El día del Holocausto más hipócrita de la Historia
Si las víctimas de Hitler levantaran la cabeza, no creo que se sintieran reconfortadas por el paripé que se ha organizado en Auschwitz para conmemorar el 80º aniversario de su liberación. Las escenas que se vivirán en ese campo de concentración nazi no serán nada edificantes. Los genocidas del hoy se emocionarán homenajeando a las víctimas de los genocidas del ayer. Criminales de guerra que han quemado vivos a centenares de mujeres y niños palestinos en el interior de sus casas o de sus tiendas de campaña colocarán flores en los hornos crematorios donde se incineró a cientos de miles de judíos. Reyes, presidentes del gobierno, primeros ministros y embajadores que han apoyado durante los últimos quince meses, activa o pasivamente, el exterminio de un pueblo, pronunciarán bonitos discursos en los que mostrarán su repudia e indignación por otro exterminio perpetrado hace ocho décadas.
El próximo lunes es 27 de enero. Uno de los días más necesarios e importantes del calendario mundial. Esa jornada, en 1945, las tropas soviéticas llegaban a la mayor fábrica de muerte que ha concebido el ser humano, liberaban a los famélicos prisioneros que habían logrado sobrevivir y descubrían los restos semidestruidos de las cámaras de gas y del gigantesco crematorio. En 2005 la ONU designó esa simbólica fecha para recordar a los seis millones de judíos asesinados por el fascismo. Poco a poco se ha logrado, con relativo éxito, incluir también al resto de colectivos que estuvieron en el punto de mira de los nazis: gitanos, homosexuales, testigos de Jehová, discapacitados, soviéticos, polacos, españoles republicanos… Este año, por primera vez en toda la Historia, el acto principal celebrado en Auschwitz supondrá una clara afrenta a los principios humanitarios, democráticos y éticos que dieron lugar al establecimiento del Día Internacional de las víctimas del Holocausto.
Sobre el evento planean rojos nubarrones que, por mucho que se traten de ocultar con toneladas de propaganda, descargarán una lluvia de sangre sobre los asistentes. El primero de ellos atañe al propio Memorial de Auschwitz que gestiona la conservación y exhibición de los restos del campo de concentración. En estos 15 meses de genocidio palestino sus responsables solo han emitido comunicados y mensajes en redes sociales condenando el repugnante terrorista de Hamas del 7 de octubre de 2023. Una determinación que ha contrastado con su clamoroso silencio ante los más de 46.000 gazatíes asesinados por el ejército hebreo. Esta actitud ha sido interpretada por muchos como un alineamiento con la estrategia de Netanyahu y del sionismo más radical. A esa idea contribuye el hecho de que el Memorial ha ignorado el testimonio de supervivientes judíos de Auschwitz y de centenares de sus descendientes que han mantenido una oposición feroz a la despiadada operación militar israelí.
El segundo gran nubarrón de sangre lo ha generado el país anfitrión, Polonia. Sus gobernantes se han ocupado en las últimas semanas de garantizar a Netanyahu que no será detenido si decide viajar hasta Auschwitz. Esa protección al primer ministro israelí supone una flagrante violación de la legislación internacional y el incumplimiento de la orden de arresto dictada por la Corte Penal Internacional (CPI). Polonia, a diferencia de otras naciones como Estados Unidos, es miembro del CPI y, por tanto, está concernido por las resoluciones de ese tribunal. Esta orden, sin embargo, las autoridades polacas se la han pasado por el forro. Polonia recordará, por tanto, a las víctimas del genocidio judío saltándose las leyes internacionales para garantizar la impunidad de quien está acusado de cometer otro genocidio. Daría risa si no estuviéramos hablando de dos grandes tragedias. Todo apunta que, pese a ese puente de plata, Netanyahu no asistirá al acto, pero en su lugar habrá otros dirigentes israelíes que también tienen las manos manchadas de sangre.
