El largo camino a casa en el norte de Gaza, desde dentro: “Sé que vuelvo a un lugar que parece el infierno”
![Miles de gazatíes caminan del sur al norte de Gaza para regresar a sus hogares como parte del acuerdo de alto el fuego.](https://static.eldiario.es/clip/513196f4-055b-48d7-84ed-2e00ee0ac4d3_16-9-discover-aspect-ratio_default_0.jpg)
Para Abdulaziz, el regreso a Sheikh Radwan, un distrito de la ciudad de Gaza, ha sido un tanto agridulce. Su casa sigue en pie, pero tras 15 meses de ataques israelíes, la vida que construyó alrededor de su hogar ha quedado totalmente destruida.
Familiares, amigos y conocidos han muerto. Ha perdido su trabajo como gerente de una empresa de alquiler de vehículos, porque la flota de automóviles, la oficina y todo el equipo han sido destruidos. La guerra y la experiencia como refugiado le ha dejado un profundo trauma.
“Me faltan palabras para explicar cómo me ha afectado esta guerra. Ha sido devastadora en todos los sentidos”, afirma este joven de 24 años: “He perdido todo por lo que había trabajado”.
La esperanza de que esta guerra haya llegado a su fin, de que el actual alto el fuego, temporal y frágil, pueda llegar a ser permanente, lo mantiene en pie mientras camina con dificultad hacia las ruinas de su ciudad natal. Lo primero que quiere hacer al llegar es visitar las tumbas de las personas queridas que han muerto a causa de los ataques y bombardeos aéreos israelíes.
“Ahora, por fin, puedo volver al norte. Todo este sufrimiento se hace más llevadero con la esperanza de que la guerra haya terminado”, afirma. “Todo lo que puedo decir es gracias a Dios. El agotamiento de la larga travesía se desvanecerá cuando vuelva a entrar en casa”.
El norte de Gaza es la zona más devastada de una franja arrasada, y la gran multitud de desplazados que avanza con dificultad junto al Mediterráneo es consciente de que regresa a un lugar que ha quedado completamente destruido tras meses de intensos bombardeos.
Su desesperación por regresar refleja los horrores que han sufrido durante los meses de guerra, en los que han tenido que moverse entre refugios hacinados y campamentos improvisados. “Sé que vuelvo a un lugar que parece el infierno, rodeado de destrucción”, señala Raed Said Sobeh, de 25 años, que durante la guerra se ha visto obligado a desplazarse en cinco ocasiones.
Sobeh sabe que su casa ha desaparecido, pero quiere besar el suelo donde antes se levantaba su hogar. “¡A pesar de todo, hemos vuelto a Gaza, desafiando a la ocupación! ¡Me siento como si estuviera en el cielo! Levantaré una tienda justo encima de los escombros donde antes estaba mi casa”, afirma.
Junto con miles de personas, espera en el frío intenso de una noche de enero ante el puesto de control costero que durante más de un año ha sellado el acceso al norte. Este puesto es solo para las personas que regresan a pie. Los vehículos aguardan en otra cola ante un segundo paso, más al este.
La multitud carga con las posesiones que ha podido salvar durante su periplo: ropa de cama, ropa y algo de comida. Algunos han optado por quemar sus tiendas, otros las han cedido a amigos y familiares, antes de emprender la marcha hacia una carretera de playa que antes de la guerra se utilizaba para ir de excursión con la familia, hacer picnics de fin de semana y celebrar fiestas.
A las 7 de la mañana, finalmente se abre el puesto de control y los desplazados empiezan a salir a raudales por todos los caminos que conducen a la playa. Se mezcla la alegría con la tristeza. Todavía no han empezado la larga travesía hacia el norte y todos parecen estar agotados. Al avanzar por la sucia carretera, las multitudes levantan nubes de polvo y sus rostros y su ropa se tiñen de gris. Son tantas las personas que emprenden la marcha que algunos niños se pierden entre la multitud. Vagan llorosos y como no funcionan los teléfonos resulta imposible llamar para pedir ayuda e informar de su localización. Sally Abu Warda, de 36 años, ha perdido a su hijastro, Ahora espera junto a la carretera a las afueras de la ciudad de Gaza a su marido y reza para que lo encuentre.
