¿Los jóvenes ya no temen una dictadura? Claves del declive de la confianza en la democracia en las nuevas generaciones

El arraigo del sentimiento democrático en España ha sido hegemónico en todas las generaciones desde la vuelta de la democracia en 1977. Pero distintos factores han modelado la percepción de los jóvenes del año 2025, según los últimos estudios. El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) deja datos tan reveladores como que al 38% de los menores de 24 años no les importaría vivir en un régimen “poco democrático” si eso le garantiza una supuesta “mejor calidad de vida”. Es un porcentaje que está diez puntos por encima de la media y que contrasta especialmente con el grupo de edad de quienes tienen entre 55 y 64 años, en el que apenas un 22% sostiene esta afirmación.
Son algunos de los grandes datos de una tendencia alarmante, que esconde un profundo descontento y un sentimiento de desafección política motivado, principalmente, por una falta de perspectivas de progreso. Es una generación que creció en una época de expansión de derechos y en un mundo cada vez más globalizado, pero que arrastra las secuelas de la gran crisis de 2008 y que recibe continuos mensajes desalentadores sobre su futuro. Ante este escenario, la extrema derecha y los sectores ultra han desarrollado una eficaz estrategia de seducción con mensajes falaces, pero efectistas; mientras, la izquierda sigue sin reaccionar, coinciden politólogos y docentes consultados por elDiario.es.
“Históricamente, la democracia era un sistema político que llevaba implícito una mejora económica y social. Pero esa vinculación de democracia con prosperidad es algo que ya no se da. Para parte de estas nuevas generaciones, que irracionalmente elogian modelos como el de China, Rusia o la India —que no son democráticos, pero que aparentemente económicamente les va mejor—, la democracia es un estorbo para la prosperidad”, dice el politólogo Oriol Bartomeus, que dirige el Institut de Ciències Polítiques i Socials (ICPS), adscrito a la Diputació de Barcelona y a la Universitat Autònoma de Barcelona.
Precisamente, un reciente informe del ICPS apunta una tendencia similar a la subrayada por el CIS. Su análisis muestra que los menores de 24 años son quienes menos defienden la democracia como sistema político: sólo el 62% cree que es preferible a otra forma de gobierno. El 16% afirma incluso que una dictadura podría ser preferible a una democracia y el 20% defiende que a la gente como ellos tanto le da un régimen que otro. Solo el 29% responde que vivir en una democracia es “extremadamente importante”.
Diferentes investigaciones han revelado que no se trata ni mucho menos de un fenómeno nacional. Ni siquiera europeo. Un estudio realizado por la Universidad de Cambridge en 2020 con opiniones de casi cinco millones de personas en más de 160 países desveló que, a nivel mundial, los millennials —los nacidos entre 1981 y 1996— muestran mayor insatisfacción con la democracia en comparación con generaciones anteriores. Además, los jóvenes tienden a ser más optimistas respecto a la democracia bajo líderes populistas.
Aumentan los jóvenes que preferirian un gobierno autoritario en algunas circunstancias
Comparación del porcentaje de personas que respondieron según su régimen político preferido en 2017 y 2024, por grupos de edad
Fuente: CIS
Respecto a España, Bartomeus cree que el “problema de base” es que en cincuenta años de democracia no se ha cambiado la percepción de la política. “Hay una sensación de que la política no sirve nada, de que los políticos no atienden las necesidades de la población y sólo hablan de ellos mismos”, sostiene. A su juicio, no se trata de un fenómeno nuevo, pues es herencia de la pedagogía antipolítica del franquismo, pero la diferencia es que “en las generaciones anteriores, haber vivido ese momento mágico del cambio democrático ha ejercido como una suerte de vacuna”.
Esto es, por muy desilusionados que se hubieran sentido quienes eran jóvenes en los setenta u ochenta, la sensación es que no se habrían sentido atraídos de forma tan significativa por líderes ultras precisamente por ese recuerdo cercano de la dictadura. Ahora, eso se ha volatilizado y parte de los jóvenes se sienten fascinados por figuras como las de Donald Trump o su aliado Elon Musk, el multimillonario consejero delegado de Tesla. “Mis alumnos son admiradores de Trump y Musk… hablan de ellos con una mezcla de admiración e ingenuidad. Para ellos representan la libertad, la rebeldía contra el sistema, la esperanza de cambio”, dice un profesor que imparte varias materias del Grado de Economía en una universidad madrileña. “Viven en la polarización total, como todos. Y meten a Trump y a Vox en el mismo paquete”, añade este docente.