La mayoría del resto de los mandatarios que este lunes visitarán compungidos el campo de concentración son cómplices, por activa o por pasiva, de los crímenes de guerra, la limpieza étnica y el genocidio de Gaza. Algunos de ellos, además, representan a gobiernos neofascistas o a partidos e instituciones que están pactando abiertamente con los herederos de Hitler, de Mussolini y de Franco. El sagrado recinto del campo de concentración se llenará de lágrimas de cocodrilo y de dosis infinitas de cinismo que mancharán la memoria de las víctimas del Holocausto.
Entre los asistentes estará también nuestro rey. Felipe VI llevará en su impecable traje una mancha exclusiva, personal e imborrable. La mancha del franquismo. El monarca se ha encargado de hacer saber, a través de su entorno, que no le agrada que España conmemore los 50 años de la muerte del dictador. Sí, de aquel dictador que fue fiel aliado del creador de Auschwitz. Sí de aquel “caudillo” antisemita que jaleaba la estigmatización y eliminación del pueblo judío. Sí de aquel “generalísimo” que envió a 50.000 voluntarios a combatir bajo las órdenes de Hitler, ondeando la bandera con la esvástica, mientras los alemanes ejecutaban la Solución Final contra los hebreos. Sí de aquel líder fascista español que pactó con el Führer la deportación de miles de compatriotas a Mauthausen y a otros campos de concentración nazis. Sí de aquel Jefe de Estado que solo retiró las cruces gamadas de las calles y plazas de las ciudades españolas cuando vio que Alemania empezaba a perder la guerra contra los Aliados. Solo la maldad, la complicidad ideológica con la dictadura o la ignorancia pueden estar detrás de los políticos, periodistas y ciudadanos que estos días se escandalizan porque se haya considerado que el 27 de enero también debe incluirse en los actos que conmemoran la muerte del golpista español. Sí, de aquel golpista que nunca habría derrocado a la democracia republicana sin el apoyo militar de Adolf Hitler y de Benito Mussolini.
A Felipe VI no le gusta recordar esos detalles, no le apetece condenar la dictadura ni tampoco recordar a sus víctimas. Nochebuena tras Nochebuena decide ignorarlas en su tradicional mensaje navideño e incluso se atreve a despreciarlas. Nunca olvidaremos cuando en 2016 hizo suyo el relato de la ultraderecha y de la derecha ultra al pedirnos que «nadie agite viejos rencores o abra heridas cerradas». Él sabrá si es por afinidad ideológica o porque le debe el trono al dictador, pero cada vez chirría más que se resista a condenar esa tiranía que tantas muertes provocó y que secuestró nuestras libertades durante 40 años. Algún día tendrá que explicar muchas cosas, entre ellas por qué eliminó de su discurso, durante la pasada Pascua Militar, un párrafo en el que se calificaba a la dictadura como «una página oscura».
Para ver a un rey más europeo que africanista siempre tenemos que esperar a que cruce los Pirineos. En Francia sí ha homenajeado a los republicanos españoles que liberaron París del yugo nazi. En otros foros internacionales sí se ha mostrado más beligerante con las tiranías. Quizás por eso el 27 de enero hasta le oigamos hablar de los más de 9.000 españoles y españolas que sufrieron en los campos de concentración nazis el mismo infierno que los judíos, los gitanos o los soviéticos. Ojalá lo haga y no se olvide de mencionar que eran republicanos y que su negro destino lo sellaron Serrano Suñer y Himmler en diversas reuniones y conversaciones. Sería un buen gesto, aunque solo tendría un verdadero valor cuando lo repitiera dentro de las fronteras de su reino y lo hiciera extensivo al resto de las víctimas españolas del franquismo/fascismo. Como ese momento no parece cercano, ni siquiera probable, su presencia en los actos de este 27 de enero solo será un símbolo más de la sonrojante hipocresía que ese día planeará sobre Auschwitz. Allí, pisoteando el recuerdo de las víctimas del Holocausto, se darán la mano los herederos de sus verdugos, los genocidas contemporáneos y los cómplices de todos ellos.
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