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Rafael Ávalos / ÁLEX GALLEGOS

26 de marzo de 2025 22:07 h

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No son pocos quienes cuentan los días. Esos que cada vez son menos para el momento en que el teatro de la ciudad esté “dispuesto a levantar el telón de una función que no por repetida deja de generar cosquilleos en el estómago”. Así expresó Manuel Valera Cerdá lo que para él supone la Semana Santa, que a buen seguro es también lo que no deja de significar para otros muchos. Tales palabras apenas son un extracto de las que empleó este miércoles en la sede de la Fundación Cajasol.

El espacio multiusos de la entidad bancaria fue escenario de una especial Exaltación Cofrade a cargo del artista. Antes de comenzar con su oratoria lo presentó el periodista Álvaro Pineda. Y también hubo trazos del rezo más popular. No es otro que el del cante jondo, el de la saeta. Las plegarias, por carceleras y seguiriyas, se escucharon en la voz de Rosario Córdoba. Todo ello ocurrió en un lugar en el que, además, se ofrecen dos exposiciones por Cuaresma.

De esta forma, la Fundación Cajasol siguió con su programa previo a la Semana Santa, en una iniciativa que viene de atrás y renovó este año. Lo cierto es que a los Días de Pasión dedicó Manuel Valera Cerdá una interesante -y entretenida, que también esto es importante- disertación. Mezcló prosa y poesía, como es habitual, y lo hizo con acierto. Al final, como anunciaba la entidad, el acto tuvo carácter literario musical. Porque desde el negro sobre blanco todo cobró sentido.

De la devoción a los sentidos

Como punto de partida, subrayó el exaltador que “esa semilla sembrada por el Beato Álvaro de Córdoba agarró en suelo fértil”. Más que nunca era necesaria esa mención, pues este año se conmemoran los 600 del inicio del rezo del Vía Crucis en Occidente. Sucedió a impulso del fundador de Santo Domingo de Scala Coeli. A partir de ahí, quiso regar Manuel Valera Cerdá su texto de emoción, pero también de divulgación. Porque, por ejemplo, no olvidó a artistas tales como orfebres o tallistas.

Al fin y al cabo, lo intangible se hace posible con lo tangible que surge de las manos de un hombre, de una mujer. Recorrió, por supuesto, la ciudad con la mirada en cada una de sus hermandades. Especialmente lo hizo con la Merced, a la que se encuentra ligado. Pero, sobre todo, recordó que la Semana Santa es una experiencia sensorial plena. Allá va cada cual “empapándose de los estímulos que campan a sus anchas”. Es decir, que la celebración en la calle es un agasajo a los sentidos.

El color el hábito nazareno, el sonido del tambor y la corneta, el aroma del incienso, lo palpable de lo que no se toca. Incluso el sabor. También realizó el exaltador un divertido relato de lo que provoca a veces esperar el paso de un cortejo. Lo que menos gusta por responsabilidad del gentío. Pero su crítica la hizo con humor. Lo importante es: “Todo lo que acontece en esos días pasa por el filtro de la nostalgia, que como un cordón umbilical nos ata a un sentimiento íntimo, personal y sumamente propio”.

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