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No son los periodistas, es la democracia

Los periodistas parlamentarios, este miércoles en el Congreso
27 de febrero de 2025 21:28 h

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En la izquierda, cada cual a lo suyo. Sumar carga contra Podemos, Podemos contra el PSOE y el PSOE contra Sumar. Se lanzan puñales y discuten entre ellos. Incluso entre quienes comparten las mismas siglas raro es el día que no hay una declaración disonante. Salvo en contadas ocasiones, no se ponen de acuerdo.

En la derecha, los del PP relativizan lo que dicen y hacen los ultras que salieron de sus propias filas. Alemania no es España y Vox no es Alternativa por Alemania, sostienen para restar importancia al ascenso del partido nazi que ha logrado la segunda posición en las elecciones germanas.

En el Congreso, sorprende la sensación de normalidad, como si lo que ocurre y lo que está por ocurrir en el mundo fuera algo menor o una mala representación con actores de cuarta. Solo unos pocos son conscientes de la magnitud de la amenaza que se cierne sobre todas las democracias del planeta. 

Mientras sus señorías discutían el miércoles sobre la quita de la deuda a las autonomías, presuntos casos de corrupción o la enésima versión de Mazón sobre su negligente actuación durante la crisis de la DANA, periodistas de distintos medios se concentraban ante la Puerta de los Leones del Congreso contra el “comportamiento inaceptable” de agitadores ultras que se mueven por las Cortes acreditados como periodistas y “no respetan las elementales normas de convivencia”. 

“Nuestro rotundo rechazo a quienes amenazan, insultan y señalan en las redes sociales a los periodistas que defienden que no se obstaculice el trabajo informativo en el Parlamento (...) Nuestro firme propósito de seguir desarrollando el trabajo informativo con respeto a la deontología profesional, con independencia de la ideología personal y la línea editorial de cada medio (...). Reiteramos la necesidad de que las Mesas del Congreso y el Senado adopten las medidas necesarias para evitar comportamientos inaceptables en el ejercicio del periodismo, sin que ello conlleve, en absoluto, limitar, restringir o menoscabar el derecho de los medios de comunicación de obtener y difundir información veraz para la ciudadanía (...) Señalar no es informar”, decía el comunicado leído por tres informadores de tres medios distintos.

La denuncia no es nueva ni se puede circunscribir al ámbito parlamentario. Como en el nazismo, los ultras de hoy, igual que los de antaño, odian a los medios de comunicación y a los periodistas. Se burlan de su trabajo, los estigmatizan, los insultan, los difaman, los caricaturizan y hasta los amenazan. En público y en privado. Han llegado a difundir en redes sociales teléfonos y direcciones particulares de opinadores e informadores que no son de su agrado. Han publicado imágenes llamando a su chusma tuitera a quedarse con su cara. Y hasta los tildan de “vendidos”, “pesebreros”, “activistas” o “putas”, “lamepenes” o “zorras”. 

Unos apuntan, otros difunden y entre todos fomentan el odio mientras otros muchos guardan un cómplice silencio. Les une la desnutrición moral e intelectual, ya que ni uno solo es capaz de argumentar con una frase que no contenga injurias y vituperios de grueso calado. Cada cual más grosero, más radical, más reaccionario y, por supuesto, más machista. Porque en España, como en Brasil, en EEUU, en Italia, en Alemania, en Francia o en cualquier parte del mundo donde crece la ola ultra, las periodistas que trabajan en la cobertura política están infinitamente más expuestas a los ataques de estos cafres que sus compañeros hombres. 

La libertad de prensa no puede ser nunca un escudo contra el acoso o la amenaza y, aunque los grupos parlamentarios hablan desde hace meses sobre un régimen sancionador frente a la ofensiva de los agitadores ultras que pululan por el Congreso y el Senado, el PP no parece estar por la labor de sumarse a una reforma quirúrgica del Reglamento para establecer normas de comportamiento y sanciones para las amenazas y campañas de linchamiento. Con Vox ni se contaba, porque muchos de sus dirigentes forman parte de la manada de difamadores. 

En contra del dicho clásico que sostiene que los periodistas nunca deben ser noticia, los informadores políticos lo son hoy como consecuencia de un radicalismo en el debate político que ha impactado de lleno en una profesión que, dicho sea de paso, nunca estuvo libre de los embates de la política. Lo de hoy va mucho más allá del ataque de los ultras a los informadores que no les lamen las botas. Es una amenaza a un derecho ciudadano del que los periodistas somos depositarios, es una agresión seria contra la libertad de expresión y opinión y es, en definitiva, un torpedo a la línea de flotación de la democracia. Pero hay quien aun sabiéndolo no sólo calla, sino que además financia con dinero público a estos bárbaros. Así llegaron por segunda vez al gobierno de los EEUU, gobiernan en varios países de la UE, están a punto de hacerlo en Francia y son ya segunda fuerza en Alemania.

Ya saben que uno de los objetivos del magnate y “empleado gubernamental especial” de Donald Trump, Elon Musk, es destruir a los medios de comunicación libres. Por tanto, sigan la pista de sus entusiastas y sabrán quiénes son hoy los mayores enemigos de las democracias. Si el dueño del sacrosanto Washington Post, Jeff Bezos, ha sucumbido ya a una única visión del mundo –el libre mercado y las libertades personales– y cerrado la sección de opinión a otras posiciones, qué no podrá pasar aquí en España.

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