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¿Qué está pasando en el Congo?

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Agencias de noticias del mundo entero transmiten en estos días la información de que  que algo importante está sucediendo en el este de la República Democrática del Congo, un país sobre el que estamos lamentablemente habituados a escuchar noticias desgraciadas.

Un grupo armado llamado M-23 tomó hace ya más de una semana la ciudad de Goma, una urbe de cerca de dos millones de habitantes, y que, desalojando en combate al Ejército congoleño, avanza hacia otras importantes ciudades de la región.  

En estos momentos, y ante la perplejidad de la comunidad internacional, se están poniendo sobre la mesa todos los ingredientes necesarios para incluir a otros países en la contienda. Se habla, ya sin ambages, del riesgo de que estemos ante la llamada Tercera gran Guerra del Congo, un conflicto que podría afectar a toda la región de África central. Porque, y pese a que este es solo un capítulo más de un enfrentamiento que lleva cuatro años, los sucesos de estas semanas sin duda han supuesto una escalada muy importante. Este mismo jueves leíamos en blogs especializados (El Congo en español) y en prensa nacional (La Vanguardia, El País o La Razón están informando constantemente) como se están produciendo situaciones muy complicadas. La violación masiva de más de un centenar de mujeres en una prisión es una de ellas.   

En este artículo de hoy trataremos de explicar qué está pasando en el Congo, y sobre todo, por qué esta zona de los llamados Kivus (Kivu Norte y Kivu sur), consideradas una de las zonas más ricas del mundo en minerales estratégicos, son este espacio conflictivo y complejo que acoge decenas de grupos rebeldes (algunos de ellos con el apoyo de países vecinos) que pugnan entre ellos y contra el Ejército congoleño para controlar las minas y comerciar con lo que extraen.  

La República Democrática del Congo (RDC) tristemente tiene una historia marcada por la explotación y la violencia. Tras la Conferencia de Berlín (1884-85), aquella que convocó el alemán Von Bismarck para repartirse África entre los países europeos con voracidad depredadora, el territorio fue entregado a Bélgica, convirtiéndose en propiedad personal del rey Leopoldo II. Bajo su dominio, el país sufrió un régimen de terror basado en la explotación del caucho, el comercio de esclavos y la extracción de minerales, dejando cicatrices profundas en la región. Aunque la RDC obtuvo su independencia en 1960, la inestabilidad persistió. Patrice Lumumba, líder de la independencia y figura clave del panafricanismo, fue asesinado en 1961 en un contexto de rivalidades internas y presiones externas. Poco después, el país cayó bajo la dictadura de Mobutu Sese Seko, quien rebautizó la nación como Zaire y gobernó durante tres décadas con corrupción y represión. 

En la década de 1990, el régimen de Mobutu se debilitó por diversos factores, entre ellos la competencia por los recursos minerales. En 1994, el genocidio de Ruanda añadió un nuevo elemento de inestabilidad, pues cientos de miles de refugiados hutus y tutsis (es decir, tanto víctimas como perpetradores) cruzaron la frontera con la RDC. En este contexto, Ruanda y Uganda apoyaron guerrillas rebeldes contra Mobutu, desencadenando la Primera Guerra del Congo (1996-1997), que culminó con su derrocamiento y la llegada al poder de Laurent-Désiré Kabila. 

Sin embargo, el país siguió sumido en el caos. Kabila, que inicialmente había contado con el apoyo de Ruanda, rompió relaciones con Kigali y expulsó a las tropas extranjeras. En respuesta, Ruanda respaldó un nuevo grupo rebelde, el RCD, mientras que Uganda apoyó al MLC. A su vez, el gobierno de Kabila armó a milicias hutu en las regiones fronterizas. Este enfrentamiento derivó en la Segunda Guerra del Congo (1998-2003), un conflicto devastador que involucró a múltiples países africanos y dejó un saldo estimado de seis millones de muertos. Los expertos coinciden en que estos conflictos tienen sus raíces en el genocidio ruandés y que su principal combustible ha sido la disputa por los vastos recursos minerales de la RDC. 

Todo este antecedente debería ayudarnos a comprender mejor la situación actual, ya que los patrones se repiten: un grupo rebelde, el M23, con apoyo de Ruanda (aunque el presidente Paul Kagame lo niegue públicamente), que justifica su acción en la supuesta defensa de los tutsis de la región frente a los abusos del gobierno de la RDC. 

