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La perpetuación de la guerra en Ucrania y sus consecuencias en Europa

Personas refugiadas ucranianas, en 2022
15 de febrero de 2025 22:56 h

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Esta semana Donald Trump y Vladimir Putin hablaron por teléfono sobre el futuro de Ucrania, y el presidente estadounidense anunció que empezarán “negociaciones inmediatamente” en torno a la guerra, iniciada en el Donbass en 2014 y extendida en 2022, con la invasión rusa. Además, el Secretario de Defensa de EEUU, Pete Hegseth, ha dicho que no es realista que Ucrania vuelva a las fronteras de 2014 ni su ingreso a la OTAN para “una solución negociada”.

Las fronteras de 2014 son las existentes antes del inicio de la guerra en el Dombás, surgida tras el cambio de gobierno en Kiev -fomentado con el apoyo de EEUU-, la anexión rusa de Crimea y el levantamiento separatista en la región del Dombás, contra el que Ucrania respondió militarmente.

El plan de Bush para Ucrania

En la Cumbre de la OTAN de 2008 en Bucarest el entonces presidente estadounidense, George W Bush -impulsor de la invasión ilegal de Irak en 2003- apareció con un plan bajo el brazo que contemplaba la integración de Georgia y Ucrania en la OTAN. Dicho planteamiento provocó dudas y resistencias iniciales, sobre todo por parte de Alemania y Francia, conscientes de la interpretación que esa adhesión tendría en Moscú y de los efectos en sus relaciones con Rusia, gran proveedora de gas a una parte importante de Europa.

“Alemania y Francia han dicho que creen que, dado que ni Ucrania ni Georgia son lo suficientemente estables para entrar en el programa ahora, un plan de adhesión sería una ofensa innecesaria para Rusia, que se opone firmemente a la medida”, escribió el diario The New York Times entonces.

Ese órdago lanzado por Bush se produjo, además, en un contexto en el que EEUU ultimaba negociaciones con Polonia y República Checa para instalar en esos dos países su escudo antimisiles y varias bases militares, lo que suponía una extensión de la presencia militar de la Alianza Atlántica hacia las fronteras rusas.

El embajador de EEUU en Rusia, William Burns -posteriormente director de la CIA con Biden- advirtió en 2008 al Gobierno de Bush que “la entrada de Ucrania en la OTAN es la más destacada de todas las líneas rojas para la elite rusa (no solo para Putin)”. Según desvelaría posteriormente la exanalista de inteligencia Fiona Hill -de la Brookings Institution- los servicios secretos de EEUU se opusieron a la idea de integrar Ucrania y Georgia en la OTAN en 2008, pero Bush ignoró sus advertencias.

“Todo el problema empezó realmente en 2008, cuando Bush anunció sus intenciones sobre Ucrania y Georgia, a pesar de que Moscú había dejado claro que esas intenciones eran percibidas como una amenaza”, escribió en 2022 el profesor de Políticas de la Universidad de Chicago John Mearsheimer.

La propuesta de Bush en 2008 fue un punto de inflexión, al fijar como objetivo la adhesión de Ucrania a la OTAN

2013-14 y el “que se joda” la UE

Sin embargo, las reticencias de Alemania y Francia fueron mermando con el tiempo, con el cambio de gobiernos en Berlín y París y con la presión de Washington. Además, los acontecimientos en el escenario ucraniano fueron empujando en la misma dirección. Las protestas del Euromaidan en Kiev en 2013 y 2014 fueron apoyadas por Estados Unidos, hasta el punto de que varios integrantes del Gobierno estadounidense se dejaron ver con los manifestantes en Kiev.

EEUU contribuyó también al golpe contra el presidente prorruso de Ucrania, Viktor Yanukovich, quien terminó huyendo del país. Antes de que eso ocurriera se filtró un vídeo por Internet que mostraba una conversación telefónica entre dos altos diplomáticos estadounidenses. En ella, la entonces secretaria de Estado estadounidense adjunta para Asuntos Europeos, Victoria Nuland, debatía con el embajador de EEUU en Ucrania, Geoffrey Pyatt, sobre cómo facilitar el éxito de la protesta contra el Gobierno ucraniano y a quién colocar como sucesor del presidente que deseaban ver derrocado.

Ese diálogo desveló que Washington tenía una implicación mucho mayor en Ucrania de la que mostraba públicamente. Nuland y Pyatt hablaron en esa conversación sobre los líderes que debían estar en el futuro gobierno, apostaron claramente por uno en concreto, Arseni Yatseniuk, y descartaron a otro, Vitaly Klitschko, quien contaba entonces con el apoyo explícito de Alemania. Ambos embajadores celebraron durante su conversación que la ONU fuera a nombrar un nuevo enviado especial para Ucrania y que esto ayudaría a “soldar” su plan ante la presunta inacción de la Unión Europea.

