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Gaza, el fastidio y la indiferencia

Palestinos desplazados esperan en fila para recibir una porción de comida en Khan Younis.
12 de abril de 2025 22:26 h

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Resulta que así es como ocurren los genocidios: entre el fastidio y la indiferencia.

Las noticias sobre Gaza suscitan menos y menos interés. Quizá porque cada día el horror se parece al de la víspera y resulta monótono, quizá porque las imágenes son demasiado desagradables, quizá porque realmente no nos importa. Además, estamos muy entretenidos con los aranceles y las idioteces de Donald Trump. De quien, por cierto, nos escandaliza mucho la ignorancia económica, y no tanto el jocoso entusiasmo con que habla de deportar a los gazatíes que sobrevivan (¿a dónde? ¿Al mar?) y de poner clubes de golf y hoteles en su territorio.

Hay quienes siguen recitando aquellos dos mantras sobre “la única democracia de Oriente Próximo” y “el derecho a defenderse”. Respecto a lo primero, aún es posible calificar de democrático el sistema israelí, pese a la eficacia con que Benjamin Netanyahu (y quienes le votan y respaldan) está desmantelando las instituciones y construyendo un régimen autoritario. Vale. ¿Y qué? El argumento de “la única democracia” también valdría para legitimar el esclavismo en Estados Unidos (desde 1787 tuvieron la Constitución más avanzada de la época) y, después, la discriminación racial. En cuanto al “derecho a defenderse”, disculpen que caiga en el tópico, también lo invocaba Adolf Hitler mientras exterminaba a millones de judíos.

Sabemos que la diplomacia es un juego de intereses completamente ajeno a la moral y que en ella mandan los fuertes. Israel cuenta con el absoluto respaldo de Estados Unidos, sea quien sea el presidente, y con la aquiescencia de Rusia, y es además una potencia nuclear (cosa que oficialmente sigue negando), por lo que no es posible amenazarlo con la fuerza. Cabe, por tanto, justificar la pasividad con que los gobiernos del mundo asisten a la matanza cotidiana, avanzando en esta última guerra hacia los 60.000 muertos, de los que tres de cada cuatro son civiles y muchos son niños. Pero cuesta entender el compadreo y la complicidad. No hay sanciones ni boicoteos. Las relaciones se mantienen casi como si no pasara nada.

Igual que quienes proponen que Ucrania se rinda ante el invasor para acabar con la guerra, pero en un grado más obsceno, el mundo, que nos incluye a nosotros, parece desear de forma explícita o implícita que Israel concluya su trabajo de exterminio y nos libre de la molestia de los palestinos, que llevan décadas perdiendo su tierra y ahora, tanto en Gaza como en Cisjordania, pierden sus vidas. Por las armas o por la hambruna. Mueren mientras se les desplaza al norte, luego al sur, luego a ninguna parte. 

En un futuro próximo, cuando de las ruinas de Gaza o de los campamentos remotos (si llega a producirse la deportación definitiva) surjan jóvenes terroristas, nos echaremos las manos a la cabeza. Y nos preguntaremos cómo es posible tanto odio y tanto desprecio por la vida humana. Nuestra amnesia voluntaria no conoce límites. Nuestra hipocresía, tampoco.

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