‘La infàmia’: la exposición que revisa el pasado esclavista de la burguesía catalana
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“A todo Estados Unidos se enviaron, a lo largo de su historia esclavista, poco más de medio millón de personas esclavizadas, procedentes en su mayoría de África; a Cuba sabemos que se enviaron casi un millón”, explica a las puertas de la exposición La infàmia. La participació catalana en l'esclavatge colonial Martín Rodrigo Alharilla, profesor titular de Historia Contemporánea del Departamento de Humanidades de la Universitat Pompeu Fabra (UPF) y experto en el esclavismo colonial de Cuba en el siglo XIX.
Rodrigo Alharilla, que ha actuado como asesor académico de la citada muestra, que se puede ver en el Museu Marítim de Barcelona hasta el 5 de octubre, añade otro dato si cabe más escalofriante: “En Estados Unidos los esclavos se reprodujeron hasta alcanzar los cinco millones, pero en Cuba, dadas las condiciones de vida de los ingenios [los centros de plantación y extracción de caña de azúcar], apenas llegaban a viejos y la población esclava no creció”. “Fue un sistema realmente genocida”, apostilla este historiador, que en su día también puso de relieve el pasado esclavista de la familia materna de José Antonio Primo de Rivera.
Por su parte, Mireia Mayolas, jefa de Exposiciones y Actividades del Museu Marítim, explica que la voluntad del museo al acoger La infamia es “llevar los hallazgos recientes en este campo a la reflexión pública en Catalunya, en consonancia con las revisiones de la mirada colonial que actualmente están poniendo en marcha numerosas instituciones”. Ambos están de acuerdo en que “Catalunya tiene que reconocer y asumir esta parte de su pasado”.
Emulando la bodega de un barco negrero
Junto a ellos, han participado en la organización de la muestra Ignasi Cristià, como autor del proyecto museográfico, y Antoni Tortajada como autor del guion que articula la exposición. “Ha sido Tortajada quien ha concebido el espacio como si fuera la bodega de un barco negrero del siglo XIX”, explica Rodrigo Alharilla.
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De este modo, en las poco más de tres salas que comprende la exposición –que no tiene un gran tamaño ni cuenta con objetos de gran valor, pero sí explica de un modo accesible y sin medias tintas lo que supuso el sistema económico esclavista–, el o la visitante camina por un pasillo central que tiene a los lados celdas con barras de madera donde se exponen los distintos objetos.
La idea es que nos sintamos como traficantes en el barco, mirando a las personas encerradas a ambos lados, pero en lugar de seres humanos secuestrados, y arrancados de sus hogares, vemos objetos que nos cuentan su historia y, sobre todo, la del sistema que les arrebató la libertad y la dignidad. Tanto al principio como al fin del espacio de la muestra, precediéndola y rematándola, se encuentran dos áreas circulares.
El origen de la ciudad de los prodigios
La primera nos habla de la riqueza que generó en Catalunya –principal motor, pero no el único, esclavista de España– este perverso sistema. De este modo, se entra a la exposición por una puerta que simula un cortinaje de terciopelo rojo como los del Liceu, ágora donde se reunía la burguesía catalana decimonónica, emergida en buena parte del esclavismo.
Una vez cruzado el umbral, abundan las fotografías de la boyante Barcelona que emergió a lo largo del siglo XIX y cuya máxima expresión llegó en 1888, año de la primera Exposición Universal. Una Barcelona que describió con maestría –pero obviando su oscura cara esclavista– Eduardo Mendoza en su novela La ciudad de los prodigios (Seix Barral, 1986).
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Se trata de una Barcelona que había visto caer las antiguas murallas medievales y se expandía por la falda de la sierra litoral con palacios y casas modernistas que eran prodigios de riqueza y arquitectura que todavía hoy perduran y que admiran a miles de turistas cada día. ¿De dónde venía toda aquella opulencia? Esa es la pregunta que responde La infàmia a lo largo de las siguientes salas.
Como preámbulo, la muestra nos ofrece un gran panel táctil e interactivo con un mapa del Eixample, el barrio barcelonés donde se concentra la mayoría de las casas modernistas. En el mapa están señalados una serie de edificios que fueron construidos con dinero o bien del tráfico de esclavos o con su explotación en los ingenios, los cafetales o las fábricas de tabaco. Podemos pulsar con el dedo y ver la familia que los construyó.
