Espacio de opinión de Canarias Ahora
TOMA DE TIERRA
Lo que sé de los nómadas
![Paseo en camello por las dunas de Maspalomas (1965).](https://static.eldiario.es/clip/af22037a-7226-459d-b4c3-e32d59054792_16-9-discover-aspect-ratio_default_0.jpg)
Ser nómadas nos hizo mejores, estoy segura; el mundo abriéndose a cada paso, dejar atrás los prejuicios, dejar, como decía Twain que las costumbres bajen ellas solas los escalones uno a uno. Pero ser sedentarios nos ayudó a adquirir un compromiso con la otredad y el entorno, porque nadie se puede enamorar de lo que no conoce, y si lo hace, seguramente no es amor.
Del compromiso colectivo nacen las mejores cosas que nos hemos dado, ser parte de una vecindad, de una comunidad, fue el germen de muchos movimientos sociales que generaron los cambios más profundos en España: ahora que la película El 47 nos lo ha recordado, se nos vienen a la cabeza luchas como las de la PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca), la de los vecinos de Vallecas en Madrid por construir sus casas y ponerle nombre a sus calles, la de las madres que perdieron a sus hijos por la droga en los 80 gallegos. Y a grandes rasgos, todas las demás revoluciones empiezan con una pequeña chispa en un garaje, en el taller de un periódico, en un local prestado o en las escaleras de una facultad entre clase y clase.
Paralelamente, está claro que las comunicaciones y el transporte en este siglo están derribando algunas fronteras que personas que nacieron a principios del siglo pasado jamás hubieran imaginado. Y todo eso está bien.
Lo que sucede es que el Mercado, con mayúsculas, no está haciendo una lectura tan romántica del asunto de los nómadas digitales (para sorpresa de esta redactora), sino que una vez más, la mano invisible que regula el asunto, lejos de autocontrolarse, se inclina en favor del poder económico y busca donde pueden gastar más dinero los que mayor poder adquisitivo tienen y, seguramente, y en esto me aventuro, por alguna tradición extractivista de algún antepasado. Ahora ese consumo no se conforma con sol, playa, alcohool y fuerza de trabajo precarizada en temporada alta, sino que sube su apuesta al darse cuenta de que los turistas blancos quieren estar todo el año de vacaciones: trabajando media jornada suya, cobran un salario de tiempo completo nuestro y el resto del tiempo pueden aprender surf y tomar café de especialidad en locales comprados a precio que la demanda ahora permite, locales que antes tenían nombre y decoración, fea, pero decoración, ahora tienen las paredes blancas sin encalar y allí todo el mundo está allí como podría estar en otra parte donde la vida sea igual de barata, da igual a costa de quién. Las caras iluminadas por los ordenadores, los auriculares puestos y la mirada en la metrópoli, como en una distopía de bajo presupuesto.
Me preocupa haberme hecho tan mayor que ya me den miedo los cambios, pero algo me dice que cuando se llega a la casa de alguien, si pensamos, por ejemplo, en la típica casa canaria, uno no entra a las habitaciones sin que antes se le haya invitado a café en el patio, ni pasa al patio sin haber charlado un rato con los anfitriones en ese mausoleo que las madres de esta tierra tienen a la entrada con tazas de Cuba, reliquias de la abuela, una imagen de San José, al que no se le reza, pero se le respeta, o una vajilla que nadie nunca va a usar y que se va a guardar “por si acaso”.
Por si acaso nos lo vuelven a quitar todo y entran hasta la cocina reventando la puerta, rompiendo las palabras, los libros de recetas, enjaulando a los pájaros, y tengamos que volver a pedir perdón por el sol, la luz, el mar, la arena y nuestra fuerza de trabajo precarizada.
Mientras tanto, y es lo que más duele, la atención no está puesta en ese nomadismo silencioso, sino en los que no llegan ni a mirarnos por la ventana, que mueren en el mar, que un día fuimos nosotros. Que un día volveremos a ser todos nosotros.
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