El síndrome de Herodes

El principal mérito de Abascal frente a Feijóo es que el primero dice lo que piensa y el segundo zigzaguea por una pertinaz neblina política e ideológica. Y así les va: Abascal se ha abierto un hueco en la escena española surfeando el tsunami reaccionario que asola el mundo, y del que Trump es el epicentro, y Feijóo sigue afirmando patéticamente que no es presidente del Gobierno porque no quiere.
Abascal piensa que los niños y las niñas que desbordan los centros de acogida de Canarias deben ser devueltos manu militari a su África natal. Que se joda Canarias por estar tan cerca del continente oscuro, o que pida tropas a Madrid para expulsarlos. Todo menos acogerlos en una Península Ibérica que los cruzados medievales de Castilla y Aragón tardaron tantos siglos en limpiar de moros y judíos. España es blanca, cristiana y castellanoparlante o no es.
Feijóo da una de cal y otra de arena, que tal es su manera de demostrar coherencia. Le parece estupendo que, para prolongar su estancia en la Generalitat valenciana y terminar cobrando el sueldo y la prebendas de un expresidente, su correligionario Mazón recitara como un loro el catecismo de Vox el pasado lunes. El Pacto Verde, que el mismísimo PP firmó en Bruselas, es una añagaza de zurdos y así lo demuestra la inexistencia de repetidas lluvias torrenciales en Valencia. La Comunidad Valencia no va a aceptar ni uno solo de los niños africanos albergados en Canarias y Melilla y, además, expulsará a los que ya tiene.
A la par, Feijóo no quiere enfadar a los barones más moderados de su partido, los que, como el andaluz Moreno Bonilla, aceptan de mejor o peor grado que la carga de menores no acompañados de Canarias y Ceuta sea repartida por toda España. Una España que, por cierto, no ha tenido el menor problema en amparar a 40.000 niños y niñas ucranianos. ¿Será porque son blancos y de raíz cristiana, poco propensos al delito según los prejuicios ultras?
Ah, sí, donde coinciden el racismo manifiesto de Abascal y el supuesto sentido de Estado de Feijóo es en señalar acusadoramente a Cataluña. Para el españolismo de pulserita rojigualda, Cataluña es el argumento supremo. El odio a Cataluña, quiero decir. Resulta que el gran pecado del decreto ley que va a permitir un reparto razonable de los menores amontonados en nuestras comunidades africanas es que ha sido pactado con el pérfido Puigdemont. Antes también lo había sido con los vascos, los canarios, los gallegos, los republicanos catalanes y las izquierdas españolas, pero eso no cuenta. En teniendo un catalán con el que meterse, Abascal y Feijóo se acuestan juntos.
Lo de Abascal, ya lo dije, lo veo coherente con su ideario facha. Lo de Mazón me parece otra prueba de su vileza moral. Lo de Feijóo es suicida. ¿Aún no se ha enterado de que, en contra de lo que le decía su compinche Michavila, no arrasó en las elecciones del 23 de julio de 2023 porque Mazón le había arrastrado a abrazarse con Vox? ¿Nadie le ha dicho que eso dio mucho miedo y reactivó el voto antifascista? ¿Qué problemas tiene Feijóo en alinearse con los democristianos alemanes a la hora de no darles a los ultras ni la hora? ¿Será que está más próximo a Alice Weidel que a Freidrich Merz?
En fin, no voy a seguir por ahí. Voy a decir lo que quiero decir: me produce una tremenda desazón que la acogida de unos miles de niños africanos sea objeto de querellas de tanta bajeza politiquera. Los españoles podemos permitirnos integrarlos en nuestro país. Son una gota en un océano de casi 50 millones de personas. Las cosas nos van bien, con una economía y una paz social notables, digan lo que digan los voceros del Apocalipsis. Y, sobre todo, ¡son niños! Niños que han huido de la guerra y la miseria. Niños que sueñan con jugar en La Roja como Nico Williams y Lamine Yamal.
Me parece repugnante que, por razones sospechosamente racistas, algunos de mis compatriotas se abonen al síndrome de Herodes: vayamos contra todos los niños, no sea que uno de ellos nos salga rana. Pues no, no nos saldrán rana si les damos la acogida que corresponde a un pueblo civilizado. Nos saldrán como Nico, Lamine y Ana Peleteiro, campeones orgullosos de su españolidad.
Y no solo en los deportes, también en la informática, la medicina, la mecánica o lo que sea. Estos santos inocentes de ahora contribuirán a pagar los servicios sociales y las pensiones de una nación con déficit de natalidad. Ah, es que entonces, señor Valenzuela, España será multicolor. Pues sí, señores Abascal, Mazón y Feijóo, multicolor como los arcos iris que vemos estos días de finales de la lluviosa primavera de 2025. ¿Y qué?
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