Vecinos dibujan todos los cines que hubo en Tetuán en un libro que recupera su historia
![Cine Savoy](https://static.eldiario.es/clip/c69d5e76-9998-4ce3-a9da-d1438a6f9193_16-9-discover-aspect-ratio_default_1110198.jpg)
Desde el año 2012 no hay ningún cine en el distrito de Tetuán. El último pase en el Lido dejaba huérfano ese año un distrito donde llegaron a convivir quince cines, la mayoría de ellos en la calle de Bravo Murillo. Lugares que definían una ciudad que empezó a morir con el siglo XX, cuyos recuerdos -a veces en forma de supermercados usurpadores- siguen siendo parte de la vida de varias generaciones de vecinos, sin embargo.
Y si no sale en los libros de historia hay que escribirlos. Esto es lo que ha hecho el historiador Antonio Ortiz (de la Casa Vecinal de Tetuán), que lleva años documentando todos los cines que ha habido en Tetuán, treinta y nueve, incluidos los de verano. Hace pocas fechas mandó a imprenta Ilustrando los cines de Tetuán, un volumen en el que han participado hasta cincuenta y cinco personas entre ilustradores y vecinos que han prestado su memoria sobre el cinematógrafo en Tetuán.
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El proyecto venía gestándose desde hace años, nos explica Antonio Ortiz. “Me llamaba la atención que los cines son algo más que un lugar para ver películas, son espacios para el barrio, que están en la memoria de la gente. Esto se juntó con que empecé a encontrar en el Archivo de Villa información sobre cines de Tetuán, algunos de los que no se suele hablar, especialmente los de verano”, relata el historiador y vecino.
El interés histórico de Ortiz se cruzó un buen día con sus clases de pintura en la academia La Artigua, situada también en Tetuán. Cayetana González, que la regenta, involucró a los alumnos y alumnas en el proyecto. El autor hizo una exposición de su investigación para los alumnos , que sirvió como señal de salida de la colorida empresa colectiva de ilustrarlos todos.
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“A nosotras nos gusta gusta crear piña, un poco por hacer barrio. Luego, hay una cosa que a mí me emociona mucho de este proyecto: es como si el tiempo se plegara sobre sí mismo. Hay dos momentos de la historia que conviven ahí, como en uno solo, en este caso en una hoja de papel. La historia de un cine convive con su reinterpretación actual. La de una persona de ahora, o quizá no, quizás una persona de antaño pero que lee esa ilustración con los ojos de ahora”, explica la artista, que no puede evitar emocionarse recordando a los alumnos, que son también vecinos, escarbando en sus recuerdos durante la presentación de Ortiz en la academia.
Pedro es uno de los alumnos de La Artigua que ha colaborado con las ilustraciones. A él le ha tocado el cine Arizona (en el calle Naranjo), aunque también dibujó otros, como el Tetuán, que es realmente el de su infancia. “Yo nací en la calle Alonso Castrillo, al ladito del cine Tetuán, en el número 15 (que ahora es el 13). Nuestra casa estaba en la acera de los impares, de manera que nací en Chamartín de la Rosa, aunque la acera de enfrente ya era Madrid”, explica haciendo alusión a los momentos en los que la parte norte del distrito aún no se había anexionado a la capital.
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Él no conoció a su abuelo, que murió en 1939, pero a través de su padre supo que el cine de su barrio llevaba incorporado su recuerdo. “Él era herrero y pocero; siempre contó mi padre que, cuando se hizo el cine en los años treinta, los herrajes y las barandillas los hizo el abuelo y las instalaron ellos”, explica.
“Era un cine modernista precioso, con una sala de butacas muy amplia. Tenía arriba un palquito pequeño donde estaban las cámaras de proyección. Un cine de barrio chiquitín y muy coqueto”, describe. Para Pedro, como para todos los chavales de aquella época, cine era sinónimo de ocio. “Íbamos al cine todas las semanas, a sesión dobles. En el barrio éramos todos cinéfilos porque había muchos cines”, cuenta divertido.
Además del Tetuán, recuerda la inauguración del Lido (que actualmente es un supermercado). “Tuvo la primera pantalla en Todd-AO, un sistema de proyección con tres cámaras a la vez sobre una pantalla semicircular. Lo inauguraron con la película El desierto viviente y recuerdo haberla ido a ver con mis padres”, alcanza a recordar.
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Los cines, reducidos a meros restos arqueológicos en el actual distrito de Tetuán, son protagonistas de la memoria de los vecinos y también del desarrollo urbano de la ciudad. Como ejemplo de su importancia social, en relación a su historia, Ortiz nos habla del cine Montija.
“Este palacio de las pipas era a uno de los que más frecuentados por las personas de izquierda durante el franquismo porque tenía dos entradas. Si venía la policía se podía salir por la trasera, que estaba en la calle Topete”, cuenta el historiador. El libro recoge también la memoria de un antiguo militante que lo recalca: “Allí, en las vísperas de un 1º de Mayo del año 72 o 73, dimos un mitin en el descanso de la sesión continua porque habían asesinado a un obrero de la construcción en San Adrián del Besós”.
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Son muchos los ejemplos de mítines y otros actos políticos en cinematógrafos -el Europa se lleva la palma- que surcan el libro, como también detalles que dibujan el desarrollo de Tetuán. “Cuando la Companía Metropolitana proyecta el metro y urbaniza la zona de Reina Victoria aparece también el cine Metropolitano. Algo parecido sucede con otros cines, como el Lido [en los años 50], del que se dice que era ya digno de la ciudad. Antes de eso se hablaba de cines populares, que son al fin y al cabo a los que iba la gente trabajadora que habitaba la barriada”, explica Antonio Ortiz.
De momento, Ortiz ha hecho una primera tirada del libro que el medio centenar de colaboradores del mismo guardará sin duda como un tesoro, pero pronto será posible también adquirirlo para el resto, según nos confirma el autor. En el prólogo, la escritora y vecina de Tetuán Marian Giménez rescata los versos de una conocida canción -“Cine, cine, cine / más cine por favor”- y la autora de la introducción (Rosalía Galán, otra vecina de tiempo) recuerda aquellos lugares mágicos, centrales para el barrio, donde “se podía comer, echarse la siesta, merendar, cenar, hacer novillos, hacer manitas y lo que se terciara en la fila de los mancos”. Hoy, no hay ya ningún cine en Bravo Murillo, que fue una de las sendas del celuloide de esta ciudad, pero sus vecinos siguen dibujándolos.
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