land la democracia implica corrupción. También dice que las instituciones educativas y los medios de comunicación –quédense con esta dupla– “no son más resistentes al soborno que el electorado”. Land señala igualmente que la izquierda “aplaude” ese soborno, mientras que lo que él llama “la derecha del establishment” (la derechita cobarde, para entendernos) lo acepta malhumorada. Solo los libertarios de derechas habrían intentado, según él, combatir la democracia, pero lo habrían hecho hasta entonces (en 2012) de manera ineficaz, por empeñarse en intentar hacer oír su voz

“Es una inevitabilidad estructural que la voz libertaria se ahogue en la democracia”, escribe, y añade que esto sucede porque en realidad intentar hacerse oír es un comportamiento democrático (luego es parte del problema). Cabe anotar aquí que un “parlamento” no es otra cosa que el lugar donde se “parla”, se habla. Frente a esto, los libertarios de derechas habrían entendido por fin la inutilidad de hacer oír su voz: “A los libertarios ha dejado de importarles si alguien les ‘presta atención’; han estado buscando algo totalmente distinto: una salida”, escribe Land. 

‘Salir’ de la política

Los libertarios de derechas quieren salirse de la política, es decir, no buscan debatir o convencer dialécticamente al adversario, sino que quieren romper las frágiles reglas del juego que imponen las democracias liberales. Por supuesto, cuando Peter Thiel dice que cree que la libertad y la democracia ya no son compatibles, emplea la palabra libertad con el significado que desde hace décadas han empleado los neoconservadores: Libertad de mercado. Es la manera en que la emplean Javier Milei, Isabel Díaz Ayuso o cualquier defensor de la ley del más fuerte.

Las multas de la Unión Europa a las grandes tecnológicas estadounidenses, las regulaciones ambientales o laborales de las Agencias Federales estadounidenses, los sistemas tributarios para la redistribución de la riqueza o los controles de las autoridades de competencia o de los Bancos Centrales son vistos por los grandes magnates globales, y por los políticos a su servicio, como un corsé insoportable que coarta su libertad. Ese anarco-capitalismo es el que explica el auge de las criptomonedas, que escapan al control de los Estados-Nación. El sueño del Banquero anarquista de Fernando Pessoa se está haciendo realidad.

Hay un tipo, Curtis Yarvin, que ha escrito sobre algunas de estas cosas...

JD Vance Vicepresidente de Estados Unidos

Así, la Neorreacción no quiere batallas dialécticas, quiere pura disrupción más allá (fuera) de la política. En palabras de Land: “Si votar como autoexpresión masiva de los pueblos políticamente empoderados es una pesadilla que envuelve al mundo, aumentar el alboroto no ayuda. Incluso más que ‘Igualdad frente a Libertad’, la alternativa en alza es ‘Voz frente a Salida’, y los libertarios están optando por la huida sin voz”.

Leído 13 años después, es evidente que los libertarios [de derechas] se han hecho oír con enorme éxito y facilidad, y que su mensaje ha fructificado y ha ido escalando hasta instalarse en los principales centros de poder político y económico. En la esfera puramente empresarial, lo poco que había que demoler en el seno de las compañías eran las medidas corporativas de Diversidad, Equidad e Inclusión (empresas como McDonald's, Ford, Boeing, Walmart, Amazon o Meta ya han anunciado que renuncian a esos mecanismos para garantizar la igualdad de oportunidades). El feminismo, los derechos LGTBIQ+ y el ecologismo son vistos como obstáculos para el dinero. Obstáculos que deben ser removidos.

En la esfera económica, el objetivo es acabar con las pocas estructuras de gobernanza global que existen, y puentear (salirse) del Sistema Monetario Internacional por la vía de la exacerbación del mercado de criptoactivos. En la esfera política es mucho todavía lo que queda por demoler, y los libertarios de derechas se disponen a hacerlo desde dentro, una vez que han llegado a las instituciones democráticas a través de las urnas, o por nombramiento.

Acabar con el Estado 

Un hito decisivo en ese camino pasó bastante desapercibido en 2024. En junio de ese año, el Tribunal Supremo de Estados Unidos, escorado a la derecha por designación de Donald Trump en su anterior mandato, decidió tumbar la llamada “Deferencia Chevron”, una doctrina judicial que daba poder a las Agencias Federales para establecer regulaciones ambientales, laborales y sanitarias. La inspiración de esta medida no es otra que el mito fundacional de la derecha estadounidense: el redneck ácrata, el hillbilly romántico de origen europeo que vive en el campo, en su propiedad (privada) al margen de la ley que viene desde lejos (desde la ciudad, desde Washington).

