En los últimos años ha habido un cambio bastante notable con lo que antes llamábamos guarderías y ahora son escuelas infantiles. Ya el propio cambio de nomenclatura de una pista: de guardar a educar. Tradicionalmente estos espacios, para niños de 0 a 3 años, se entendían como una especie de aparcamiento de bebés para que sus padres pudieran trabajar. Ya no.
Hoy esa concepción está superada, al menos por la literatura científica y los profesionales, porque aún hay políticos que la siguen viendo así. Pero está ampliamente demostrado que es un periodo básico para el futuro desarrollo de los niños y las niñas.
Es una etapa que, como nos dice la ciencia, debería servir para reducir desigualdades, para dotar a los pequeños de una base que luego cristalizará más adelante. Todo esto está demostrado, os dejo unos ejemplos: ampliar los años de educación infantil con la LOGSE redujo a la mitad la probabilidad de repetición de curso en Primaria; cuando se cruza el rendimiento académico del estudiantado con los años pasados en una escuela infantil, se observa que entre quienes estuvieron uno o ningún año hay un 24,1% de bajo rendimiento; en el grupo de los pasaron tres o más años (contando la segunda etapa) apenas supera el 6%.
Con este conocimiento y la universalización de la educación que va de los 3 a los 18 prácticamente lograda, las administraciones se pusieron como objetivo hace unos años ampliar la escolarización en el 0-3. Ha funcionado. España está en máximos históricos, con un 55% de los pequeños de esas edades que van a una escuela. Pero el buen dato global esconde disfunciones.
El primer ciclo de infantil tiene contradicciones. Pese a la evidencia conocida, las familias que menos necesitan compensar desigualdades son las que más recurren a las escuelas infantiles (recuerdo que no es una etapa obligatoria) mientras las más vulnerables es más probable que se queden fuera. Aquí intervienen cuestiones socioculturales –las mismas que llevan a que cuanto más estudiara tu madre más lejos es probable que hayas llegado tú–, pero también de políticas educativas.
La falta de oferta pública es una de ellas, aunque la gratuidad avanza. Las escuelas infantiles son caras y no todo el mundo se las puede pagar. La rigidez de los centros es otra: para ciertas familias son demasiadas horas sí o sí y no cuadra con sus vidas en ese momento. En algunas comunidades, además, se ha premiado que los dos progenitores estuvieran trabajando mientras se penalizaba que uno estuviera en paro.
El análisis fino también señala notables diferencias entre comunidades autónomas, diferencias que reproducen el patrón recién explicado: las más ricas tienen más escuelas infantiles y las familias las utilizan más, ahondando en el efecto Mateo (quien más tiene más recibe).
Otro melón a abrir aquí son las condiciones laborales de las trabajadoras (más del 90% son mujeres) y las circunstancias en que dan clase, con unas ratios bastante por encima de lo que recomienda Europa.
En definitiva, el 0-3 progresa, pero igual no adecuadamente. Os dejo aquí un análisis del sector y seguimos con algunos de los temas recurrentes de este boletín, que han tenido nuevos capítulos.
Sobre este blog
La educación lo es todo y, en estos tiempos de desigualdad, la mejor herramienta para la justicia social. Te contamos cada martes desde las políticas nacionales del Gobierno hasta las pequeñas historias del último rincón del país, con especial atención a la pública como garante de la igualdad de oportunidades.
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