Silvia Casado, profesora de Historia en otro instituto madrileño y autora de varios libros sobre la Guerra Civil, ha observado también cómo están calando entre los jóvenes los mensajes “emocionales y primarios” de la extrema derecha, mientras lamenta que la izquierda se ha quedado en el “sectarismo”, “sin ser consciente” de que “hay que convencer con razones al que se ha creído el discurso de Vox”.
La politóloga Alina Danet, vicedecana de Estudiantes, Participación y Relaciones con la Sociedad de la Universidad de Granada, también vislumbra “una etapa de desafección política prolongada”. “El propio concepto de representatividad se está viendo vulnerado, los jóvenes se sienten cada vez más desvinculados de la política, entendida en sentido tradicional”, sostiene esta experta, que cree que la idea de participación política también ha cambiado, lo que tampoco permite determinar si es un fenómeno nuevo o había ocurrido con otras generaciones de jóvenes. “Observar la presencia de los jóvenes en redes sociales y la orientación ideológica de sus discursos nos permite entender que los mecanismos de participación se han alterado y que, por tanto, un análisis comparativo con generaciones anteriores no tendría mucho sentido”, añade.
Bartomeus pone el foco en el hecho de que se trata de una generación criada a partir del esquema de la revolución conservadora que tomó impulso en la década de los ochenta, del individualismo a ultranza, y que cuando el neoliberalismo entró en crisis, como ocurrió en 2008, sólo recibió como alternativa “más neoliberalismo”. “Es gente a la que le han estado diciendo desde pequeños que su futuro va a ser más que negro, que todo va a ir a peor, es normal que se pregunten para qué van a defender este sistema”, afirma.
Ese sentimiento de desafección política que esconden los estudios demoscópicos también se deja ver en otros espacios educativos, como los institutos. “Lo que hay entre los chavales es una sensación de que los partidos tradicionales no atienden sus problemas y, ante eso, se ven seducidos por las soluciones rápidas, por esa idea de que es necesario que venga alguien a poner orden en todo esto”, dice Rosa Rocha, directora del IES Guadarrama, en el norte de la Comunidad de Madrid, y presidenta de la Asociación de Directores de Institutos Públicos de Madrid (ADIMAD).
Rocha rememora una anécdota reciente que evidencia esa ola reaccionaria. “El año pasado, en medio de un debate, una alumna de segundo de la ESO (14 años) soltó que con Franco vivíamos mejor. Posiblemente, no sabía ni quién es Franco. Pero son mensajes que se mueven como especie de moda en las redes sociales”, sostiene.
La profesora Silvia Casado también ha advertido de su experiencia y sus conversaciones con otros docentes un auge de este tipo de discursos. “Llevo 25 años dando clase y nunca había escuchado ensalzar los falsos logros del franquismo, como el bulo de que Franco creó la Seguridad Social o que estableció las vacaciones y ahora sí lo he escuchado”, dice esta docente, que insiste, no obstante, en que la realidad de los institutos no es homogénea. Casado señala además que está encontrando el “problema” de que hay alumnos que le dicen que no les hable de política en clase. ¡Pero si hablar de la Guerra Civil o la dictadura es hablar de derechos humanos!“, exclama.
Un análisis con perspectiva de los estudios del CIS también permite observar cómo las opiniones reaccionarias entre las generaciones más jóvenes es un escenario al alza. Así, en 2017, el 83% de los menores de 24 años consideraba que la democracia era preferible a cualquier forma de gobierno. En 2024, con una pandemia de por medio, ese porcentaje cayó siete puntos, hasta el 76%. Esto es, uno de cada cuatro jóvenes sería partidario de explorar vías autoritarias.
Al igual que Rocha, otros docentes apuntan a la influencia de las redes sociales, que es la principal vía que las nuevas generaciones usan para informarse. Aluden, principalmente, a Instagram y TikTok, que funcionan con algoritmos que favorecen la difusión de contenidos de extrema derecha y ofrecen pocas garantías frente a la desinformación. “Lo que más me preocupa es su incapacidad para discernir lo que es una fuente fiable de un charlatán. Y no hablo de sesgos ideológicos, eso es irrelevante”, dice el profesor universitario. El 40% de los jóvenes de 18 a 24 años utiliza TikTok cada semana y el 15% lo hace para leer, comentar o compartir noticias, según un informe del Instituto Reuters.
