Mi experiencia criando a una niña con un hombre 14 años mayor que yo: recae todo sobre mí, estoy agotada

María en realidad no se llama María. Es el pseudónimo que elegimos para referirnos a ella en este reportaje sobre maternidades tardías, en el que contaba que la diferencia de edad con su pareja –él tiene 56 y ella 42– hacía que la carga de cuidado de su bebé estuviera muy desequilibrada. En este texto, escrito en primera persona, María ahonda un poco más en su historia familiar; explica cómo la diferencia de edad, pero también la brecha de género y la desigualdad, están condicionando su maternidad.
Soy María y soy madre tardía de una niña de un año. Yo he cumplido 42 y mi pareja (hombre) tiene 56. Son 14 años de diferencias profundas, tanto sociológicas como psicológicas. Él es padre de otros dos niños mayores, los hermanos de mi hija, que tienen 7 y 11 años. Nadie espera pasar de ser una persona a ser cinco en la familia, así de golpe, pero a mí me pasó.
Por nuestra diferencia de edad, suelo hablar de los “desafíos de educar a dos velocidades”. Puede sonar a término económico, como el caso de “la Europa de las dos velocidades”, pero se puede dar en temas tan mundanos como la educación de los hijos. Y en mi caso está pasando tal cual así, ya que al ser mi pareja tan mayor, delega muchísimo la niña en mí.
Siento que no puedo más, que no llego a todo. Estamos muy cansados los dos, pero a él le cuesta mucho sostenerla, o subirla y bajarla de la cuna, porque le duele la espalda. Además, también está desactualizado en cuestiones educativas, que acaban recayendo sobre mí. Siempre todo sobre mí. Estoy agotada.
Estamos muy cansados los dos, pero a él le cuesta mucho sostenerla, o subirla y bajarla de la cuna (...) Además, también está desactualizado en cuestiones educativas, que acaban recayendo sobre mí
Al principio, cuando me planteé una maternidad tardía, me alegraba al tener una pareja que ya había lidiado con dos peques, para poder cubrir los vacíos y las inquietudes que a mí me surgían. Como inconvenientes veía ya la desactualización que él tenía en cuestiones educativas, y la forma de ver el mundo, tan diferente a la mía. Quedarme embarazada fue casi un milagro, y entonces empecé a informarme: me hinché a ver vídeos de YouTube, a seguir las apps que me recomendaba la matrona, a aprender de la pediatra de moda en Instagram… quería estar a la última porque entendía que las cosas en crianza se pueden hacer mejor de lo que se hacían antes. Para eso evolucionan la ciencia y la investigación.
Pero no me sirvió de nada. Las diferencias comenzaron con la compra de cosas para el bebé: la cuna de colecho, la mochila de porteo… Todo se me cuestionaba desde antes incluso de nacer la niña, tanto por parte de mi pareja como por parte de su familia. Ahí me di cuenta de que la diferencia de edad se nota, porque las cosas que se hacían antes, en algunos casos, nos parecen una aberración a día de hoy.
Cuando la niña nació, después de una cesárea muy dolorosa, afloró todo el machismo que estaba escondido. Mi pareja no se hizo cargo. Era yo quien me encargaba de atender a la bebé por las noches, a pesar de no estar ni mucho menos recuperada del parto. Y no solo por las noches: también por las mañanas y por las tardes. Básicamente siempre. Acabé engordando 15 kilos. Todo era dolor, cansancio y ansiedad.
Cuando la niña nació, después de una cesárea muy dolorosa, afloró todo el machismo que estaba escondido. Mi pareja no se hizo cargo. Era yo quien me encargaba de atender a la bebé por las noches
El paso de los días tampoco mejoró las cosas. Siguieron los conflictos y las peleas: porque yo no quería ponerle pendientes a la niña, porque tampoco quise bautizarla. Cosas tan básicas como esas. Mi idea era criar a una niña con capacidad para pensar libremente, para decidir por sí misma, pero la idea de mi pareja no era esa. Todo eran reproches hacia mí y hacia mi manera de educarla y criarla. Cuántas veces se me ha culpado por no dejar llorar a mi hija, por llevarla demasiado en brazos, porque duerma pegada a mí.
Mi hija acaba de cumplir un año, pero los problemas no cesan. Y no solo es por los achaques físicos, sino que siento que tengo que lidiar contra un muro para que él entienda que antes se hacían las cosas de forma diferente a la de ahora. Todo esto nos ha llevado a una brecha en la pareja. Yo no entiendo que no me entiendan, que no sientan interés en informarse de las novedades que hay. Como antes las cosas se hacían así, tanto mi pareja como su familia entienden que así deben seguir.
Me di cuenta de que la diferencia de edad se nota porque las cosas que se hacían antes, en algunos casos, nos parecen una aberración a día de hoy
En las últimas semanas, hemos tenido pequeños avances, pero contratando ayuda externa. Hemos dividido el día en turnos: una cuidadora se encarga de mi hija cuatro horas y mi pareja la cuida durante una parte de la tarde, incluyendo cena y baño. Cuando yo llego de trabajar, a las nueve de la noche, me encargo de todo lo demás, hasta el mediodía del día siguiente. Algunas veces no me da tiempo ni de cenar, pero sí me siento más descansada y apoyada. Las cosas van un poco mejor para todos.
Para intentar ser positiva, me quedo con la buena salud de mi hija: apenas un par de días con décimas en un año, no utiliza chupete porque no ha querido, come de forma autónoma y variada, paseamos por las mañanas al sol e intento transmitirle buenos hábitos en general. Pero aun con las leves mejoras, sigo agotada de lidiar en solitario con la crianza y de chocarme a diario contra un muro de incomprensión y soledad. Porque como padre y madre avanzamos en dos velocidades de crianza, en lugar de correr hacia el mismo lugar por el bien de nuestra hija.
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