Tras la toma de posesión de Donald Trump hace dos semanas, los agentes de migraciones se desplazaron a Chicago para llevar a cabo las “deportaciones masivas” planeadas por el presidente estadounidense, en cuyas escuelas han empezado a multiplicarse las ausencias de alumnos con familias en situación irregular.
Los padres han empezado a recoger a sus hijos antes de tiempo o aparcan a unas calles de distancia, temerosos de que las redadas se centren en la hora punta de recogida. Chicago ha recibido miles de nuevos estudiantes migrantes en los últimos años. En este contexto, los profesores han empezado a hacer visitas a domicilio para comprobar cómo están las familias migrantes, aterrorizadas ante la idea de tener que abandonar a su hogar. En las actividades extraescolares de Secundaria, los educadores también han empezado a repartir información sobre los derechos de las personas migrantes para que los alumnos la compartan con sus familias. Padres, madres y profesores se preguntan cuánto durará esta intensificación de las redadas.
A lo largo y ancho del país, los educadores se esfuerzan por mantener espacios seguros para que los estudiantes sigan aprendiendo. Lo hacen en un contexto en el que la administración de Trump ya ha puesto en marcha una estrategia de mano dura contra la migración, cambiando las reglas del juego y cruzando unas líneas rojas que siempre se habían respetado, como efectuar redadas en campos escolares o desplegar agentes federales en barrios residenciales y zonas suburbanas tranquilas.
En algunas ciudades y estados con políticas de migración agresivas, los educadores y los grupos de derechos civiles luchan para mantener la educación pública accesible a todos los estudiantes, independientemente de su estatus migratorio. En el estado de Oklahoma, algunos profesores y cargos electos combaten la aprobación de una propuesta legislativa que obligaría a las escuelas a solicitar una prueba de ciudadanía estadounidense en el momento de la matrícula del alumno.
“Los niños pueden aprender álgebra solo si tienen un entorno de apoyo”, indica Alejandra Vázquez Baur, cofundadora y directora de la Red Nacional de Recién Llegados, una coalición nacional de educadores e investigadores que trabajan para apoyar a los niños migrantes y sus familias. “De manera que todos los profesores toman partido”, explica. En un contexto de redadas contra los migrantes en situación irregular, los profesores también tienen que lidiar con preguntas difíciles y los temores de sus alumnos por las deportaciones: “Los niños no ven el estatus migratorio; solo ven a sus amigos”, indica. “¿Qué ocurre si los alumnos ven cómo se llevan a sus compañeros de una clase? ¿Cómo les explicamos esta situación?”, se pregunta.
Desde hace meses, los profesores de Chicago se preparan para gestionar el impacto de la agenda de deportaciones de Trump en los estudiantes de las escuelas públicas. Los responsables y los profesores de los centros educativos han preparado planes de seguridad e informes sobre los derechos y protección de los alumnos y sus familias. Ashley Pérez, trabajadora social clínica titulada en las escuelas del vecindario de Brighton Park en Chicago, explica que a pesar de que estos planes estaban sobre la mesa, los colegios han tenido que dedicarse apresuradamente a apoyar a familias que ahora tienen miedo de salir de casa.
En Pilsen, un barrio de Chicago donde la mayoría de los residentes tienen ascendencia mexicana, el medio especializado en noticias sobre educación Chalkbeat Chicago informó de que el director de un instituto había dicho a los padres que, aunque el centro hacía todo lo posible por mantener la seguridad de los niños, entendía la decisión de las familias de permanecer en sus casas. “Sepan que aunque nuestra escuela es segura y que nuestros estudiantes estarán protegidos mientras estén en la escuela, también entendemos que hay mucho miedo y ansiedad entre nuestras familias” dijo el director, Juan Carlos Ocón.
Roy, profesor de segundo curso en la zona suroeste de Chicago, indica que ya ha tenido que responder preguntas difíciles de sus alumnos de seis y siete años. Muchos son recién llegados de Venezuela que han acabado en su clase tras una larga y a menuda traumática migración. “El año pasado, uno de mis alumnos vino de Venezuela y me contaba historias de gente que no sobrevivía en la selva, cruzando ríos”, explica: “Reconozco que en ese momento yo no estaba preparado para ese tipo de conversación”.
Ahora que el Gobierno de Trump tiene en su punto de mira a la ciudad de Chicago para llevar a cabo redadas a gran escala y ha movido ficha para rescindir el estatus legal temporal que ha protegido a miles de venezolanos de la deportación, los estudiantes de Roy se enfrentan a una nueva ola de incertidumbre y traumas. The Guardian no publica el nombre completo del profesor ni la escuela en la que imparte clases por temor a que sus alumnos y sus familias puedan ser blanco de las fuerzas de inmigración.