Los politólogos coinciden en que esta deriva no pasa desapercibida para agitadores y líderes de extrema derecha, que tratan de explotarla por todas las vías posibles. “La era de la antipolítica se construye, a nivel social, en torno a la retórica de la identidad, la exclusión y el patriarcado. Los líderes de la derecha radical buscan construir una sensación de cohesión apelando a similitudes y diferencias en torno al sistema sexo/género, a aspectos culturales, religiosos, de procedencia…”, sostiene Danet.
Esta experta explica que ese proceso se estructura en torno a componentes puramente emocionales, como el miedo a la pérdida de estatus de ‘los nuestros’ o la normalización de discursos populistas de hondo calado antidemocrático. Y advierte: “Ya no son simples desafíos, como pudieron parecer hace pocos años, sino que se están convirtiendo en violaciones en toda regla de las normas del juego democrático…”.
El impacto de estos postulados en una nueva generación también se observa en el CIS. Así, la estimación de voto al partido de Abascal es del 18,8% entre los jóvenes de entre 18 y 24 años, ocho puntos por encima de la media que obtiene el partido (10,7%). De hecho, esa franja edad es en la que la formación de Santiago Abascal consigue más seguidores.
Por otro lado, los expertos coinciden en que los hombres se están derechizando más que las mujeres. Es algo que evidencian indicadores como la estimación de voto a Vox, que alcanza el 15,1% entre los hombres, mientras que entre las mujeres apenas llega al 6,5%. También las mujeres jóvenes defienden más la democracia que sus homólogos hombres. Por ejemplo, mientras el 8,1% de los chicos de entre 18 y 24 años considera que en algunas circunstancias, un gobierno autoritario puede ser preferible a uno democrático; entre las chicas de la misma franja de edad están de acuerdo con esa afirmación el 5,7%, 2,4 puntos menos.
Por otro lado, el citado informe del ICPS reveló que, en solo un año, el porcentaje de jóvenes que está de acuerdo con el concepto “feminismo” ha bajado casi 18 puntos: del 57,7% en 2023 al 40% en 2024. Es un descenso que se percibe en todos los segmentos de edad, si bien es entre los hombres de 18 a 24 años donde hay más diferencia.
Es una tendencia bajo la que los expertos ven una “reacción” al auge del movimiento por la igualdad de género. “Desde 2018, con la cuarta ola feminista, hay una parte de hombres jóvenes que se han visto atacados”, sostiene Bartomeus. A su juicio, esta sensación ha sido “muy bien recogida” por la llamada manosfera, un conjunto de subculturas que se mueven en Internet propagando un discurso misógino que presenta a los hombres como víctimas, y que tiene una penetración “brutal” entre los hombres más jóvenes.
Esa corriente contribuye a envenenar la convivencia en muchos centros educativos, fundamentalmente institutos de secundaria donde proliferan conductas machistas no solo entre compañeros sino que llegan a cuestionar la autoridad de las profesoras. Un instituto del norte de A Coruña ha tenido que expedientar hace unas semanas a un alumno que presumía de no acatar las instrucciones de una mujer, su tutora, a la que llegó a agredir físicamente. No se trata de un incidente aislado, sino que estas conductas proliferan en muchos centros educativos, en los que además se han detectado que determinados comportamientos machistas cuentan con el aval de algunas familias, con lo que difícilmente el instituto puede atajarlos en solitario. Profesores universitarios consultados por esta redacción han detectado dinámicas similares en algunas facultades.
En ese variado ecosistema antifeminista han surgido comunidades como los incels —celibatos involuntarios—, los PUA —(Pick Up Artists) o artistas de la seducción—, o los MRA (Men Rights Activists) o activistas por los derechos de los hombres—, que muestran la masculinización de esa reacción. “Cuanto más derechos y pasos adelante se consigan por parte de la lucha feminista, más reactiva va a ser la respuesta en la manosfera buscando desacreditar, desarticular, generar rechazo y odio”, sentencia Danet, que defiende que gran parte de los “discursos de resentimiento y miedo de la derecha radical” se elaboran y refuerzan por parte de hombres jóvenes.
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