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Una hospitalidad universal

Imagen de archivo de soldados ucranianos preparando municiones en su posición en la zona de Zaporiyia, Ucrania. EFE/EPA/STR
16 de marzo de 2025 22:51 h

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Entré en la ducha distraída y brumosa, con la radio puesta en el móvil, cuando oí al periodista Toño Fraguas hablar de Kant y la paz, de buenismo y de guerra. Presté atención porque en este desierto moral, donde apenas suena algo más que el ruido de las armas, cualquier aproximación al pacifismo se erige como un oasis de esperanza. El ruido de las armas que ahoga a las voces de la razón. Kant y su “paz perpetua”, en una ducha rutinaria, me limpió entonces de algo más: del estruendo emocional que produce la amenaza, de la ansiedad que encarna en el cuerpo la violencia, del miedo al miedo, de la frustración y la impotencia ante el discurso belicista, de la preocupación por una guerra que en realidad nadie quiere. Nadie que no quiera forrarse vendiendo armas, nadie que no quiera enriquecerse expoliando minerales raros y gases menos raros, nadie que no tenga melagomanía imperialista, nadie que no considere sus intereses económicos por encima de la destrucción y la muerte, nadie con alma.

El filósofo prusiano Immanuel Kant escribió La paz perpetua en 1795 y, al recordarla, Toño Fraguas me sacó en 2025 del vaho mental en el que nos perdemos al olvidar nuestro compromiso con la vida, nuestra apuesta por la dignidad, nuestra búsqueda de soluciones que no impliquen violencia. El pacifismo (que ahora se ha dado en llamar buenismo, como si pudieran de verdad deslegitimarse y ridiculizarse los derivados de la bondad) no es solo una postura política, un posicionamiento ideológico, sino la respuesta a un sistema que perpetúa la guerra como herramienta, en un círculo vicioso que arrastra a la historia y arrasa con todo, empezando por lo que atañe directamente a los individuos y las sociedades de nuestra especie.

Impresiona la vigencia de las ideas que inspiran los “Artículos preliminares” del ensayo pacifista de Kant, que habrá quien tache de buenistas: 1) “Ningún tratado de paz -secreto- en el cual esté tácitamente reservado un asunto para una guerra futura será válido”; 2) “Ningún Estado independiente, grande o pequeño, será cedido a otro estado por medio de herencia, intercambio, compra o donación”; 3) “Los ejércitos permanentes (lat. miles perpetuus) deberán desaparecer por completo con el tiempo”; 4) “La deuda nacional no deberá ser contraída con el fin de ocasionar tensiones entre estados”; 5) “Ningún Estado debe inmiscuirse por la fuerza en la constitución o el gobierno de otro estado”; y 6) “Ningún Estado debe, durante la guerra con otro estado, permitir tales actos de hostilidad que hagan que se vuelva imposible la confianza mutua en la paz futura, como: el empleo de asesinos (lat. percussores), envenenadores (lat. venefici), el quebrantamiento de las capitulaciones y el incitamiento a la traición (lat. perduellio) del estado enemigo”.

En tiempos de guerra, tanto hoy como hace doscientos años, remitirse al pacifismo no es negación de la lucha, sino afirmación de que hay formas de resistencia que no requieren (más) destrucción y derramamiento de sangre, y aspiración a desarrollarlas. El pacifismo es un acto de valentía, un desafío a la narrativa dominante, que intenta convencernos de que la guerra es inevitable y nos la impone por la fuerza. En este mundo desquiciado y nuevamente perplejo, en vez de aceptar la militarización y el rearme como un hecho consumado, debemos cuestionar y tratar de desmantelar las estructuras que sostienen el de la guerra como si de cualquier negocio inocuo se tratara. Y debemos armarnos de nuevo de ideas de justicia porque, a estas alturas de la historia, ya hemos aprendido que paz no es simplemente ausencia de guerra, que paz es sinónimo de justicia, que sin justicia no hay paz. El típico buenismo de Kant, que él resumió mejor en La paz perpetua: “La ley de la ciudadanía mundial debe estar limitada a condiciones de una hospitalidad universal”.

Gracias a Kant, y a Toño Fraguas, el otro día salí de la ducha empapada de antimilitarismo, dispuesta a bloquear las tentaciones de la violencia y a soportar las acusaciones de buenismo. No a la guerra fue y ha de ser nuestro lema irrenunciable. Simple y llanamente porque el coste de la guerra es indeseable para la inmensa mayoría, porque el rastro de sufrimiento que trae consigo la guerra se extiende más allá de fronteras y rompe los corazones y estalla en la razón. Simple y llanamente, porque la militarización de nuestras sociedades no solo afecta a los países en guerra, sino que contamina y pervierte nuestra comunidad, alimentando el miedo, la desconfianza, el egoísmo, la maldad. El malismo.

Salí de la ducha, del vaho mental de estos tiempos, pensando que es el momento, ahora, de que el pacifismo y el antimilitarismo se conviertan en pilares de nuestra sociedad; que es el momento, ahora, de fomentar una cultura de diálogo, una cultura en la que el conflicto se resuelva a través de la empatía y la comprensión, y no a través del odio y la amenaza; que es el momento, ahora, de pensar que la educación juega un papel crucial en este proceso y que debemos enseñar a las nuevas generaciones que la verdadera fortaleza radica en la capacidad de escuchar y aprender de los demás, no en la habilidad para empuñar las armas, para apretar el botón más espantoso; que es el momento, ahora, de erigirnos en sujetos con un papel que desempeñar en el camino de la paz. Desde nuestras opiniones cotidianas a la elección de nuestros referentes públicos, desde nuestra propia voz, optar explícitamente por un futuro donde la guerra no sea la respuesta. La historia está llena de ejemplos de resistencia pacífica que han logrado cambios significativos en su devenir.

Es difícil secarse la cara en estos tiempos, ponerse ropa limpia, mirarse en el espejo y sacar pecho por la paz. Defender ideales, aunque sean una necesidad urgente. Soñar con construir en comunidad un futuro donde la vida y la dignidad sean intocables. Es difícil, además, porque lo llaman buenismo, cuando es el malismo lo que nos ha traído hasta aquí, hasta este momento. En este universo donde solo buscábamos hospitalidad.

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