Oligarcas norteamericanos

Habíamos oído hablar de los oligarcas rusos que aparecieron con la desintegración de la URSS en los tiempos de Yeltsin. Creíamos que lo único que les interesaba era hacerse millonarios con las ruinas y los escombros humeantes del imperio desaparecido. Pero también querían algo más: el control del poder político. Eso llegaría con Putin, aunque por medio se mezclaran purgas internas para reducir enemigos y adversarios.

Persecuciones, asesinatos sin aclarar, cárceles para los disidentes del propio grupo, etc. Con las mejores técnicas del zarismo y el estalinismo ya conocidos. Ahora estamos viendo aparecer a los oligarcas norteamericanos. Siempre habían estado ahí, pero callados, sin que apenas se conocieran sus apetencias de poder. Parecía que solo querían dinero, pero Trump ha roto el modelo. El nuevo 'sheriff' dinamita los moldes antiguos y acaba con las antiguas decencias. Sin pudor, sin remilgos, lo que importa es el poder para obtener más beneficios. Incrementar las cuentas propias. Y para hacerlo más pasable se invocarán los rancios patriotismos, las obsoletas identidades, las mohosas convicciones para que parezca que todo se hace por el interés del pueblo norteamericano. Trump, como el Führer, atrae a los demás con una fuerza magnética, para luego rechazarlos con tal violencia que provoca un abismo que nada puede colmar. Así que habrá que prepararse para las nuevas olas de reacciones imprevistas que nos quedan por ver. 

La escenificación primera de toda esta tragedia, más grosera y vulgar, la representa la rueda de prensa televisada con el presidente de Ucrania y el trato dado tanto por los periodistas afines como por los propios responsables de la política exterior. Pero la acción se extiende a todos los ámbitos que no suelen ser noticia de momento. Tienen prisa los nuevos oligarcas por rematar sus faenas, no sea que los tímidos inicios de oposición que empiezan a notarse, como el gran apagón del consumo del día 28 de febrero o la resistencia aún difuminada de Bernie Sanders, se conviertan en una riada interna y desbordada que den al traste con los objetivos de los oligarcas. Por eso se empiezan a aumentar las gorras rojas y consignas, que irán a más en los próximos meses, para promover un tercer mandato de Trump. 

Mientras, sin que sea noticia por aquí, se están removiendo a altos cargos militares de los Estados Unidos. Los profesionales están siendo sustituidos por los fieles, esos otros militares que consideran a Trump como el gran caudillo que, a semejanza de los tiempos antiguos, inician su camino hacia la tiranía. Porque el modelo de los autócratas siempre es el mismo, poner de su parte al ejército, a los jueces, a los clérigos, a los comerciantes y al pueblo sumiso para que acepten las nuevas normas de los nuevos dirigentes. Son tiempos aptos para estudio de la Historia y conocer cómo se actuó en otros tiempos.

Es la manera de intuir, en un mundo plagado de incertidumbres, cómo podrán suceder los acontecimientos venideros y cuál el final de los tiranos actuales. Porque si algo nos enseña la Historia es que las tiranías siempre tienen final. Eso sí, sin contar los destrozos que se producirán hasta llegar a ese final. Serán muchos y graves, costarán vidas, muchas vidas, desgarros internos, movimientos de fronteras, infinidad de sufrimientos gratuitos. Y lo contarán los supervivientes, colectivo al que tal vez ninguno de nosotros pertenezcamos.