“Al inicio del día estábamos muy contentos porque por fin íbamos a volver a nuestra casa de Yabalia. Nos despertamos emocionados, recogimos nuestras pertenencias y partimos con energía y entusiasmo. Pero entonces algo hizo que nuestro estado de ánimo cambiara”, explica. “En el caos, perdimos a mi hijastro, y aún no lo hemos encontrado. Es un niño pequeño que no es consciente de lo que le rodea y tiene necesidades especiales. No puede ver con claridad. Rezo para que mi marido lo encuentre. Su situación me rompe el corazón”.
Los ancianos avanzan con muchas dificultades. Algunos son transportados en sillas de ruedas o carritos, o llevados a hombros por familiares, pero algunos que intentan hacer la travesía a pie se desmayan.
“Te dije que hoy no vinieras, pero has insistido”, lamenta un hombre. Llora al borde de una carretera y discute con un anciano que ya no puede oírle mientras pide ayuda a los transeúntes. Su padre tiene más de setenta años, hipertensión y diabetes. No hay médicos cerca y nadie puede contactar con los servicios de ambulancias. Cada vez más desesperado, el hijo insta al hombre inconsciente: “Vamos, continuemos el viaje. No estás muerto, despierta”.
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Eyad Saleha, un sastre de 43 años, también llora junto a la carretera durante un descanso a unos kilómetros de la costa. Explica que se siente abrumado por la situación, tanto por la felicidad como por el agotamiento. “Caminamos un rato, luego descansamos antes de continuar. No podemos completar el viaje de un tirón porque el camino es largo, pero nuestra alegría nos da la energía necesaria para continuar”, explica. “No sentimos el cansancio ni nos frena el largo viaje. He estado llorando sin parar, no puedo contener mis lágrimas de felicidad”.
Un combatiente que lleva una máscara del ala militar de Hamás, entre varios que se alinean en la ruta, reivindica el regreso a casa como una muestra de triunfo. “Nuestro regreso es una victoria rotunda, que golpeará la cabeza de Netanyahu y de sus impotentes ministros”, afirma. Israel inició la guerra tras los ataques transfronterizos de Hamás del 7 de octubre, y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ha señalado repetidamente que la “destrucción total” del grupo armado es uno de los objetivos de la ofensiva militar.
Faltan casi 10 kilómetros para llegar a la ciudad de Gaza. Los que viajan más al norte esperan encontrar vehículos o motocarros para seguir su viaje. Sin embargo, las carreteras han quedado destruidas y no circulan vehículos y se ven obligados a continuar el trayecto a pie.
Las condiciones en el norte son aún peores que en el sur de Gaza. Israel mantiene un bloqueo en la ciudad de Gaza y sus alrededores, y permite incluso menos acceso a ayuda humanitaria y alimentos que en el sur. El pasado otoño las organizaciones humanitarias advirtieron que la hambruna era “inminente” en esta zona.
El acuerdo de alto el fuego temporal ha facilitado el acceso de las organizaciones que proporcionan ayuda humanitaria, que han hecho acopio de suministros, como tiendas de campaña y alimentos, pero advierten de que cubrir incluso las necesidades básicas será un reto enorme.
La mayoría de los que regresan al norte son conscientes de la situación que les espera a la llegada y afirman que lo prefieren a vivir hacinados en campamentos o refugios en el sur. La afirmación del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de que quiere “limpiar” Gaza y desplazar a sus habitantes a Egipto y Jordania, no ha hecho más que reforzar su determinación.
“Mis familiares del norte me advirtieron de que no me precipitara a volver, me dijeron que la vida sigue siendo difícil, sin agua, sin lugares en los que refugiarse y con una destrucción enorme, pero nada de eso me importa”, afirma Yasser Hamdouna, del barrio de Al Nasr, que antes de la guerra trabajaba como distribuidor.
“No pienso volver a pasar por la experiencia de ser desplazado, aunque amenacen con destruir mi casa sobre mi cabeza”, afirma este hombre de 40 años. “Prefiero morir dignamente en mi casa, rodeado de mi familia, que volver a soportar la humillación y los desplazamientos que hemos sufrido durante esta guerra”.
Traducción de Emma Reverter
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