El colectivo Imastanen cuestiona los beneficios de las turbinas eólicas y alerta de los efectos en el paisaje de Güímar y Fasnia

El colectivo de arqueología social Imastanen advierte de las consecuencias de las turbinas eólicas y, por ende, de los nuevos proyectos El Pilón I y II en Güímar y Fasnia, en el sur de Tenerife. Según recalca el grupo que lidera Sixto García, estos nuevos parques “cambiarán para siempre el paisaje estos municipios”, en línea con lo que ha ocurrido en otras localidades de Tenerife, especialmente de la comarca sureña.
“La proliferación de turbinas eólicas, si bien se vendió como el cambio de paradigma hacia las energías renovables en la Isla, ha demostrado con el paso de los años que sólo representa, una vez más, un negocio para aquellas empresas que ejecutan sus lucrativos proyectos, mientras que para la población de a pie todo son desventajas y molestias. No hablamos sólo de los propios molinos y el daño que producen sobre el ecosistema, como en la ya mermada población de aves de Tenerife o del ruido que afecta a los agricultores de las áreas de influencia por su impacto, sino del destrozo que causa sobre el territorio el hecho de que cada nuevo aerogenerador erigido -de decenas de metros de altura- debe, por fuerza, contar con carreteras de acceso que permitan llegar a los grandes camiones que traen las aspas, turbinas y torretas asociadas. Vías de servicio que no conocen de barrancos, ecosistemas o colinas”.

Por eso, el grupo alerta de que donde se planifican estos parques, como los proyectados ahora en Güímar y los nuevos de Fasnia, se crea “una enorme cicatriz que quedará sobre el terreno para siempre. Las torretas y cableados ocupan nuevos espacios y los yacimientos arqueológicos, algunos incluso reconocidos por las autoridades como ya catalogados, se ven por lo común afectados”, aparte del impacto visual.
Los miembros de Imastanen censuran que estos proyectos se hayan dado a conocer recientemente “de manera atropellada y a contrarreloj entre Güímar y Fasnia. Zonas como Agache se verán afectadas por la instalación de numerosos aerogeneradores, con toda una red de transporte de energía (cableado) aérea y soterrada, torretas eléctricas y carreteras de acceso. Hablamos de un territorio de riqueza agrícola, medioambiental y patrimonial inconmensurable, realmente único, como lo es cada rincón de la Isla en donde el cemento no domina el paisaje. El impacto paisajístico, natural y social resultará, por tanto, evidente y cabría cuanto menos una consulta a los vecinos para evaluar los beneficios que este tipo de explotaciones suponen realmente”.
Sin el preceptivo estudio arqueológico del terreno afectado
En lo que se refiere al patrimonio, remarca que la propia empresa promotora “reconoce en su plan de impacto ambiental que, sin embargo, para determinar con precisión el impacto, es imprescindible realizar una prospección arqueológica de superficie autorizada y contar con la memoria técnica de los proyectos. Por tanto, la compañía admite que existen valores patrimoniales, pero no cuentan con el debido estudio arqueológico que exige la ley. Y este es el Plan de Impacto que se pretende aprobar”.
Además, desde el colectivo subrayan que se fundamenta “en una carta arqueológica no actualizada, ya que no existen aún catálogos municipales que contengan la ingente cantidad de hallazgos recientes. Sólo en la zona de Agache reconocen la existencia de 47 enclaves patrimoniales que se verán afectados directa o indirectamente. No obstante, tenemos constancia y hemos podido corroborar que en las zonas de Fasnia y Agache (Güímar) afectadas por los molinos, torretas, tendidos y cableados soterrados del proyecto y demás existen muchísimos valores históricos, etnográficos y arqueológicos no contemplados que serán borrados del paisaje para siempre”.

Según advierten, “un estudio apropiado y hecho según dicta la ley debería contar con información actualizada y, en todo caso, permitir que se deje opinar al pueblo sobre la conveniencia o no de convertir su territorio en un enorme polígono. Sabemos, además, por el antecedente de Arico, que, tras la instalación de parques eólicos, suelen venir los fotovoltaicos. Esta trampa de la energía renovable no trae beneficios compartidos y sí muchos costes colectivizados. El coste medioambiental sobre la fauna y flora es, sin duda, el más dramático y el menos ”verde y limpio“ de todos los aparejados a este tipo de instalaciones renovables”.
Una “trampa” que no baja el precio de la luz
Asimismo, recuerdan que “los precios de la luz para el consumidor no sólo no bajan -lo que se supone deberían ser el contrapunto de ver tu municipio infestado de grandes molinos-, sino que cada día son más caros. Ni tan siquiera reducciones o ventajas a los vecinos del municipio en un proceso que debería democratizar los beneficios de esta nueva industria de la energía en manos de multinacionales. El caso de Arico, municipio que carga con el mayor volumen de estos ingenios en Tenerife, habla de esta falta de coherencia: mientras se siguen construyendo más y más aerogeneradores y vías estructurantes, los cortes de luz en algunos barrios son constantes por fallos y averías en un sistema obsoleto, en nada beneficiado por esta tecnología supuestamente verde. Promesas y ventajas, hasta que se impone la cruda realidad, por la que las empresas privadas tienen carta libre sobre el territorio y es el pueblo canario el que paga los costes externalizados, a costa de su bienestar y de la salud del propio territorio”.
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