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El juicio contra Luis Rubiales, expresidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), por las acusaciones de agresión sexual y coacción hacia la futbolista Jennifer Hermoso, ha puesto de manifiesto las profundas raíces del machismo en el fútbol y la impunidad que, históricamente, ha acompañado a la violencia contra las mujeres en este ámbito. Este caso no expone un “incidente aislado”, sino que refleja un sistema que ha permitido y, en ocasiones, fomentado comportamientos abusivos y discriminatorios contra las mujeres.
Durante la entrega de medallas en el Mundial Femenino de 2023, Rubiales besó sin consentimiento a Hermoso, un acto que ella describió como inapropiado y que empañó uno de los días más felices de su vida. Este suceso, lejos de ser una anécdota, evidencia la normalización de conductas machistas en el entorno futbolístico. La reacción inicial de Rubiales, minimizando el hecho y refiriéndose al beso como “un piquito”, muestra una falta de conciencia sobre la gravedad de sus acciones y una desconexión con las demandas de igualdad y respeto que la sociedad actual exige.
El fútbol, históricamente dominado por hombres, ha sido un reflejo de las dinámicas de poder y control que perpetúan la desigualdad de género. Las mujeres que se adentran en este mundo no sólo deben demostrar su valía en el campo, sino también enfrentarse a una cultura que, en muchos casos, las relega a un segundo plano y justifica comportamientos inapropiados por parte de sus dirigentes y compañeros. El caso de Hermoso es un ejemplo claro de cómo las estructuras deportivas pueden fallar en proteger a las mujeres y, en cambio, proteger a quienes ostentan el poder.
La impunidad ante la violencia contra las mujeres en el fútbol no es un fenómeno nuevo. Sin embargo, este caso ha generado una ola de indignación y solidaridad sin precedentes. Hermoso ha declarado sentirse presionada para restar importancia al incidente y proteger la imagen de la RFEF. Estas presiones, que incluyeron solicitudes para que emitiera declaraciones justificando el comportamiento de Rubiales, ponen de relieve las tácticas utilizadas para silenciar a las víctimas y mantener el statu quo.
Es fundamental reconocer el papel de los medios de comunicación y de la sociedad en general en la perpetuación o denuncia de estas conductas. La cobertura mediática y la opinión pública pueden influir significativamente en la percepción de estos casos y en la presión para que se tomen medidas adecuadas. En este sentido, es alentador ver cómo, en esta ocasión, la sociedad ha mostrado un apoyo mayoritario a Hermoso y una condena firme a las acciones de Rubiales.
Desde una perspectiva de igualdad, es imperativo que las instituciones deportivas implementen políticas y protocolos claros para prevenir y sancionar cualquier forma de violencia o discriminación. Esto incluye la formación en igualdad de género para todos los miembros de la organización, desde los jugadores hasta los altos cargos directivos. Además, es esencial fomentar una cultura de respeto y igualdad, donde las mujeres puedan desarrollarse profesionalmente sin temor a ser objeto de abusos o discriminación.
El juicio a Rubiales debe servir como un punto de inflexión para el fútbol y el deporte en general. No se trata sólo de juzgar a un individuo por sus acciones, sino de cuestionar y reformar un sistema que ha permitido que tales comportamientos ocurran y queden impunes. Es una oportunidad para que las instituciones deportivas demuestren su compromiso con la igualdad y el respeto, y para que la sociedad en su conjunto reflexione sobre las actitudes y valores que perpetúan la violencia contra las mujeres.
En conclusión, el caso de Jennifer Hermoso y Luis Rubiales es un reflejo de los desafíos que aún enfrentamos en la lucha por la igualdad de género en el deporte. Es una llamada a la acción para desmantelar las estructuras de poder que perpetúan el machismo y la violencia, y para construir un entorno donde todas las personas puedan participar y destacar sin temor a ser discriminadas o violentadas.
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