El Estado (democrático) es el enemigo a batir. Y la representación más gráfica del Estado como problema es la burocracia. Es un mantra tópico de la ultraderecha el arremeter contra la burocracia “de Washington” o contra “los burócratas de Bruselas” (¿les suena?). En 2021, el bloguero de ultraderecha Jack Murphy planteó a JD Vance (hoy vicepresidente de Estados Unidos) la siguiente cuestión: Dado que “votar es ineficaz” (sic), qué hacer para solucionar el hecho de que “las instituciones de EEUU estén corrompidas y podridas hasta la médula”.

La respuesta de JD Vance comenzó así: “Hay un tipo, Curtis Yarvin, que ha escrito sobre algunas de estas cosas…”. Vance pasa luego a relatar lo necesaria que es una limpieza de funcionarios, al estilo de los despidos masivos que luego practicará Elon Musk en Twitter después de comprar la compañía. Es precisamente un eco de aquellos despidos masivos lo que ha perseguido Trump a la hora de nombrar a Musk como jefe del “Departamento de Eficiencia del Gobierno”. Un consejero delegado gobernando autoritariamente: el sueño húmedo de Curtis Yarvin.

La otra gran estructura política que buscan derribar es la de las instituciones de gobernanza global (abandonar la OMS fue una de las primeras medidas adoptadas por Trump). Es lo que la ultraderecha denomina la amenaza “del globalismo” (también les sonará la muletilla). La gobernanza global molesta al capitalismo porque supone otra capa, aunque débil, de regulación.  

Demoler ‘la Catedral’

Tanto Land como Yarvin abogan por demoler lo que llaman ‘la Catedral’. Básicamente se refieren con este concepto a la “élite intelectual y mediática” que, según ellos, ha impuesto el dogma progresista, controlando el discurso y suprimiendo las opiniones disidentes. La suya es la versión intelectualizada del acoso y derribo que ha emprendido la Administración Trump y sus terminales afines contra ciertos medios de comunicación y contra las universidades. Trump se refiere al New York Times o a la CNN como “legacy media”, los medios heredados: algo obsoleto que debe ser reemplazado. 

Esos medios, junto a la academia (los científicos y los universitarios) serían los responsables de haber asentado “el dogma” de la democracia que, recordemos, es sinónimo de corrupción. Frente a la corrupta democracia, una dictadura de tecnoligarcas –que son honestos e intachables, nótese la ironía– es, para Land, Yarvin y compañía, una opción preferible. Esos nuevos señores feudales jugarían un papel determinante en una nueva Edad Imperial en la que Europa es solo un estorbo frente a la dialéctica de machos alfa –Putin, Xi Jinping, Narendra Modi– entre los que Trump se siente reconocido.

Al hilo del tecnofeudalismo y sus señores, en diciembre pasado Bryan Gardiner lanzaba al aire en la MIT Technology Review una pregunta retórica que es la pregunta: “¿Qué podemos hacer con un grupo de hombres aparentemente incapaces de reflexionar seriamente sobre sí mismos, hombres que creen inequívocamente en su propia grandeza y que se sienten cómodos tomando decisiones en nombre de cientos de millones de personas que no los han elegido y que no comparten necesariamente sus valores?

Y cita Gardiner a la exeurodiputada Marietje Schaake, investigadora del Centro de Ciberpolítica de la Universidad de Stanford y autora de The Tech Coup, una obra imprescindible para entender dónde estamos: “En muchos sentidos, Silicon Valley se ha convertido en la antítesis de lo que sus primeros pioneros pretendían ser: de menospreciar al gobierno a asumir literalmente funciones equivalentes; de alabar la libertad de expresión a convertirse en controladores y reguladores de la expresión; y de criticar las extralimitaciones y abusos del gobierno a acelerarlos mediante herramientas de espionaje y algoritmos opacos”.

Cada vez más jóvenes occidentales se dejan seducir por opciones totalitarias, y el reto para las democracias liberales y sus ciudadanos es colosal, porque parece irreversible la infiltración de las corporaciones tecnológicas en las estructuras profundas de los Estados, camuflada como una inocente “colaboración público-privada” (también les sonará esta cantinela). Los Estados democráticos aceptaron encantados el regalo gratis de las herramientas y las capacidades tecnológicas ofrecidas por esas corporaciones. Fue un caballo de Troya. Una vez franqueados los muros de nuestras democracias, los guerreros aqueos, abrigados por la oscuridad, han empezado a descender. 

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