La teoría del caos: un viaje científico en Fórmula 1

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La teoría del caos de Edward Lorenz, resumida en plan rústico, es lo mismo que decir que el aleteo constante de una mariposa en África puede provocar un viento levante en Canarias de esos que vienen con calima, dándonos la sensación de asfixia por arena. En principio parece exagerado, pero en esencia un soplido puede provocar un movimiento de aire que, si sigue creciendo con el aleteo de los pájaros y también con el empuje de la brisa, habrá follón meteorológico, reflejando la tesis de que algo ínfimo y minúsculo podría convertirse en algo grande y preocupante. 

Está claro que esto no pasa exactamente así, pero la idea sustancial reside en aceptar que cuando se acumulan factores adversos y nada los detiene, cualquier orden lineal y secuencial acabará convirtiéndose en un caos desorganizado como un accidente en la salida de un Gran Premio de Fórmula 1, cuando los coches estando apelotonados antes de tomar la primera curva, el mínimo error de un piloto pudo afectar a todos los demás, dejando un destrozo sobre el piche que no lo barres ni con sopladora. Rememorando mi rechoncha y feliz niñez, experimenté esta tesis cuando me enseñaron en la asignatura de matemáticas del colegio a hacer la división por dos cifras, porque desde que me equivocaba en un número ya se armaba una que te cambas, daba todo mal, y parecía que me palpitaba el cerebro, como si fuera un cuádriceps haciendo piernas “al fallo” en el gimnasio. ¿Se acuerdan del covid-19?, pues es más de lo mismo, una teoría del caos de récord, pin y podio. 

¿Todo esto qué quiere decir? Que no subestimemos el poder de las cosas pequeñas, porque en cualquier parte de España el simple hecho de que alguien desempeñe dos cargos políticos a la vez en diferentes instituciones y ausentándose de donde la ciudadanía requiere su presencia, no significa que tenga que pasar algo hoy, pero tendrá consecuencias cuando la gente se dé cuenta de que algunos son capaces de utilizar el drama social para fines electorales. Si los factores adversos se repiten, si la mariposa sigue aleteando, y si no se respetasen los espacios ni frenadas a tiempo… de nada les servirá la suerte, porque hasta el reloj analógico que tenemos en la cocina, si se quedase parado sin pilas, daría la hora correcta dos veces al día, pero no siempre. Honestamente, no se debe olvidar que existe una parte de la ciudadanía que al igual no tiene tiempo de leer la prensa, los edictos, ni el BOE todos los días, pero en los mínimos detalles sí se fijan, como cuando vemos venir la teoría del caos o, dicho de otra manera, el andar de la perrita. 

¿Qué pasaría sin pintásemos esta teoría de color de rosa? Expliquemos con hechos a Edward Lorenz que partiendo de su principio de que todo pequeño cambio puede provocar grandes efectos, también se podrá llegar a “un mundo ideal”, como el que le cantaba Aladín a Yasmín en aquella alfombra voladora que ni barandilla tenía. Tenemos que patentar que ese principio somos nosotros, dando ejemplo, imaginando que una simple sonrisa en la calle hará sonreír a los demás, que abandonemos la idea de “escachar antes de que te escachen” y, sobre todo, dejando de aprovecharnos de las desgracias de los demás para sacar beneficio económico. Es que a veces va uno por la calle y nota a todo el mundo endemoniado, pero si lo malo se pega y contagia, lo bueno también ¿no?

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