El M23 surgió en 2012 y llegó a ocupar la ciudad de Goma, aunque fue derrotado y se retiró en 2013. Sin embargo, hace tres años retomó sus ofensivas contra el ejército congoleño, avanzando gradualmente sobre territorios estratégicos, especialmente aquellos con alta actividad minera. 

Lo que ocurre esta semana no es el inicio de un nuevo conflicto, sino la intensificación de una crisis que lleva años en desarrollo: la disputa por el control total y abierto de una región cuyos recursos minerales son codiciados por potencias de todo el mundo. 

El este de la RDC alberga vastas reservas de minerales estratégicos, como el cobalto, esencial para las baterías de iones de litio utilizadas en vehículos eléctricos, y el coltán, clave en la fabricación de teléfonos móviles y consolas de videojuegos. Se estima que el 70% del cobalto y el 40% del tántalo (coltán) del mercado mundial provienen de esta región, un territorio marcado por el caos, la presencia de grupos armados y una violencia constante. 

A diferencia de las explotaciones controladas por grandes corporaciones, la minería en la RDC es mayoritariamente informal: miles de congoleños y congoleñas, incluidos muchos niños y niñas, trabajan en condiciones de semiesclavitud, en minas a cielo abierto o en túneles sin ninguna medida de seguridad. En Internet pueden encontrarse imágenes de esto que les cuento, que incluso el cine ha reproducido fielmente en numerosas ocasiones.  

El M23, como otros grupos rebeldes, se financia otorgando permisos a los mineros, cobrando “impuestos” a las minas que controla y obteniendo comisiones sobre los minerales extraídos. Estos recursos salen del país y son comercializados fuera de la RDC. Activistas y medios de comunicación que lo han investigado no dudan en que gran parte de los minerales congoleños acaban siendo vendidos en Ruanda como si fueran de origen ruandés. Luego, tras pasar por intermediarios, terminan en manos de empresas chinas, europeas y norteamericanas, es decir, en el interior de nuestros móviles, tablets o consolas de videojuegos. Con tantos intereses gigantescos y contradictorios en juego, frenar este conflicto resulta extremadamente difícil. 

En las pocas semanas transcurridas desde la toma de la ciudad de Goma, se habla ya de miles de fallecidos, y numerosas voces internacionales han criticado el papel de Ruanda y de su presidente Paul Kagame, que sin duda puede estar aprovechando este momento de incertidumbre global generado por Donald Trump. El mismo secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, criticaba este pasado jueves a Ruanda por su papel en este conflicto. El Gobierno de la RDC habla de invasión ruandesa a su territorio y en medios de comunicación internacionales, como The Economist, hemos leído titulares meridianamente claros: ‘Kagame se hace un Putin en la RDC’ o ‘El temerario plan de Ruanda para redibujar el mapa de África’.  

Las víctimas, como siempre, los congoleños (especialmente las congoleñas, mujeres y niños). Se habla de 2.000 cadáveres por las calles de Goma solo en los primeros días de combates, se sabe que ya han fallecido al menos 17 soldados (la mayor parte de ellos, sudafricanos) de la misión de pacificación de la Comunidad de África Austral (SADC), y la comunidad internacional espera acciones claras de la Unión Africana para tratar de frenar el ímpetu del M23, que ha llegado incluso a amenazar con tomar Kinshasa, la capital congoleña, o anunció un freno unilateral de las acciones para, tan solo un día después, celebrar la invasión de una nueva ciudad de un millón de habitantes.  

Los que ya hemos tenido la oportunidad de alcanzar la madurez física, recordamos que siendo adolescentes leíamos en 1960 sobre Patricio Lumumba y la esperanza con la que el Congo alcanzaba su independencia después de haber sido patrimonio personal de un rey belga. Su mensaje hablaba de controlar los recursos del Congo para beneficio de los congoleños y congoleñas. 65 años después, es increíble constatar como el resto del mundo ha sido implacable devorando los recursos africanos a costa del bienestar de los africanos. Lo que estamos viendo estos días es, con toda crudeza, una muestra más de la codicia del ser humano.   

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