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TOMA DE TIERRA
Lo del 'diablo negro' no fue hermoso, se estaba muriendo

Diablo negro. (Condrik)
11 de febrero de 2025 17:17 h

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La opinión pública dio por hecho que ‘El diablo negro’, un pez impresionante en todos los sentidos, sobre todo el científico, que se dejó ver cerca de la superficie de las aguas canarias horas antes de morir, “murió feliz porque vio la luz”, “un atardecer” o al propio ser humano.

Permítanme que discrepe y que me haya erigido en representante de las denuncias de los peces nunca expresadas, pero tenemos cierta tendencia los homo sapiens a romantizar la muerte para que no nos aterre, y ya no solo personificamos a los animales durante su vida sino que también miramos su muerte desde un punto de vista antropocéntrico.

Ni siquiera nos dio una pista el hecho de que muriera horas después de estar cerca de nuestro hábitat y que es raro verle lejos del suyo: de otros miembros de su especie, su alimentación habitual, su ecosistema. Tampoco vimos señales tristes en que los ejemplares avistados tan cerca de la superficie anteriormente eran o bien larvas o ejemplares adultos muertos.

La imagen de este animal, avistado en el atlántico que baña Canarias a finales de este mes de enero, dio la vuelta al mundo y surgieron ilustraciones de todo tipo rindiendo homenaje a este hecho, algunas hermosas, otras cómicas por el aspecto fantasmagórico de la cara de este pez, que le llevó a ser el villano más temible del éxito de la factoría Pixar Buscando a Nemo. Y otras muchas le muestran con cierto consuelo muerto en la costa con un atardecer rosa, dando a entender que le valió la pena morir por ver el sol, pero lo cierto, es que todo iba bien hasta que los humanos le vimos y esto no es negativo. No es hermoso morir en la playa viendo la luz si su hábitat favorito es la oscuridad por eso su aspecto se ha embrutecido a nuestros cánones de belleza y por eso es fascinante, porque es casi de otro mundo donde la luz no importa.

'El diablo negro' desarrolla su vida entre los 100 y 4.500 metros de profundidad, donde se alimenta de crustáceos. A pesar de su mala prensa es absolutamente inofensivo y practica una suerte de colaboración comunitaria bajo el mar: una especie de linterna que cuelga de su cabeza y que brilla gracias a la simbiosis con bacterias luminiscentes. El pez abisal les da cobijo y ellas la luz que necesitan para cazar.

No tenemos que adueñarnos de todo lo que sucede aunque a nuestros ojos sea una experiencia “privilegiada”, “inédita”, “única”. Vivimos en la era de no perdernos nada; todo puede ser grabado en tiempo real, todo es consumido y desechado en minutos, merecemos estar al tanto de todo. Pero eso sin un para qué, ¿en qué nos convierte?. Quizá, en consumidores compulsivos de todo para la nada, en personas tristes con mucha información sin recursos políticos o psicológicos para gestionarla, en cómplices en el peor de los casos cuando lo que presenciamos en tiempo real son genocidios como el de Gaza o guerras y matanzas. 

Soltar lo que no necesitamos y hacernos cargo de las injusticias que nos interpelan sería lo ideal para que podamos ser la primera generación que es capaz de procesar toda la información que tiene y llevarla de forma útil a la superficie.

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