Traficante, una profesión de riesgo
Ya dentro de lo que es propiamente el pasillo en forma de bodega, se pueden observar numerosos cuadros de naves que estuvieron dedicadas al tráfico de esclavos. Muchas se construían en las playas de la zona del Maresme y las comarcas litorales de Girona, pobres en cuanto a producción agrícola, pero ricas en armadores y marineros avezados. Fue una zona que dio muchos traficantes. En cambio, al sur de Barcelona, mucho más rico agrariamente, la mayoría de emigrantes que se enriquecieron lo hizo con el comercio o los ingenios, según sostiene el historiador.
“Una vez el tráfico de esclavos fue declarado ilegal por parte de la comunidad internacional, a partir de 1820, la profesión se volvió arriesgada, aunque continuó unos años más por parte de los traficantes catalanes”, cuenta Rodrigo Alharilla, que señala varios cuadros de la muestra que ilustran persecuciones de barcos. “Son exvotos en agradecimiento a Dios por haber escapado de una persecución de naves inglesas que luchaban contra el tráfico de esclavos”, revela. Estos cuadros solían colgarse en iglesias y ermitas.
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“No todos los burgueses catalanes eran traficantes o terratenientes esclavistas”, matiza el profesor de la UPF, que explica que la muestra no busca señalar a determinados negreros o indianos, “sino poner en relieve un sistema económico tan peculiar como perverso, del que también participaban los industriales de aquí, que fabricaban para las colonias, o los agricultores que producían vinos y aceite para abastecer Ultramar”. De hecho, el historiador aclara que la revolución industrial que experimenta Catalunya a lo largo del siglo XX se financia con el dinero de las colonias, en un claro ejemplo de lo que Marx denominaba “acumulación primitiva del capital”.
Cuba, la región más rica de la España imperial
Agrega que “era frecuente que el traficante que se enriquecía optara pronto por dejar el tráfico y se establecía como industrial en Catalunya o terrateniente en Cuba o Puerto Rico”. Añade también que, en realidad, aunque el tráfico fuera abolido, el sistema esclavista perduró hasta 1886, siendo la isla de Cuba el último territorio de América en abolir la esclavitud. “Cuba fue al final una colonia muy peculiar”, observa, “porque su producción no abastecía a la metrópoli, sino que era al revés: Catalunya la alimentaba y Cuba vendía su azúcar a Estados Unidos”.
Así era hasta el punto, asegura Rodrigo Alharilla, de que “Cuba en manos del comercio catalán llegó a ser la región más rica de España”. Y da un ejemplo de cómo funcionaba este sistema circular, siempre basado en la mano de obra esclava: “Los barcos salían cargados de la costa catalana con aceite, vino y otros productos y navegaban hasta el puerto de Mar del Plata, donde intercambiaban la mercancía por tasajo, una carne seca de vacuno que luego llevaban a Cuba y la vendían para alimentar a los esclavos de los ingenios”.
El tasajo, prosigue el académico, se cambiaba en La Habana o Santiago por azúcar, que los mismos barcos llevaban luego a Nueva Orleans, donde lo vendían a cambio de algodón. Finalmente, este algodón se llevaba a Catalunya de regreso y servía para alimentar la revolución textil que vestía a toda España desde las factorías catalanas.
La esclavitud en el origen del racismo
Junto a fotografías de la población esclava y de planos de la estructura de los ingenios, la muestra expone la última de las salas una gran maqueta de un ingenio azucarero, con su fábrica, sus campos y los barracones donde vivía la población esclavizada. “Tenían unos huertos que podían cultivar para vender los productos y ahorrar algo de dinero”, relata Rodrigo Alharilla.
Apostilla que el objetivo del dinero era poder comprar a la larga la libertad. El sistema consideraba que si un esclavo ahorraba para comprar su libertad, es que se había civilizado y se había hecho persona. Merecía en consecuencia la libertad, o así lo establecía la mentalidad cristiana de entonces para lavar su conciencia. El experto recalca que el sistema terminó de toda manera abolido merced a su inmoralidad, tal como se puede ver en los compases finales de la muestra, donde se exhiben carteles de la época a favor y en contra del esclavismo.
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Finalmente, La infàmia termina en un segundo espacio circular que nos expone ante el audiovisual Una historia de reconciliación, creado por la cineasta guineana Sally Fenaux expresamente para la ocasión, que interpela al público actual sobre la persistencia del racismo y su relación con la esclavitud como hecho perpetuador de prejuicios.
También expone retratos de numerosas personalidades de origen africano del mundo que han actuado como líderes globales: desde Nelson Mandela a Martin Luther King o el atleta Jesse Owens. “Tortajada ha organizado la exposición de manera que al entrar en ella puedas vislumbrar el final, como un rayo de optimismo que acabe con toda esta pesadilla”, dice para terminar Martín Rodrigo.
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