La filtración de la charla entre los 2 representantes de EEUU en 2014 desveló la voluntad de arrinconar la posición alemana

En un momento dado, se escucha decir a Nuland: “Sería estupendo, creo, para ayudar a soldar esto y tener a la ONU ayudando a soldarlo, y ya sabes, que le den a la Unión Europea”. (Algunos medios lo tradujeron como “que se joda la Unión Europea” o “a la mierda la Unión Europea”. La versión original era: “Fuck the EU”). “Exactamente”, contestó el embajador estadounidense.

Además, en la misma conversación Nuland informó a Pyatt de que el entonces vicepresidente de EEUU, Joe Biden, estaba dispuesto a intervenir en la cuestión ucraniana para “conseguir los detalles” y para empujar en ese sentido. 

También en esas fechas Victoria Nuland presumió de la inversión estadounidense en Ucrania, que alcanzaba ya entonces la cifra de cinco mil millones de dólares. Desde entonces -2014- hasta febrero de 2022, mes en que se produjo la invasión rusa de Ucrania, Washington destinó otros 2.700 millones en asistencia y desarrollo de las fuerzas de seguridad ucranianas, en las que estaba integrado el batallón ultraderechista Azov.

En los meses previos a la invasión ilegal rusa de Ucrania, impulsada en febrero de 2022, Victoria Nuland era Subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos del Gobierno Biden y estuvo muy presente en la gestión estadounidenses en torno a Ucrania. Antes de eso había sido asesora del vicepresidente Dick Cheney entre 2003 y 2005 durante la ocupación ilegal de Irak y embajadora de EEUU ante la OTAN durante el segundo mandato de George W. Bush.

Múltiples voces advirtieron de que la propuesta de adhesión de Ucrania a la OTAN podía provocar una respuesta militar rusa

Una crónica anunciada

En los años previos a la invasión rusa de Ucrania, tanto personalidades estadounidenses que ocuparon importantes puestos institucionales como analistas de calado sabían -y así lo expresaron públicamente- que una expansión de la OTAN hasta las fronteras rusas significaría un desafío al que Moscú terminaría contestando. Y, sin embargo, dicha expansión no se evitó.

Eso no justifica la invasión ilegal, ni los crímenes de guerra rusos, ni la violación del derecho internacional, ni los ataques indiscriminados contra Ucrania, pero tampoco exime de responsabilidad a quienes empujaron hacia ese escenario con el objetivo de desgastar y aislar a Rusia, por encima de los intereses del pueblo ucraniano e incluso de los intereses europeos.

George Beebe, responsable de la CIA sobre Rusia durante años y ex asesor de Dick Cheney, afirmó en 2022 que EEUU estaba eligiendo la guerra en Ucrania en vez de resolver el conflicto a través de la diplomacia: “La elección que enfrentamos en Ucrania era si Rusia ejercía veto a la entrada de Ucrania en la OTAN en la mesa de negociación o en el campo de batalla” y “elegimos asegurarnos de que el veto fuera ejercido en el campo de batalla, confiando en que Putin se detuviese o que la operación militar fallara”, escribió.

Jack Matlock, embajador estadounidense en Moscú entre 1987 y 1991, publicó en 2022, poco antes de la invasión rusa, un artículo en el que sostenía que esa invasión era previsible y a la vez evitable. Bajo el título “Yo estuve allí: la OTAN y los orígenes de la crisis de Ucrania”, indicaba que en 1997, cuando empezó a plantearse la expansión de la OTAN hacia las fronteras rusas, afirmó ante el Senado de EEUU “que esa expansión de la OTAN nos llevaría a donde estamos hoy”.

En 2014 Henry Kissinger, la personificación de lo más duro de la política exterior estadounidense, argumentó: “Occidente debe entender que, para Rusia, Ucrania nunca puede ser solo un país extranjero”. Si “Ucrania quiere sobrevivir y prosperar no debe ser un puesto de avanzadilla de ninguno de los lados contra el otro, debe funcionar como un puente entre ellos”. En lugar de unirse a la OTAN, Ucrania “debería adoptar una postura” en la que “coopere con Occidente en la mayoría de los campos pero evite cuidadosamente la hostilidad institucional hacia Rusia”.

El boicot a la negociación en 2022

Desde antes de la invasión rusa de Ucrania múltiples voces advirtieron de que era posible evitar la guerra, y siguieron proponiendo salidas en ese sentido en los meses posteriores, planteando una Ucrania neutral y el retraso o la renuncia a su entrada en la OTAN.

