Mil manuscritos antiguos revelan el poder oculto de los escribas

Durante siglos, los escribas siríacos fueron considerados simples copistas al servicio de la transmisión textual. Pero una nueva investigación pone en cuestión esa imagen y los sitúa como actores intelectuales clave. A partir del análisis digital de casi mil manuscritos conservados en la Biblioteca Británica, un equipo dirigido por Noam Maeir, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, ha demostrado que quienes copiaban los textos no solo los preservaban, sino que seleccionaban, reorganizaban y fragmentaban el contenido original. Ese proceso editorial silencioso ayudó a definir qué partes del conocimiento antiguo han llegado hasta hoy y cuáles se perdieron.
La práctica de “excerpting”: copiar para construir sentido
El concepto central del estudio, publicado en PLOS ONE es el de excerpting, una práctica consistente en copiar solo ciertos fragmentos de obras más largas para incluirlos en nuevas compilaciones. Estos extractos, en muchos casos desconectados de su contexto original, se reordenaban para crear colecciones con sentido propio. Lejos de ser algo marginal, el excerpting era una herramienta editorial frecuente en manuscritos siríacos entre los siglos VI y IX. En palabras de Maeir, “estos manuscritos no eran simples contenedores de textos antiguos, sino objetos culturales que reflejan elecciones, tendencias y nuevas formas de organizar el saber”.

Medir la edición: un índice para detectar reescrituras
Para dar cuenta cuantitativa de este fenómeno, los autores proponen un índice nuevo: los excerpts por manuscrito (EPM). Este indicador permite medir cuántos fragmentos de distintos textos contiene cada manuscrito. La mayoría se sitúan por debajo de los 20, pero algunos llegan a superar los 1.000. Esta variación no es menor: los manuscritos con alto EPM aparecen como centros de intensa actividad editorial, donde se reconfiguraban textos teológicos, históricos o litúrgicos. Lejos de seguir un patrón homogéneo, cada uno refleja decisiones específicas de su época.
Uno de los aspectos más reveladores del estudio es que estos escribas no solo seleccionaban qué conservar, sino también cómo presentarlo. Algunos textos aparecen con nuevos títulos, reorganizados en secuencias distintas o incluso sin atribución a autor alguno. La figura del copista se diluye y emerge una nueva: la del compilador, una suerte de editor antiguo. Este cambio de mirada rompe con la idea de que los manuscritos son transmisiones neutras de saber y los convierte en productos culturales activamente modelados por quienes los escribieron.
Una lectura distante para ver lo que el catálogo oculta
El equipo de investigación ha utilizado técnicas de análisis digital conocidas como distant reading, que permiten estudiar patrones editoriales a gran escala sin centrarse en un único autor o género. Esta metodología ha sido posible gracias al trabajo de digitalización de Syriaca.org y al acceso abierto a manuscritos digitalizados. Gracias a ello, se han detectado lagunas o errores en catálogos históricos como el de William Wright, que priorizaban la autoría y pasaban por alto las formas en que esos textos eran alterados, recortados o anotados.
Entre los fragmentos más frecuentemente recopilados aparecen temas litúrgicos, himnos y tratados teológicos, pero también se conservan textos históricos y filosóficos. En cambio, muchas obras completas han desaparecido por no haber sido copiadas ni incluidas en estas compilaciones. Según Maeir, estos patrones reflejan cambios de prioridades intelectuales a lo largo del tiempo. “Los textos no se pierden solo por accidente. A menudo se dejan de copiar porque dejan de considerarse relevantes”, explica.
Manuscritos como mapas de decisiones culturales
En lugar de verlos como contenedores pasivos, el estudio propone tratar los manuscritos como registros materiales de decisiones culturales. Un alto número de fragmentos indica una voluntad de reorganización, de volver a dar forma al conocimiento según nuevas necesidades o doctrinas. En ese sentido, los códices más densos no son solo depósitos, sino auténticos laboratorios editoriales que reflejan cómo las comunidades organizaban lo que sabían, lo que creían y lo que querían transmitir.
Este trabajo no solo cambia la forma de leer manuscritos antiguos, sino que reformula la historia misma de la transmisión textual. Pone en valor a quienes, desde los márgenes, moldearon la herencia cultural que ha sobrevivido a lo largo de los siglos. Los manuscritos de alto EPM no son los más conocidos, ni los más estudiados, pero quizá sí los más reveladores: nos muestran que la historia no solo se escribió, también se editó.
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