Muchos de sus alumnos son demasiado jóvenes para comprender plenamente lo que está pasando, o por qué sus mayores se muestran tan nerviosos, pero otros son muy conscientes. Poco después de que Trump fuera reelegido, un estudiante de Honduras explicó a sus compañeros de clase lo que significa ser deportado: “Si eres de Venezuela, vas a volver allí. Si eres de El Salvador, vas a volver allí. Y se señaló a sí mismo: yo soy de Honduras, así que voy a volver allí”. Horrorizado, Roy intentó tranquilizar a los niños diciéndoles que se iba a asegurar de que todos pudieran quedarse donde estaban, que la escuela era segura y que no dejaría entrar a los agentes de migraciones. Trató de quitarle hierro a la situación con humor: “Les dije: Sabéis, si de verdad os mandan de vuelta, yo también iré. Iremos a la playa”.
Por lo que se refiere a los niños mayores, algunos de los cuales tienen padres sin papeles y les preocupa pensar si deberían hacer algo para ayudarlos, Stephanie García —la directora de las escuelas comunitarias del consejo vecinal de Brighton Park— explica que hizo hincapié en la importancia de que se centrasen en los estudios “para que sus padres no tuviesen nada extra de lo que preocuparse”.
En programas extraescolares y actos comunitarios, el consejo vecinal también ha animado a niños y adolescentes a conocer sus derechos y hacer planes con sus padres. “Es difícil decirle a un estudiante de primer año de secundaria que les pida a los padres que tracen un plan en caso de deportación, por si acaso”, señala: “Pero por desgracia esta es la situación que debemos abordar”.
Es una escena que se repite en muchas ciudades. En Nueva York, los profesores se valen de conversaciones de grupo encriptadas para alertarse unos a otros cuando llega el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas. Los vecinos se ofrecen como voluntarios para escoltar a los hijos de familias vecinas migrantes indocumentadas para ir y volver de la escuela. En Los Ángeles, el director escolar, Albert Carvalho, señaló que la asistencia en todo el distrito educativo, el segundo más grande de EEUU, había bajado un 20%. Esto significa que unos 80.000 estudiantes han dejado de asistir a clase. Atribuyó las ausencias tanto al miedo como al activismo, ya que los estudiantes han participado en protestas nacionales contra las políticas migratorias de Trump.
“Tenemos que resolver esta situación”, indica Emma Lozano, pastora de la iglesia metodista Lincoln United de Chicago y miembro de la junta de educación de la ciudad: “Me afecta porque están haciendo daño a nuestros niños, a nuestros bebés. Simplemente no está bien”, protesta.
También los padres se esfuerzan por explicar las redadas a sus hijos. Lucy, madre de una niña de ocho años y de un niño de 10, ambos matriculados en un colegio público del barrio de Gage Park, en Chicago, explica que sus hijos están “tristes y asustados”. “Y tengo que explicarles qué es el racismo, y cómo se nos señala”, lamenta. Cuenta que lo que realmente ha ayudado a la familia ha sido reclutar a sus hijos para que la ayuden a repartir octavillas que informan de los derechos de los sin papeles a la salida del colegio: “Repartir los folletos hace que estén contentos; ¡Mamá, vamos a ayudar a mucha gente!, me dicen”.
Tengo que explicar qué es el racismo, y cómo están elaborando perfiles
Aunque Lucy, su marido y sus hijos son todos ciudadanos estadounidenses, varios de sus familiares, primos y amigos íntimos llevan años viviendo en Chicago sin documentación. The Guardian no publica su apellido para proteger a la familia de los agentes de migraciones. La semana pasada, cuando los funcionarios federales llegaron a los barrios de migrantes de la ciudad, Lucy hizo la compra para unos amigos sin papeles que estaban demasiado preocupados para salir de casa. Y se ofreció a llevar ella al colegio a los hijos de padres temerosos de que los detuviesen.
Silvia, madre de cuatro hijos, dos de ellos en edad escolar, reconoce que está nerviosa, pero señala: “Confiamos en que, si nos ocurriera algo malo, contaríamos con el apoyo de las organizaciones de nuestra comunidad”. The Guardian no publica el apellido de Silvia porque es una migrante en situación irregular y podría ser blanco de los agentes de migraciones. Trabaja como voluntaria en el Resurrection Project, una organización de defensa de los migrantes que distribuye información sobre sus derechos en comercios locales y los ayuda a ponerse en contacto con equipos de asistencia legal. Silvia relata que las redadas no son nuevas. “Lo que ocurre es que ahora se está difundiendo mucha desinformación que está sembrando el pánico. Si tenemos información correcta, no tenemos por qué tener miedo”, advierte.
Silvia ha pedido a su hijo mayor, de 26 años y con autorización temporal de residencia, que cuide de sus hijos de 8 y 14 años en caso de que la detengan a ella y a su marido, o si los deportan. También han preparado una carpeta con todos los documentos importantes de la familia, así como una maleta con artículos de primera necesidad, que su hijo puede llevar o enviarles a México. Explica que aparte de estas medidas, sigue acompañando a los niños a la escuela y también los va a buscar a la salida. Por su parte, su marido sigue yendo al trabajo. “A veces, si tenemos miedo, acabamos transmitiendo este miedo a nuestros hijos, ¿verdad?”, comenta, y concluye: “Así que mantenemos la calma... Y también la rutina de siempre”.