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En mi risa mando yo
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Gente sin escrúpulos haciéndose millonaria en la pandemia, con el negocio de las mascarillas; payasos psicópatas gobernando el mundo; guerras entre países, que se perpetúan; treguas sin paz; acuerdos internacionales, que se tambalean; urgencias climáticas; deportación de migrantes sin derechos….
¡Paren el mundooo, que me quiero bajaaar! (frase que se suele atribuir a mi admirada Mafalda)
En palabras recientes de Luis García Montero, “todo invita a encerrarnos en nuestros miedos, por eso conviene animarse, no escondernos en el silencio… vamos a contarnos la vida, las ilusiones, los asuntos del trabajo, las alegrías, porque la alegría es una forma de resistencia”.
Y es que hasta en las circunstancias más adversas el ser humano no renuncia a la alegría. Lo vivimos con el confinamiento en el 2020, cuando todos los días a las 20:00 salíamos a aplaudir con gozo y entusiasmo, como muestra de gratitud y apoyo al personal sanitario, pero también porque nos gustan los rituales colectivos, que conducen a emociones compartidas.
Los bares y las cafeterías cumplen una función social esencial: en ellos se baila, se canta y hasta se hace terapia de grupo
En el pódcast 'Diario de Ucrania' de RTVE que dirigen Sara Blanco y Aitor Sánchez, una persona, aludiendo a las pasadas fiestas navideñas manifestaba que “en estos días oscuros y fríos de diciembre han aparecido nuevos bares, nuevos locales. Un extranjero podría tener la sensación de que no hay una guerra… Ahora la gente va más a los teatros y a los museos que antes de la guerra porque eso también ayuda a subir el ánimo”.
Porque, admitámoslo, los bares y las cafeterías cumplen una función social esencial: en ellos se conspiran brindis, risas, confidencias, se baila, se canta y hasta se hace terapia de grupo. Yo desde hace mucho tiempo practico el desayuno terapéutico con una gran amiga. A veces decimos que si nuestros desayunos terapéuticos hablaran, el mundo temblaría, pero que nos quiten lo bailao, el ahorro en psicólogos que llevamos hecho no está pagado.
Desde que escuché por primera vez el término “soberanía de la alegría” pareciera como si hubiera estado ahí esperándome para que yo lo adoptase como propio. Ocurrió preparando materiales para un curso que abordaba, entre otras muchas cuestiones, los distintos conceptos de soberanía (política, alimentaria, financiera, energética, digital, sanitaria, tecnológica…).
Entre el diverso material descubrí un proyecto de la Universidad rural Paulo Freire del Cerrato, situada en un pequeño pueblo palentino. Las universidades rurales trabajan por el rescate de las soberanías y la dinamización del mundo rural, pero, concretamente, la del Cerrato reivindica la soberanía de la alegría como, la necesidad de los seres humanos de juntarse, de mirarse a los ojos, de crear en comunidad o, dicho de otra forma, la capacidad de empoderarse del ocio.
La alegría se convierte en un desafío para el poder establecido porque nos acciona, nos motiva, nos enreda en proyectos ilusionantes
Sus promotores Carlos Herrero y Héctor Castrillejo (un músico y un poeta, respectivamente), y las personas que han conseguido atraer a lo largo de más de 20 años, consideran que la música, la comunidad, el encuentro, la metáfora, la danza, el juego, la palabra, la celebración, el rito… son un patrimonio, un tesoro intangible que sostiene, cohesiona y hace posible la vida en comunidad. Y es tan necesario como el alimento que nos nutre o el agua que bebemos.
Resulta curioso conocer que el término “negocio” deriva de las palabras latinas nec y otium, es decir, lo que no es ocio. Para los romanos, el ocio era lo que se hacía en el tiempo libre, sin ninguna recompensa, por lo que el negocio para ellos, era lo que se hacía con alguna contraprestación. Lo triste es que en nuestra sociedad, sobre todo urbana, hemos llegado a un punto en el que el ocio también es negocio, dando pábulo a las teorías económicas reduccionistas que dicen que el tiempo que no dedicas a trabajar, lo dedicas a consumir. No hay más. Y de esta forma, “salir de compras” los centros comerciales, se han convertido en auténticos lugares destinados al ocio.
Y es que el poder, ya sea el económico, el político, el eclesiástico, nos quiere consumiendo y tristes, porque, en palabras del filósofo francés Gilles Deleuze, “a la tristeza se le domina mejor” a través del miedo. Miedo a quedarte en paro, miedo a no poder pagar la hipoteca, miedo al inmigrante… La alegría, sin embargo, es resistencia, porque no se rinde, impulsa a la acción y a la esperanza, se convierte en un desafío para el poder establecido, nos acciona, nos motiva, nos enreda en proyectos ilusionantes. La alegría mueve montañas.
El 25% de los empleados en España sienten tristeza diaria, solo un 9% está comprometido con su empleo y 7 de cada 10 creen que España no es un buen lugar para buscar trabajo
Una de las manifestaciones más subversivas de esa resistencia son los carnavales. Tanto el poder civil como religioso han intentado siempre controlarlo, pero ahí siguen las “ilegales” de Cádiz, esas agrupaciones carnavaleras que no participan en el concurso oficial, pero que pasean todos los años por sus calles, sus coplas de humor y sátira, sin más jurado que el público callejero y sin más objetivo que pasar un buen rato.
Me llamó la atención una anécdota que Fernando Trueba refirió en el programa que Jordi Évole dedicó al 30 aniversario del Óscar a la mejor película de habla no inglesa, 'Belle Époque' (1992). Cuando preparaba el guion, junto a Rafael Azcona, se lo estaban pasando tan bien, se reían tanto, que este último le dijo: “Vamos a hacer como que trabajamos, porque a la gente no le gusta que te rías mientras trabajas”. Parece ser que en los centros de trabajo tiene que reinar la sobriedad y la tristeza, cuando está comprobado que un buen clima laboral contribuye a generar un mayor compromiso de los trabajadores con sus responsabilidades, una mayor predisposición a cooperar y el ambiente idóneo para que aflore la creatividad.
Según el último informe de la consultora internacional Gallup (junio de 2024) –dedicado a conocer aspectos relativos en los empleados como su compromiso con el trabajo, la evaluación de la vida, el clima laboral y el estrés, la ira, la tristeza y la soledad diaria– el 25% de los empleados en España sienten tristeza diaria, solo un 9% está comprometido con su empleo y 7 de cada 10 creen que España no es un buen lugar para buscar trabajo.
Cuenta el escritor Salvador de Madariaga en su ensayo titulado 'España' (1931), que en Andalucía, en días de latifundios y república, uno entre tantos caciques congregaba a sus braceros, y con la intención de comprar sus votos y sus conciencias, repartía monedas para todos. Sin embargo, uno de ellos, con intrepidez y decisión, arrojó las monedas al aire y sentenció: “En mi hambre mando yo”.
Parafraseando a Madariaga y aplicándolo al tema que me ocupa en este texto: no es optimismo ingenuo, no es frivolidad, no es ser irresponsable, no es jiji jaja, es que “en mi risa mando yo”.
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