Queda mucho por contar del franquismo

“¿Pero tú sabes quién era Franco?”, le preguntó a su hijo más pequeño un amigo mío, ya jubilado y que fue reportero de Diario16, es decir, un profesional comprometido con las libertades y políticamente concienciado (como se decía en los 70). “No sé. Creo que eso aún no lo hemos dado en clase”, le respondió el estudiante. Me temo que no es un caso aislado porque las generaciones nacidas en libertad -después de la entrada en vigor de la Constitución de 1978-, lo desconocen casi todo de la dictadura y la Transición que llevó a este país a la democracia. No les hemos sabido contar la verdad completa de lo sucedido de manera que, todavía hoy, estamos discutiendo sobre cuándo terminó la dictadura y en qué momento empezó la democracia.
Radio Pirenaica decretó el final de la dictadura el 14 de julio de 1977, al día siguiente de la toma de posesión del Congreso y el Senado elegidos por sufragio universal en las primeras elecciones generales libres en 41 años. La alocución radiofónica celebraba la sesión constitutiva de unas Cortes que ya consideraba constituyentes y que-dijo el locutor- serían las “encargadas de enterrar los últimos vestigios del franquismo”. La emisora clandestina, que dio voz a la resistencia comunista y los emblemáticos discursos de Dolores Ibarruri arengando a la izquierda republicana desde la misma guerra civil, cerró para siempre sus micrófonos en ese día, dando así por finiquitada la dictadura porque el PCE, al “cancelar el último vestigio” de su clandestinidad, daba “por concluida su misión”. Nada más lejos. Todavía quedarían muchas reformas por abordar, derechos por recuperar y presos y presas por liberar. Aunque los comunistas tenían motivos sobrados para cerrar la página de la clandestinidad, hoy estamos comprobando que la lucha contra el franquismo está aún por concluir.
El Gobierno socialista ha elegido la fecha de la muerte del dictador (el 20-N de 1975) para conmemorar este año medio siglo de democracia. No puedo estar más en desacuerdo con esa identidad de criterios entre el fallecimiento del anciano dictador y el principio de las libertades. La historia lo desmiente. Ni con su muerte llegó la democracia ni en su ausencia se acabó la dictadura. Vivimos años de franquismo sin Franco hasta que -como muy bien dice Nicolás Sartorius- la democracia fue el resultado de una lucha ciudadana que impulsó a los poderes políticos hacia la Transición, desde abajo hacia arriba, en un proceso imparable que confluiría en unas elecciones democráticas, la amnistía y la aprobación de la Constitución.
Podemos discrepar sobre el título o la fecha de este aniversario prematuro con el que el Gobierno celebra la democracia, pero no hay duda de que se hacía imprescindible e inaplazable una labor pedagógica así para defender la verdad de nuestra historia más cercana. Ante la manifiesta ignorancia de la que adolecen las generaciones que nunca vivieron en dictadura, es muy fácil que puedan llegar a creerse los mensajes mendaces de la derecha más radical que confunde la libertad individual con el liberalismo económico. Lo estamos viendo. Está pasando.
En tiempos de la dictadura franquista circulaba un chiste muy esclarecedor que ironizaba con la polisemia de la palabra libertad. “En España tenemos libertad de prensa porque podemos comprar el Ya, el ABC o el Arriba; libertad de religión porque es posible elegir entre ir a Misa de 10, de 11 o de 12; y libertad de circulación porque podemos coger el metro, el bus o el tren”. Pues, hoy en día, a ese tipo de “libertades” entrecomilladas se pueden añadir las que te permiten elegir entre ir de cañas o tomar un café con leche en la Plaza Mayor de Madrid.
Hay gente que da como ciertos los mensajes mentirosos de los nuevos mecanismos de comunicación digital, que son enormemente poderosos y resultan especialmente eficaces en manos del populismo ultra, principal cliente de la potente industria de la desinformación. Charlatanes, influencers, pesudohistoriadores de pacotilla y personajes de la ultraderecha que proliferan en las redes sociales - incluso publican libros sin el rigor histórico requerido-, en España, hacen un presentismo fraudulento de nuestra memoria retorciendo los hechos a su antojo. Obviamente, es esta nueva corriente antidemocrática la que está detrás de esa nueva moda juvenil que expresa su rebeldía mediante la idealización de un franquismo edulcorado.
Sólo desde el desconocimiento se puede entender que les guste cantar el “Cara al sol”(sin saber quién era José Antonio) en las discotecas y asuman con facilidad las proclamas de negacionistas, antiwoke y demás trumpistas, siempre quejosos de la “falta de libertad” en países democráticos cuando son las instituciones las que pretenden defendernos de sus insidias, bulos y desinformaciones.
La diputada constituyente por el PSOE y veterana política andaluza, Ana María Ruiz-Tagle, me dijo un día que de toda la labor realizada en estos años de democracia consideraba que el capítulo dedicado a la educación había sido un fracaso, con lo que estaba haciendo una seria autocrítica de las leyes que puso en marcha su partido y las que asumió la UCD o el PP. La también parlamentaria socialista de aquella legislatura primigenia, Rosina Lajo, es de la misma opinión de la que, sin duda, también han participado otras madres o padres de la patria, a la vista de los resultados actuales, sobre todo en las carencias que la juventud tiene de la historia.
Soy de las convencidas de que la única medicina para la ignorancia es acceder a la verdad. Creo que el conocimiento de la historia previene de dogmatismos y nos vacuna contra bulos y falsedades. Por eso, es obligación de las instituciones del Estado dar a conocer la realidad científica, basada en recursos historiográficos y fuentes primarias de calidad. Es imperdonable que no se haya enseñado a los escolares españoles una materia tan relevante para su identidad y que les ayudaría a valorar la democracia que disfrutan. Bienvenida sea, pues, esta sacudida para nuestra memoria que espante embustes, patrañas y falacias de los enemigos de la libertad para ponernos frente a frente de la historia real: saber cuáles fueron los horrores de la dictadura y la importancia de la conquista de los valores democráticos.
Antes de que nos vayamos a otra dimensión los hombres y mujeres españolas que conocimos el franquismo en tiempo real, tenemos la responsabilidad de transmitir a las nuevas generaciones los horrores vividos por nuestros coetáneos y el gran sacrificio de los más valientes que sufrieron o perecieron en la lucha. Para que eso ocurra y podamos dar por concluida nuestra misión como demócratas -como dijo en su día el PCE al cerrar Radio Pirenaica-, porque nos queda todavía mucho por contar.
Hay que felicitar a TVE por la difusión de la serie documental “La conquista de la democracia” que, además, tiene la virtualidad de contar este casi medio siglo de historia en capítulos temáticos sin olvidar a las mujeres luchadoras, perseguidas, desposeídas de sus derechos o invisibilizadas, llenando así un vacío que existió hasta hace muy poco pero ahora se va paliando. ¿Cuántas personas sabían, antes de leer este artículo, quiénes fueron Ruiz-Tagle y Lajo? ¿Cuántas sabían que el franquismo fusiló a cinco chicos días antes de la muerte de Franco? Tenemos suerte de contar como director del documental con uno de los grandes referentes y protagonistas de la lucha antifranquista como es Nicolás Sartorius, que es la mejor garantía de calidad y cuya biografía debería ser de obligado estudio en los centros escolares. Estamos ante una serie imprescindible, una de las mejores y más útiles iniciativas que se le podía ocurrir a la empresa pública de radio y televisión pública. Profesores y profesoras de Historia en colegios e los institutos de enseñanza pueden pasarse el curso viendo la tele en clase y enseñar mucho. Que ya va siendo hora.
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