Sin embargo, el discurso oficial desde EEUU -y también desde la Unión Europea- evitó hablar públicamente de la necesidad de buscar cauces para una negociación inmediata y la paz. Posteriormente se supo que hubo posibilidad de un principio de acuerdo en marzo-abril de 2022, pero los esfuerzos negociadores se encontraron con obstáculos y fueron boicoteados por varias naciones, principalmente por el Reino Unido de Boris Johnson. Así lo relató Ukrainska Pravda, un periódico ucraniano de línea pro occidental, y así se lo contaría posteriormente el propio Johnson al presidente francés Emmanuel Macron.

También el primer ministro israelí de entonces, Naftali Bennet -que solo duró un año en su puesto- mencionó el “bloqueo” por parte de aliados occidentales de esas negociaciones, en las que participó como mediador. En la misma línea se pronunció Fiona Hill, alta funcionaria de seguridad nacional en los gobiernos de George W. Bush y Donald Trump y poco sospechosa de ser una paloma ante la cuestión rusa. Hill informó de que varios “antiguos altos funcionarios estadounidenses” le habían revelado que “los negociadores rusos y ucranianos parecían haber acordado” las líneas “de un pacto provisional negociado” en abril de 2022.

 A través de ese principio de acuerdo frustrado, Rusia habría estado dispuesta a retirarse a sus fronteras anteriores al 24 de febrero de 2022, manteniendo Crimea y parte del Dombás, mientras que Ucrania habría renunciado a su integración en la OTAN. Casi tres años después, con cientos de miles de muertos, decenas de miles de desertores y un país fragmentado y dividido, las condiciones planteadas hasta el momento son prácticamente las mismas.

El secretario general de la OTAN dijo esta semana que "a Ucrania nunca se le prometió la membresía" en la Alianza Atlántica

Una Europa más débil e intervenida

La guerra de Ucrania ha provocado también aumento de la inflación, empobrecimiento en varios países -caldo de cultivo para el auge de la extrema derecha- y una mayor dependencia europea de Estados Unidos.

La autonomía política europea ha mermado considerablemente, mientras Washington ha aumentado sus beneficios económicos con la venta de gas licuado a países europeos a un precio superior al ruso, tras las sanciones a Moscú y el atentado contra el gasoducto Nord Stream. “Eliminar el gas ruso tendrá un coste para Europa, pero no es solo lo correcto desde un punto de vista moral, sino que nos colocará sobre una base estratégica mucho más sólida”, afirmó en 2022 el presidente Biden, satisfecho.

Europa es hoy más débil política y económicamente que antes de la invasión de Ucrania, y está más subordinada a Washington. Durante tres años, desde su posición de privilegio y su lejanía geográfica, EEUU ha conseguido también un enorme crecimiento en los beneficios de sus empresas armamentísticas, ha enviado más tropas estadounidenses a suelo europeo y ha impulsado en la OTAN el mayor rearme militar desde la Guerra Fría.

Por su parte, Rusia ha pagado con decenas de miles de soldados muertos, pero no ha experimentado el daño y aislamiento esperado por Washington. Sus relaciones comerciales con China y los otros BRICS la han mantenido a flote económicamente.

Durante años la guerra de Ucrania fue presentada como la única opción posible. Fue jaleada y aplaudida en múltiples espacios occidentales, en los que se estigmatizaron y ridiculizaron las voces defensoras de una alternativa a la perpetuación del conflicto armado.

La industria de la violencia en todas sus formas, como medio para acceder a recursos naturales y como fin en sí mismo, es el gran negocio por el que apuestan grandes potencias en el siglo XXI, empeñadas en continuar el ritmo de grandes beneficios para sus elites. Suele ir acompañada por un muro de propaganda que nos indica a quién temer, a quién odiar, a quién demonizar. El espacio para la impunidad belicista, acompañado de exigencias para más gasto militar, es cada vez mayor.

El pasado mes de octubre el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, aseguró que la adhesión de Ucrania a la OTAN era un camino “irreversible”. En febrero de este año Trump contradijo esa afirmación. Ante ello, Rutte ha rectificado: “A Ucrania nunca se le prometió la membresía en la OTAN”. El empeño en su integración a la OTAN fue una de las cuestiones que generó esta guerra previsible y evitable, en la que ahora Washington y Moscú pretenden repartirse recursos naturales -tierras raras, esenciales para el sector tecnológico- y órbitas de influencia, mientras Europa reclama su espacio en la mesa de negociación.

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